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Educación, educación...

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isabelle chaquiriand
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Así empezaba su mandato José Mujica, con esas palabras que quedaron retumbando en las paredes del Palacio Legislativo cuando asumió como Presidente en 2010. Su planteo no fue original.

En 1996, Tony Blair en Reino Unido presentaba su programa diciendo: “pregúntenme por mis tres principales prioridades para el gobierno y les diré “educación, educación y educación”.

En Estados Unidos, en las últimas décadas la educación fue el eje central de las políticas en respuesta a la desigualdad y a la pérdida de empleo en la era de la globalización y la tecnología. Es un discurso universal, basado en que la verdadera igualdad de oportunidades requiere de una nivelación del terreno social, para que las personas de todos los orígenes puedan prepararse para competir en la economía del conocimiento. Un sistema absolutamente meritocrático, donde la movilidad social es un elemento central del desarrollo social y económico y donde la capacidad de ascender está directamente relacionada al acceso a la educación y otros recursos que preparan a las personas para el mundo laboral.

Pero para ello, debemos asegurarnos de que todos tengan las mismas oportunidades de recibir educación.

Todo este discurso se cae por la borda cuando vemos los resultados del informe sobre el estado de la educación en Uruguay del INEED publicado hace unos días: En 2019, sólo el 43% de los jóvenes de 21 a 23 años completaron la educación obligatoria y la diferencia por origen socioeconómico y cultural era casi del 60%. Sin embargo, la educación está lejos de ser la principal preocupación de los uruguayos: según la encuesta publicada en setiembre de este año por Equipos Consultores, la educación está en el quinto lugar en la percepción de los principales problemas del país, con el 10% de las respuestas.

La brecha en la educación que vivimos hoy requiere de medidas urgentes.

¿Cómo convive esto con una sociedad meritocrática? Un sistema donde quienes logran el éxito en teoría se lo merecen como resultado de su esfuerzo, y, por ende, quienes no pudieron alcanzarlo, supuestamente también se cosechan ese resultado. El desenlace de esa fórmula sólo puede ser una combinación de soberbia y resentimiento social. Porque en el Uruguay de hoy no es tan evidente que “si le ponés esfuerzo, llegás hasta donde tus capacidades te lo permitan”. Llegás hasta donde el contexto donde naciste y tus capacidades te lo permiten. Cualquier excepción, es el caso que confirma la regla.

La brecha en la educación que vivimos hoy requiere de medidas urgentes. Esto no implica no responsabilizar moralmente a las personas por sus acciones, supone asumir que no somos totalmente responsables de lo que nos ha tocado en suerte y, por lo tanto, debemos encarar con doble responsabilidad una transformación necesaria e indispensable como país.

La semana pasada el Observatorio de la Coyuntura Económica de la UCU invitó a tres legisladores de partidos políticos diferentes a hablar del futuro de la educación en nuestro país. Rodrigo Goñi, Ope Pasquet y Pablo Ferreri tuvieron pocos desacuerdos: la situación de nuestro país en esta materia es grave y requiere de un plan a largo plazo que trascienda partidos políticos e intereses coyunturales. Porque el futuro del país está en juego y ya no podemos seguir con aspiraciones de deseo.

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