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Más allá de las ganancias

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isabelle chaquiriand
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En 2015, se descubrió que una reconocida marca de vehículos violaba las normas de protección ambiental de EE.UU. Uno de sus modelos emitía altos niveles de óxido de nitrógeno, un gas altamente venenoso, lo que implicó que tuviera que retirar del mercado unos 482.000 autos.

El escándalo aumentó cuando se comprobó que estos modelos estaban equipados con un software que dificultaba la detección de estos gases, lo que permitía que estos vehículos pasaran las pruebas sin problemas. Más grave aún, se identificó que otros 11 millones de vehículos de esa misma marca estaban equipados con este software. Como resultado, la empresa tuvo que pagar una multa de más de US$ 25 mil millones y un costo reputacional inconmensurable.

En una encuesta de Gallup en EE.UU., los encuestados que sostienen tener poca o ninguna confianza en las grandes empresas aumentaron del 27% en 1997 al 34% en 2019. La idea del capitalismo salvaje y del afán de aumentar las ganancias a costa de consumidores o empleados, lejos de disminuir, aumenta.

No es raro que suceda. A lo largo de los años, el principio rector de la mayoría de las empresas ha sido maximizar las ganancias, con la mirada puesta casi únicamente en los accionsitas. Estas prácticas dieron lugar en algunos países a una mayor intervención del gobierno, como por ejemplo, a través de políticas públicas antimonopolio. Pero con el pasar de los años, fueron los accionistas y las otras partes relacionadas de toda la cadena de valor, los que lograron un verdadero cambio.

Es la presión de los consumidores y empleados los que están llevando a las empresas a tener modelos de negocios en torno al bien social, porque nos estamos dando cuenta que las empresas tienen un poder monumental para crear un cambio real en los problemas sociales, mientras que generan ganancias.

El concepto de valor compartido, eso de mejorar la competitividad de una empresa al mismo tiempo que las condiciones económicas y sociales del entorno, está cada vez más presente.

El consumidor actual no solo exige sobre el costo o la calidad de los productos que compra. También necesitan conocer los costos morales involucrados, la reputación, la cultura de la empresa y el trato a socios y empleados.

Es así como en los últimos años las empresas tomaron un rol protagónico en los factores ambientales, sociales y de gobernanza, también conocidos como ESG, métricas que cubren un amplio espectro de problemas que generalmente no forman parte del análisis financiero, aunque tengan impacto financiero.

El término ESG se encontró por primera vez en el informe Who Cares Wins de la ONU y del gobierno suizo y desde entonces se ha vuelto referencia. Pero no se trata sólo de altruismo: según la universidad de Oxford en 2015, las prácticas de ESG dieron como resultado un mejor desempeño operativo en el 88% de las empresas. Según McKinsey, en 2020 solo el 7% de los ejecutivos de Fortune 500 creían que las empresas debían centrarse principalmente en obtener beneficios y no distraerse con objetivos sociales. Cuestiones como la desigualdad de ingresos, el cambio climático y cuestiones raciales y de género han llegado la vanguardia en las grandes empresas, logrando beneficios mucho más allá de las ganancias.

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