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Panorama económico 2018

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Ignacio Munyo
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¿Qué esperar este año para la economía uruguaya? ¿Cuánto va a crecer el PBI? Ya verán todas las vueltas que tengo que dar para arriesgar una respuesta con fundamentos.

A esta altura nadie se puede sorprender de que las condiciones financieras internacionales (tasa de interés, flujos de capitales externos), los precios de los commodities (alimentos, petróleo) y la actividad económica en la región sean factores que afectan a la economía de nuestro país. Con un manejo razonable de la macroeconomía e integrados financieramente al mundo, nuestra suerte en el corto plazo se juega mucho afuera. (La historia es otra para plazos mayores en donde las reformas internas se llevan el rol principal.)

Sin embargo, no nos terminamos de poner de acuerdo al reconocer su peso. Según nuestros modelos de proyección del PBI (estimados desde los 90), los factores externos explican dos terceras partes de los cambios en la actividad económica en Uruguay. Y no es cuestión de ningunear méritos, porque en el periodo considerado pasaron gobiernos de todos los colores.

Por lo tanto, estimado lector, no tengo más remedio que analizar factores externos. Le propongo empezar por las condiciones financieras internacionales, no solo porque hay ruido sino porque condiciona a todo el resto.

El desempeño actual de la economía de los Estados Unidos genera presiones para mayores subas en las tasas de interés. El crecimiento de la actividad económica y los salarios son mayores a lo esperado y la tasa de desempleo sigue bajando. La confianza de los consumidores está en niveles muy elevados y hay una fuerte aceleración en las perspectivas para la inversión empresarial, alcanzando niveles no vistos desde los 70. Y la inflación empieza a brotar. Para echar más leña al fuego, el gobierno de Trump inicia una doble expansión fiscal: entra en vigencia una reforma tributaria que empuja más aún el consumo y la inversión, y al mismo tiempo se aprueba un presupuesto con una fuerte expansión generalizada del gasto público.

Así no pueden sorprender las primeras declaraciones oficiales de Powell, flamante presidente de la Reserva Federal. Más allá de lo que dijo o no, importa que los mercados entendieron que las tasas pueden subir más de lo que se pensaba. Tengamos claro que declaraciones en el sentido contrario por parte de su antecesora (Yellen) impulsaron un cambio de viento que favoreció enormemente a todas las economías emergentes en los últimos dos años.

Con este combo, la tasa de interés a 10 años araña el 3%, cuando hace unos meses atrás estaba por debajo del 2%. Ya esta suba debería preocuparnos mucho porque mejora sensiblemente el retorno de las inversiones en el exterior y nos obliga a redoblar esfuerzos para tratar de que vengan acá.

Las agencias especializadas —más allá de excepciones explicadas por cambios climáticos inesperados— prevén que los precios internacionales de la soja, carne, celulosa, leche y arroz se mantengan este año en niveles cercanos a los actuales. Sin embargo, los commodities también son activos financieros cuyo precio tiende a moverse de forma inversa a las tasas de interés. Una suba mayor a la esperada de la tasa de interés en EEUU puede hacer caer el precio de los commodities al tentar a los inversores globales a colocar los fondos en una inversión con mayor rendimiento potencial.

El caso del petróleo merece un comentario aparte por la estructura particular de su mercado. Por el lado de la oferta, Arabia Saudita y Rusia se acercan a un acuerdo firme para restringir la producción y subir el precio. Al mismo tiempo, la demanda se acelera con las mejores perspectivas de crecimiento mundial, en particular en economías importadoras de petróleo como China y Europa. Si la mayor demanda no logra tener una respuesta suficiente de la oferta de EEUU (tercer productor mundial, ya casi en el nivel de Arabia Saudita y Rusia), se generarán presiones a la suba del petróleo a lo largo del año. Lo que nos complicaría por el lado fiscal.

Desde de las economías de la región las perspectivas son buenas. Aunque hay murmullos. El gobierno de Brasil procesó reformas bien vistas por los mercados (tope al gasto público y legislación laboral), pero su agenda quedó trunca ante la imposibilidad de aprobar una reforma de la seguridad social vital para estabilizar las cuentas fiscales. Todavía se espera un crecimiento del PBI de 2,7% para este año. Aunque ahora a la enorme incertidumbre de las elecciones presidenciales de octubre se le suma el ruido del contexto financiero internacional, que también le pega a Brasil por más grande que sea.

Si bien todavía se espera que Argentina crezca 3% este año, la confianza de los consumidores cayó fuerte luego del pico de noviembre y ya está en valores cercanos al promedio histórico. La agenda de reformas es percibida por los mercados como menos profunda de lo necesario y postergada para un potencial segundo mandato. El gradualismo para reducir el déficit fiscal y reencauzar la inflación se sustenta en el acceso al financiamiento externo. Hay que tener claro que el partido que juega Argentina se complica con el cambio brusco en las condiciones financieras internacionales.

Si el contexto externo evoluciona sin sobresaltos —todavía el escenario más probable—, y si Uruguay mantiene la estabilidad financiera y fiscal, nuestros modelos de proyección sugieren un crecimiento del PBI de 3% para este año. Este número contempla dos hechos internos que van en dirección contraria: el efecto negativo de la seca sobre la producción agropecuaria y el efecto positivo de tener la refinería de la Teja funcionando durante todo el año, cuando la mitad del año pasado estuvo parada.

Es una buena noticia esperar crecer 3% este año. Hay que decirlo. Pero al mismo tiempo hay que internalizar los riesgos. Los factores externos están todos encadenados. Si las tasas internacionales suben se encarece el crédito, se generan presiones a la baja en los commodities, y se hace más difícil atraer inversión extranjera. Argentina y Brasil sentirían el cimbronazo y nosotros, de carambola, otro impacto negativo que afecta el turismo, el comercio regional y las inversiones de nuestros vecinos en nuestro país.

Sería muy bueno que reconociéramos que el crecimiento en Uruguay a partir de 2016 se aceleró gracias al impulso de un contexto externo favorable que ya presenta algunos síntomas de deterioro. Si fuera así, sería natural tenerlo presente en la próxima rendición de cuentas. Lo que se hizo público hasta el momento indica que estamos lejos de esta ilusión.

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