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Atraso cambiario

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Ignacio Munyo
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El concepto de atraso cambiario es complejo de definir y medir. No alcanza con mirar el valor del dólar. La inflación juega, la nuestra y la de nuestros socios comerciales.

También hay que tener en cuenta los fundamentos económicos que explican que un país se vuelva más caro, como la productividad, el nivel de ingreso privado y el gasto público.

Según nuestras estimaciones —que hace años hacemos en el Centro de Economía del IEEM-UM en base a múltiples metodologías— tenemos hoy un atraso cambiario significativo. (La suba del dólar en lo que va del año ayudó poco y nada a revertir la situación.) Y el principal responsable es el gasto público. La suba del gasto del gobierno financiado con endeudamiento de largo plazo provocó un aumento de la demanda de bienes no transables (los que no sufren la competencia del exterior) que los encareció con respecto a los transables. Si se considera el desalineamiento del tipo de cambio real en relación al que deberíamos tener con un gasto público sostenible en el tiempo —no el actual—, el atraso cambiario asciende a 24%.

Como chequeo se pueden ver formas alternativas de computar atraso cambiario. Todas cuestionables. Si se considera la paridad cambiaria en términos reales con EE.UU., hoy estamos un 25% más caros que el promedio histórico. Si se prefiere, se puede mirar Nueva Zelanda y ahí ver que estamos un 20% más caros que el promedio histórico.

Llama la atención que hablemos de atraso cambiario cuando al mismo tiempo hay superávit en la balanza comercial: las exportaciones superan a las importaciones. Pero cuidado. Tanto a las exportaciones como a las importaciones hay que mirarlas con lupa para saber si el superávit de 2017 es coyuntural o sostenible en el tiempo. De hecho, al excluir factores excepcionales como la cosecha de soja o el ingreso récord de argentinos, el superávit comercial con el exterior desaparece. Ni que hablar si tenemos en cuenta que las importaciones de bienes de capital e insumos intermedios están bastante deprimidas en relación al promedio de los cinco años previos.

Por donde se lo quiera mirar, y con los chequeos que se quieran tener, en Uruguay hay un atraso cambiario cercano al 20%, que no es para nada gratis. Algo hay que hacer.

El impacto negativo del atraso cambiario en el desarrollo de los países es ampliamente reconocido a nivel internacional, con particular incidencia en los países en desarrollo. El nexo entre atraso cambiario y crecimiento económico se basa en el hecho de que existen ciertas barreras a la productividad que afectan de forma más intensiva a los bienes que compiten con productos del exterior —los transables.

El sector transable es el que se ve directamente afectado por malas condiciones de acceso a mercados internacionales. A su vez, los requisitos necesarios para operar de forma productiva en el sector transable son mayores a los necesarios en el sector no transable en materia de aprendizaje (tecnología, marketing, e información que se extiende a otras empresas) y de coordinación (hacia arriba, hacia abajo y entre pares en la cadena industrial). Del mismo modo, el sector transable usualmente tiene mayores necesidades en materia de infraestructura, de acceso al crédito, en calidad de recursos humanos y de sofisticación de las relaciones laborales.

Bajo esta óptica, la suba del dólar es concebida como una especie de subsidio. La depreciación cambiaria sería así un sustituto de las políticas públicas necesarias para bajar las barreras a la productividad que perjudican la competitividad del sector transable. Que, dicho sea de paso, es el sector con mayores niveles de productividad de la economía.

Es cierto que el sector transable ocupa de forma directa solo un 34% de los puestos de trabajo existentes en el país. Sin embargo, según nuestros cálculos, si se incluyen aquellos sectores que dependen indirectamente del sector transable, se supera con margen la mitad del total del empleo en Uruguay. Por ejemplo, las ventas en el supermercado de Tacuarembó dependen indirectamente de la faena y el precio internacional de la carne. El transporte de carga depende indirectamente del clima que determina el rinde de la cosecha de soja. A su vez, el turismo afecta el movimiento comercial de toda la costa del país de oeste a este y la paridad cambiaria con Brasil, el movimiento comercial en la frontera seca del norte y este del país.

¿Qué se puede hacer?

Por más que cueste visualizarlo, el BCU tiene potencial limitado para afectar de forma permanente la competitividad. No le pidamos peras al olmo. Tenemos un sistema cambiario flexible en el cual el valor del dólar responde a lo que sucede en los mercados internacionales. Con un dólar planchado a nivel internacional, si el BCU emite pesos y compra dólares para subir su precio en el mercado de cambios, genera presiones inflacionarias. Y la inflación termina afectando la competitividad. Para evitarlo, la emisión de pesos tiene que esterilizarse con letras de regulación monetaria. Para ser atractivos, las letras tienen que pagar tasas reales positivas —por encima de la inflación esperada. Así no solo sube el costo fiscal por el pago de elevados intereses, sino que puede contribuir a atraer dólares al mercado y generar nuevas presiones a la baja del tipo de cambio.

Este dilema de la política monetaria solo se puede evitar si el gobierno cuenta con superávit fiscal para comprar dólares sin tener que emitir pesos. Para ello se necesita una tarea conjunta con el MEF, porque el gasto público es la variable clave a controlar.

El desempeño actual de la economía de EE.UU. debería inducir a nuevas subas en las tasas de interés y fortalecimiento del dólar. Sin embargo, la incertidumbre asociada a Trump: guerra comercial, guerra de monedas o sus ataques a la independencia de la Reserva Federal, pone un manto de duda. De todas formas, téngase presente que una suba del dólar no tiene necesariamente como correlato una mejora sostenible de competitividad en Uruguay.

Lo que realmente debemos hacer es avanzar en lo que sea necesario para mejorar la productividad. Hoy. No mañana. Con el encarecimiento actual, los esfuerzos de promoción de inversiones o salvatajes de empresas que se hacen —o que se puedan hacer— no van a ser suficientes. Tenemos que buscarle la vuelta para bajar las elevadas barreras que nos impiden ser más productivos y que afectan más intensamente al sector transable. Nos volvimos un país caro con fundamentos de país barato, he ahí la esencia del problema.

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