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Antídoto a más que la pandemia

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ISABELLE CHAQUIRIAND
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En cada campaña, suele aparecer algún candidato con la trillada promesa de que trae “una forma diferente de hacer política”. Ya resulta difícil creerlo. Lo escuchamos demasiadas veces y se cumplió demasiado poco.

Las buenas intenciones se contaminan rápidamente de las viejas mañas; o son espejitos de colores para ganar las elecciones; o peor aún, las nuevas formas de hacer política son peores que las anteriores. ¿Será que el sistema no tolera otra manera de hacer las cosas? ¿O será que en la escena política se termina abandonando la esperanza si allí se entra, como en el infierno de Dante en la Divina Comedia?

No es solo en Uruguay. En el mundo entero vemos populismos cuyos referentes políticos fomentan grietas, atacan a los adversarios de manera penosa y no saben mantenerse en un debate presidencial como adultos. Ni que hablar cuando tienen twitter al alcance de la mano. Qué difícil está levantar la vara.

El pasado fin de semana Jacinda Ardern, de 40 años, fue reelecta como Primera Ministra de Nueva Zelanda, país que hasta hace poco era famoso por su equipo de rugby, los All Blacks, y por haber sido el lugar de filmación del Señor de los Anillos. Hoy, esta isla del suroeste del Pacífico, con 4.8 millones de habitantes, tiene a uno de los líderes políticos más influyentes del planeta. Hace 3 años Ardern se convirtió en la jefe de gobierno más joven. Es admirada, creíble y eficaz, calificativos que no se ven muy seguido todos juntos cuando se habla de un político, lo que le dio a su partido el mejor resultado en 50 años.

Su liderazgo se caracteriza por combinar cosas que parecen a priori incompatibles: es empática y firme; se define socialista liberal; gobierna con New Zeeland First, partido de corte nacionalista muy alejado ideológicamente a ella. Y fue madre a poco de asumir en el gobierno. Se ha transformado en un ícono mundial por la gestión de la pandemia covid, pero también tuvo que lidiar con el mayor ataque terrorista en la historia de la isla, e hizo frente a desastres naturales como la erupción de un volcán. Su amabilidad y énfasis en la cooperación le valió el apodo de "la anti-Trump".

En su discurso del sábado, tras su reelección, subió al escenario con una imagen que poco se parece a otras líderes políticas del mundo: con su pelo largo suelto, vestido y labios rojos, caravanas importantes, lágrimas en los ojos y una sonrisa luminosa. Tras los primeros 30 segundos de discurso en maorí fluido, el idioma de los pueblos indígenas de su país le dijo al mundo: “Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, un lugar donde cada vez más personas han perdido la capacidad de ver el punto de vista de los demás. Espero que estas elecciones hayan demostrado que esto no es lo que somos. Que como nación podemos escuchar y debatir. Después de todo, somos demasiado pequeños para perder de vista la perspectiva de otras personas”. “En tiempos de crisis, creo que Nueva Zelanda lo ha demostrado. Esta no ha sido una elección ordinaria y no es un momento ordinario. Ha estado lleno de incertidumbre y ansiedad, y nos propusimos ser un antídoto para eso ".

Más allá de las orientaciones políticas, modelos económicos y partidos políticos, Ardern ha demostrado ser un antídoto a mucho más que la pandemia del covid. Ojalá esto sí sea muy contagioso.

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