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Propósito, sentido y pasión (II)

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ISABELLE CHAQUIRIAND
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Mark Twain, autor de “Las aventuras de Tom Sawyer”, decía que “los dos días más importantes de nuestras vidas son el día en el que nacemos y el día en el que descubrimos por qué lo hicimos”.

Algo así como si deambuláramos por la vida esperando que el destino nos ilumine. Sin duda que eso puede pasar, pero tiene altas probabilidades de terminar en frustración.

Entre otras cosas porque el propósito generalmente no está en una sola cosa: Marie Curie fue una científica ganadora de un Nobel, pero también una dedicada madre y esposa; Bill Gates es un genio de la informática pero también uno de los filántropos más importantes de la historia reciente. A la mayoría de nosotros nos apasiona más de una cosa y esa combinación única es la que da sentido a nuestra vida. La faceta profesional es solo un componente, que generalmente es el instrumento y no el fin.

Pero si no es a través de un llamado, ¿cómo se encuentra el propósito?

Todo liderazgo comienza por el autoliderazgo: en tener una visión personal, producto de una profunda reflexión sobre uno mismo, transmitida a través del ejemplo.

Joseph Badaracco, profesor de Harvard, entrevistó a una serie de ejecutivos para averiguar cómo llegaron a superar los momentos más difíciles en sus carreras. El factor común que encontró fue que eran capaces de distanciarse del ajetreo de la rutina y hacer un proceso de introspección, trabajar en cuáles eran sus valores y sus principios, formando una identidad sólida y auténtica basada no en lo que piensan otros sino en la propia comprensión de lo que es correcto. Fue así como dejaron de ser gestores para convertirse en líderes.

Todos lo podemos ver, el liderazgo no es escuchar a mi jefe recitar como un loro los objetivos de la empresa. Se logra cuando transmite un compromiso apasionado con esos objetivos y actúa en consecuencia. El liderazgo no es una profesión ni un traje que dejamos a la salida de la oficina antes de llegar a casa para ser quien de verdad somos. Daniel Goleman decía que cuanto más elevada sea la función en una organización, menos influirán en el éxito las habilidades técnicas en comparación con la inteligencia emocional. Su investigación concluye que el 90% de la diferencia en el desempeño podría atribuirse a estos últimos, que él define como la autociencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidad social.

Más aún, en tiempos donde todas las posiciones requieren de autogestión, iniciativa, creatividad, capacidad de aprender, tomar decisiones y, sobre todo, de hacerse cargo, la necesidad de autoliderazgo ya no es exclusiva de los altos ejecutivos. El desafío está en que estas habilidades no están en las exigidas a un contador, un vendedor o un ingeniero de producción. Son rasgos que tienen que ver con la comprensión que cada uno tiene de sí mismo, más que con la formación profesional. Son tiempos en los que las habilidades técnicas son necesarias, pero no suficientes.

Ahora, ¿cuántas empresas entrevistan a sus candidatos teniendo en cuenta estos criterios? ¿Cuántas tratan de desarrollar estos rasgos entre sus empleados? Se vuelve indispensable trabajar una profunda y madura conciencia de nosotros mismos. De aprender a trabajar en la propia identidad y propósito.

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