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De la radio al zoom

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Isabelle Chaquiriand
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Uno de los recuerdos más memorables de mi infancia me retrotrae a los veranos en los que mi familia se mudaba al interior del país. 

Aquellas épocas en que la televisión empezaba a las 5 de la tarde, y, en nuestros caso, según el clima y hacia dónde apuntábamos la antena, teníamos que elegir si veíamos los canales (de aire, por supuesto) de Uruguay o Argentina.

Por suerte existía la radio local, que era la otra manera de mantenerse informado. Diariamente daba las noticias, pero también los avisos sociales: “la familia Pérez anuncia que nació Emilia, su tercera hija. La niña y la madre están bien y serán dadas de alta en el día de mañana”. “Este es un mensaje para Estela de su marido Julio: no va a llegar a tiempo a la casa, así que le manda un paquete por encomienda”. Era de lo más interesante. Unos precursores de Twitter y Facebook.

En el pueblo y sus alrededores había teléfono, pero su costo era bastante alto, por lo que la comunicación entre los miembros de mi familia era básicamente por radio. La otra radio. Había que encontrar una frecuencia libre y tratar de hablar en clave para que los que sintonizaban la misma frecuencia no se enteraran de vida y obra de los interlocutores. “Atento base verde, atento base verde” “acá base naranja, ¿cómo estás?. Cambio”. “Todo bien por acá. Cómo te fue en el examen? Cambio”. “Eh… no hay buena señal… se escucha entrecortado… mejor te cuento cuando llegue. Cambio y fuera”. Nada muy diferente al zoom de hoy en día, salvo que no nos veíamos la cara.

Al final, tanta tecnología ha corrido bajo los satélites, pero la comunicación no ha evolucionado tanto. Tanto ayer como hoy, la verdadera riqueza del intercambio en una conversación es en la conversación cara a cara.

Hace unos meses, Janan Ganesh publicaba en su columna del Financial Times “zoom and the lost art of interruption”, donde defiende la importancia del arte de interrumpir en una conversación, como fuente de riqueza del intercambio.

Por supuesto que deja de lado casos de inequidad entre los interlocutores, donde la interrupción, en cualquier formato, es inadmisible porque coarta a una de las partes. Refiere al odioso delay del zoom que hace de cualquier conversación enormemente torpe y le quita toda espontaneidad.

Esa falta de tirantez que existe en lo presencial ante la posibilidad de ser interrumpido en caso de error o falta de interés, lo que transforma el intercambio virtual en artificial y poco profundo. Pasan los meses y aunque tengamos práctica, las conversaciones virtuales no dejan de ser monólogos alternos con un ritmo de perezoso.

Falta la interrupción, la mirada, el gesto, un “algo” que se respira en el aire que aporta riqueza a una reunión más allá de lo estrictamente higiénico.

La creatividad, esa chispa que ocurre cuando un grupo de personas están juntas, cara a cara, apuntando ideas en un pizarrón o en un papel, requiere de interrumpirse, de socializar ideas, de charlas de pasillo. La resolución de problemas, en cualquier ámbito, precisa un elemento de fricción, de desacuerdos que, al irse resolviendo, crean valor. Y eso no sucede en la pantalla.

Al final, la era del zoom, no es tan distinta a la de la radio de mi infancia.

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