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En búsqueda de la política

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isabelle chaquiriand
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Salvo contadas excepciones, la mayoría de las personas no sentimos una necesidad irrefrenable de salir a la calle a movilizarnos por una causa. De hecho, generalmente creemos que es poco lo que podemos incidir en cómo funciona nuestro país, ni que hablar el mundo.

Tanto, que muchos ciudadanos están descreídos del sistema político, o más aún, de la política. Sin embargo, estos días hemos sido testigos de movilizaciones tanto por el referéndum de la LUC, temas de violencia de género y hoy por el 8M, que ofrecen la rara oportunidad de congregarse en torno a una motivación colectiva y hacerlo de manera pública. Son de las pocas instancias en la actualidad donde las preocupaciones individuales se transforman en temas públicos, creando una comunidad a partir del encuentro en un mismo camino.

El gran tema es qué sucede una vez que pase el 8M, el plebiscito de la LUC o el empuje que llevó a esa movilización. La intención de perpetuarse en el espacio público, de tener una voz permanente, se desmantela.

Los puentes entre la vida pública y la vida privada son difíciles de transitar si no existe una manera clara de transformar las preocupaciones privadas en temas de agenda pública. En tanto un ciudadano común sienta que puede plantear sus problemas y confiar en que no sólo será escuchado, sino que se pueden llegar a solucionar. Sin esos puentes, sin canales estables, la comunicación es intermitente y se da a través de esfuerzos fugaces, explosiones aisladas de corta vida como las manifestaciones que vivimos estos días. Pero esos estallidos se agotan rápidamente y otra vez nos volvemos a encontrar con los puentes rotos entre el poder y el verdadero sentido de la política.

En la antigua Grecia, el ágora era la plaza donde se solían congregar los ciudadanos volviéndose el centro político urbano, un lugar donde discutir sobre los problemas de la comunidad. Era un espacio ni público ni privado, sino que era público y privado a la vez. Era donde los problemas privados se reunían, no solo para hacer catarsis, sino para buscar palancas que provocaran cambios. Este espacio es el que hay que reconstruir y preservar en la actualidad, más allá de los estallidos puntuales. Lograr desterrar la apatía política cotidiana, romper el descreimiento del ciudadano medio y revalorizar su capacidad para incidir en su destino, su país, su mundo.

Pero para eso se requiere que el ciudadano pueda saber, querer y poder. Saber qué es lo que quiere cambiar y hacia donde quieren ir, lo que se desarrolla a través de la educación, de la reflexión crítica que le otorga la capacidad de decidir el significado del bien común y de lo que debería hacerse para lograrlo; querer, lo que se logra a través de la motivación de los individuos de desear ser parte de la construcción el todo y no solamente ocuparse de su individualidad; pero también que puedan hacerlo. Que existan los mecanismos para que el ciudadano común, sólo o en conjunto, pueda acceder a los ámbitos de decisión política. Porque hacer política requiere de la permanencia de una zona de constante tensión, donde el diálogo tiene que ser permanente.

Y es ahí donde ciudadanos nos tenemos que comprometer, pero políticos se tienen que encargar de construir esa cercanía cotidiana. Acercar el poder a la polis.

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