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Mi Navidad con ella

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ISABELLE CHAQUIRIAND
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Mi madre es una mujer exquisita. De esas personas que siempre tiene un tema interesante de conversación, con sonrisa luminosa y abrazo genuino. De joven le decían que se parecía a Audrey Hepburn, pero ahora yo diría que tiene un aire más a Jane Fonda.

Si les contara su edad me desheredaría automáticamente, pero solo les puedo decir que van pasando los años y sigue siendo la mujer más elegante que haya conocido. Es de las que son capaces de comer en una mesa con varias filas de cubiertos y copas, pero también de acodarse en una barra y tomar cerveza del pico con igual naturalidad. Eso sí, jamás la verán sin maquillaje, cada día está pronta para salir al escenario de la vida con la misma presencia y contundencia. Lectora empedernida, bibliotecóloga de profesión, su vida es como una biblioteca perfectamente ordenada por género y apellido del autor, pero sabiendo que lo incontrolable, el color, altura y grosor de cada libro, van a decidir cómo van a quedar las cosas al final. Mi madre es ese tipo de mujer.

Tuvo 4 hijos en 3 años y medio (sin mellizos) en épocas en que no había pañales (ni pañuelos) descartables. Trabajó con una pasión y un sentimiento de orgullo por su tarea que espero nunca olvidar. Hoy, liberada de lo que debía hacer, dedica sus días a lo que quiere hacer: publicó un libro de cuentos, reparte sus días entre cursos de literatura, filosofía política y no-sé-qué, de cine clásico.

Además de por supuesto, mandarme mensajes de whatsapp comentándome algún artículo interesante que encontró en alguna parte, o avisarnos el día antes a todos los miembros de la familia, del cumpleaños de alguno de los 12 nietos que la vida le dio. Cada quince días, religiosamente, me manda un aviso de “te toca escribir esta semana, ¿no?”. Porque imaginarán que no se me ocurriría mandar una columna sin que ella la viera antes.

Su único pecado capital declarado fue haber fumado demasiados años, más de los que su cuerpo pudo resistir. La vida le dejó una factura llamada EPOC que desde hace años le está jugando una dura pulseada a su menudo físico. Por lo que, desde el 13 de marzo, está encerrada en su apartamento. Desde entonces salió contadas veces con alguna excusa imprescindible, aunque ambas sabemos que fue cuando su abstinencia de afecto físico ya se volvía insostenible. A mí me gustaría, pasar la Navidad con ella.

Desde que comenzó la pandemia, en mi casa seguimos las recomendaciones sanitarias al pie de la letra, pero este último mes no paramos de entrar y salir en cuarentena porque algún integrante de la casa tuvo contacto con un positivo. La vida cotidiana se ha vuelto un salto de obstáculos.

Nos quedan 10 días para Navidad y el partido que se juega en estos días no es el nuestro. Es el de nuestros padres y abuelos, que no tienen infinitas navidades por delante. Cuidémonos entre todos para que estas fiestas las podamos pasar juntos.

En estos días, cuando salgas de tu casa, acordate de mi madre, de la tuya, de los abuelos y de todas esas personas que están llenas de vida y de abrazos por compartir. Porque hace 9 meses que los vienen guardando y hace toda una vida que se los vienen ganando.

Y nosotros nos los estamos perdiendo. Ya falta menos. Es un poco más.

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