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Perdimos la oportunidad

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ISABELLE CHAQUIRIAND
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Cada cinco años, un grupo de militantes trabaja incansablemente por un candidato con la esperanza de un nuevo país. Es motivante ver a tantos y tantos jóvenes que reparten listas de sol a sol, trabajando por lo que ellos creen es el mejor rumbo para el país.

Se puede ver la ilusión de un nuevo empezar, dejando de lado las equivocaciones, los desgastes y las viejas mañas de otras generaciones que tiñeron a la actividad política de un manto de dudas, desconfianza y desprestigio. Ilusión que, en mayor o menor medida, todos los ciudadanos compartimos en cada año electoral.

La ilusión de una nueva oportunidad.

Estas elecciones estaban servidas en bandeja para estar a la altura: una renovación generacional completa de candidatos, nuevos partidos políticos y el mayor acceso a los ciudadanos que jamás se haya visto en la historia, a través de la tecnología. Nuevas caras, nuevas esperanzas, sin las mochilas de la vieja guardia y la posibilidad de transmitirlo como nunca antes: una hoja en blanco para poder escribir un nuevo perfil de la política uruguaya y dar un mensaje a la sociedad, de vida en comunidad.

La historia se está escribiendo de nuevo, pero no se hace de la mejor manera.

Desde las fake news y las llamadas telefónicas de madrugada durante las elecciones internas; los mensajes como misiles entre candidatos, muchos de ellos sin ningún tipo de altura intelectual y para completar, campañas conspirativas de audios sobre abuso de poder, comentarios deplorables entre integrantes de los propios partidos, y la exposición de la vida personal y familiar de los políticos, incluso motu proprio. Unas elecciones dignas del guionista de House of Cards.

Nos olvidamos que la batalla es con la economía, con encontrarle la vuelta para salvarnos de una región que se cae a pedazos, con la grieta que se ha formado en la sociedad, con los problemas que tenemos en los niveles de educación, la violencia y el tráfico de drogas.

Nos olvidamos que son competidores, no rivales.

El caso Moreira es el ejemplo: en lugar de dar un mensaje único y en bloque de todo el sistema político en contra de cualquier práctica indebida (sabiendo que hay antecedentes poco felices en todos los partidos) el foco está en utilizar el caso de forma electoralista.

Una vez más, las energías se están poniendo en la destrucción interna del sistema político y no en pelear contra los verdaderos enemigos de fondo, que son las prácticas indebidas.

Sin dudas que no todos son responsables. Pero la posición de algunas manzanas podridas tiñó estas elecciones de una guerra que no hace honor a esos militantes que están trabajando cada día con la ilusión de un nuevo país.

Esta campaña se transformó en un triste ejemplo para la ciudadanía, de la forma de vivir en comunidad, de la tolerancia, de cómo resolver las diferencias.

Independientemente de quién gane estas elecciones, el sistema político perdió la oportunidad de hacer las cosas de otra manera, de dar el ejemplo, de ser líderes de la sociedad dejando en claro que la batalla está en sacar al país y a sus ciudadanos adelante y no solamente en ganarle al otro.

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