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Argentina y nosotros

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Francisco Faig

Por estos días se dice que la estrategia de Mujica con Argentina ha sido exitosa: se levantó el corte del puente San Martín. Sin embargo, creer que vamos por buen camino es no entender la lógica que anima a la Argentina.

Desde el siglo XIX la región vivió un equilibrio de poderes en torno a nuestros dos imponentes vecinos.

Potencias de gran superficie y de similar desarrollo económico y militar, Brasil y Argentina garantizaron, con su equilibrio y mutua rivalidad, la independencia de la llave geopolítica del continente que es el Estado uruguayo.

Pero todo cambió a partir de 2001 para Argentina. Brasil, que tenía hasta los años 90 una riqueza similar a su poderosa vecina, hoy tiene un producto bruto cinco veces mayor. Entre 1990 y 2010, su población creció en más de 45 millones de personas; algo más que toda la población argentina actual. Por el lado del Pacífico, la riqueza de Chile, con cerca de 15 millones de habitantes, representó la mitad de lo que produjo toda la Argentina en 2009. Por el Norte y noroeste del continente, Venezuela, que en 2003 era más pobre que Argentina, es hoy más rica gracias al precio del petróleo; Colombia es, sin duda, muy superior militarmente; Lima no tiene nada que envidiar a la metrópoli bonaerense, ni Perú al crecimiento económico de su histórica aliada.

Así, la primera década del siglo XXI fue nefasta para Buenos Aires. Quedó para la Historia el tiempo de equilibrios con Brasil. En 2010, países vecinos, otrora subordinados, están llamados a ocupar espacios económicos y estratégicos cada vez mayores en Sudamérica.

Por eso el conflicto de Gualeguaychú no es un problema ambiental. Sin duda, el necio convencimiento de algunos vecinos del río Uruguay así lo percibe. Pero en el fondo, Buenos Aires se juega aquí su lugar como potencia en la región.

Si las inversiones industriales se instalan en Chile y en Uruguay, y si Brasil se dispara como jugador internacional de primer nivel con mercado propio: ¿qué queda para Argentina? ¿Ser la productora de bienes primarios agropecuarios, y quedar relegada aquí también, más temprano que tarde, a los intereses transnacionales brasileños?

En este contexto trágico para la gran Argentina, Buenos Aires no puede aceptar que la vieja Banda Oriental deje de ser una tranquila estancia con vista al mar.

Todo lo que ponga en tela de juicio el desarrollo de Uruguay, como espejo de Chile rodeando a Argentina, es funcional al interés bonaerense.

Impedir la captación de inversiones industriales poniendo en tela de juicio la soberanía uruguaya; ahogar a la plaza financiera montevideana; perjudicar el crecimiento de nuestra red de puertos, es lo que hace Argentina desde hace años.

Y es lo que, razonablemente, de acuerdo a la evolución de su situación regional y en función de sus intereses nacionales, debe seguir haciendo.

La ideología presidencial habla de Patria Grande y de hermandad rioplatense. Encanta a la diseminada cultura de izquierda.

Pero es de una ingenuidad inaudita.

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