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La almohada marcha atrás

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Dos temas diferentes pero unidos por el mismo origen: la improvisación. A más de un año de aprobada la ley que legalizó la producción y venta de marihuana, de esa norma no se aplica nada, ni se aplicará. El nuevo gobierno del Partido Nacional la derogará sin que se haya notado su vigencia real, sencillamente porque nunca la tuvo. Empezó mal y terminará como un invento fallido. En su momento fue presentada como un instrumento para combatir la inseguridad y se llegó a afirmar con ingenuidad que con ella se terminaría con el narcotráfico. Esta ley, fruto de la improvisación, tiene los días contados.

Dos temas diferentes pero unidos por el mismo origen: la improvisación. A más de un año de aprobada la ley que legalizó la producción y venta de marihuana, de esa norma no se aplica nada, ni se aplicará. El nuevo gobierno del Partido Nacional la derogará sin que se haya notado su vigencia real, sencillamente porque nunca la tuvo. Empezó mal y terminará como un invento fallido. En su momento fue presentada como un instrumento para combatir la inseguridad y se llegó a afirmar con ingenuidad que con ella se terminaría con el narcotráfico. Esta ley, fruto de la improvisación, tiene los días contados.

Nadie de sus autores sabe cómo se aplica, entre otras cosas porque es inaplicable, y su papel en la lucha contra la inseguridad pública es solo visible para una mente fantasiosa. La votaron contra la opinión de toda la oposición pero además contra las opiniones científicas que advertían de su peligro. Lo único que logró hasta ahora es disminuir lo que los especialistas llaman la “percepción del riesgo” de la droga.

Nadie controla nada, ni cantidades de plantas, ni máximos permitidos y del famoso instituto del Cannabis nadie conoce actividad. Es una ley que alegra a pocos y preocupa a la mayoría de los uruguayos. El antojo de esos pocos que lograron influir en el gobierno hizo que se aprobara. ¿Qué mejoró de la seguridad pública desde su aprobación? Nada. ¿Y de la convivencia ciudadana? Tampoco. Va derecho a su derogación porque es inaplicable y además negativa.

Con Guantánamo pasó lo mismo: improvisación y tozudez. No se puede negociar de espaldas a la soberanía y escondiendo lo negociado. En el medio de las críticas sobre la falta de información, el presidente se mandó aquella bravuconada de que lo decidía cuando el quería y su almohada se lo aconsejara. Tuvo que pegar una enorme marcha atrás porque las bravuconadas presidenciales tienen el límite de la razón y de la ley. Una posición lógica y firme del Partido Nacional frenó lo que decían empezó inspirado en razones humanitarias y luego pasó a ser parte de un negocio de intercambio de favores y mercadería con EE.UU. Dice ahora que lo va a consultar con el próximo presidente porque él no es un rey. ¿Y por qué no empezó por ahí?

Si hubiera informado antes y dado razones de su negociación y no hubiera actuado como un “rey” se podría haber evitado un papelón personal. Comprometió lo que no podía dar y ahora está metido en un lío, en el que también metió a Uruguay. Por improvisado. A “carpeta” no se gobierna un país, hay que ser serio y no soberbio con pose de humilde.

Los diez años de mayorías legislativas propias del FA llenaron de impunidad política al gobierno. La única certeza que dieron fue que no había forma de frenar lo que estaba equivocado. La escribanía de gobierno, que lo fue el parlamento en estos períodos, ratificaba sin chistar lo que venía del Ejecutivo. Ahora vamos a retomar certeza republicana: la separación de poderes, el contralor parlamentario y la pluralidad de una mayoría que sostendrá al gobierno pero lo obligará al diálogo. Es la certeza de que todo no vale lo mismo y nadie es más que nadie en una República que no permite que algunos se sientan reyes.

“Lo decido cuando quiero con mi almohada” será una frase para el más triste olvido. Propia de veteranos gruñones con ínfulas de monarca criollo, sin lugar en esta República también muy criolla.

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Javier García

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