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Los límites borrados

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Dos ex alumnos incendiaron su propia escuela en un acto criminal. En medio del rechazo general, las autoridades y hasta el presidente que citó a un Consejo de Ministros urgente, empezaron un concurso de discursos centrados en los valores perdidos y en la necesidad de restablecer la convivencia ciudadana. El atentado a la escuela lastima la conciencia de la sociedad y llama a la bronca más profunda.

Dos ex alumnos incendiaron su propia escuela en un acto criminal. En medio del rechazo general, las autoridades y hasta el presidente que citó a un Consejo de Ministros urgente, empezaron un concurso de discursos centrados en los valores perdidos y en la necesidad de restablecer la convivencia ciudadana. El atentado a la escuela lastima la conciencia de la sociedad y llama a la bronca más profunda.

¿Hizo falta esta barbaridad para darse cuenta de los problemas sociales que tenemos, y que la economía no es la única variable de salud de un país? Un importante dirigente de la educación, respetable y conocedor, afirmó que el ataque a “lo público” es un ataque a todos. Es decir que la gravedad lo marca que sea “público”, no el hecho por sí mismo.

Discrepamos. En Uruguay tenemos un problema serio de falta de respeto y de límites entre muchos ciudadanos. Se fomentó también en estos años y desde ciertos círculos políticos, un resentimiento doloroso. Quienes se rasgan las vestiduras hoy no son ajenos al problema, desde el poder se alentó la división de la sociedad entre ricos y pobres, izquierdas y derechas, Carrasco y La Teja, empresarios y obreros, y varios etcéteras más.El presidente se hizo famoso y hasta se jactó de aquel “como te digo una cosa te digo la otra”. Es el paradigma de que no hay cosas buenas o malas por sí mismas si no que depende de las circunstancias y de la conveniencia del momento. Ese es el fondo del razonamiento dicharachero, pero grave. Todo es relativo y no es o no debería ser así, porque hay límites.

Quemar una escuela es un acto de primitivismo, tan bárbaro como el que decenas de uruguayos soportan todos los días al ser víctimas “privadas” de la violencia y el delito. Uno y otro hablan de que hay integrantes de esta sociedad que se sienten impunes y no respetan límites o no los conocen o no se los hacen respetar.

El discurso desde el gobierno en estos años fue que todo es relativo, no hay límites claros.

Muchos fueron los ejemplos que regaron la idea que los límites se pueden pasar sin mayor problema. El tema es que se sabe donde se empieza pero nunca dónde se termina cuando no se reconoce la frontera de lo que se puede y lo que no. Un día el presidente trata de chorizo y nabo a periodistas y opositores, o toma de la solapa a un ex ministro de otro partido, habla de las esposas y parejas de los políticos, se cree con libertad de dar consejos sobre la vida y gustos de cada persona, de defender que lo político está por encima de lo jurídico o de tratar de vagos a los uruguayos. Mujica hace bien en criticar con dureza la quema de una escuela, pero debe preguntarse él y su gobierno si la convivencia ciudadana no fue dañada también por gobernantes que cada vez que discrepan con un opositor lo tildan de enemigo de la patria. Él, que comenzó con aquello de los “cajetillas de Pocitos”, no se da cuenta que la convivencia empieza por el respeto al otro y se empieza a perder cuando desde arriba el ejemplo es de desprecio y de falta de límites para con los derechos y las ideas distintas. El gobierno obviamente no quemó la escuela, pero no se puede sorprender por los valores perdidos y los límites pasados. Contribuyó a que se perdieran los dos.

La tarea hoy es reconstruir la escuela para que los niños vuelvan a sus clases y si pudiéramos para que también aprendieran otros que ya no son niños.

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Javier García

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