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El Agro+

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Ignacio Munyo
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Esta semana arranca la 113ª exposición rural del Prado. La situación en el sector es extremadamente delicada, por decir lo menos. Un atraso cambiario superior al 20% sostenido en varios años, en un país que impone elevadas barreras para mejorar la productividad, se terminó de llevar toda la rentabilidad.

Hay mucho en juego. Las vaquillonas echadas entre los forrajes del galpón de bovinos o las gallinas cacareando en jaulas en el corredor del costado son solo la punta de una madeja mucho más larga de un amplio sector que me gusta definir como Agro+. El Agro+ engloba a los sectores primarios asociados con la agricultura, ganadería, caza y silvicultura, así como también a todas las agroindustrias del país.

Si se sigue la metodología tradicional de medición de impacto económico —que incluye impacto directo, indirecto e inducido—, el Agro+ se ubica en el primer lugar entre todos los sectores productivos del país. El impacto directo es el valor de producción sectorial. El impacto indirecto son las repercusiones en otros sectores productivos generadas por las relaciones interindustriales a lo largo de las cadenas de valor —ahí el Agro+ tiene el mayor efecto multiplicador. El impacto inducido es el gasto que se produce en la economía asociado a los ingresos laborales generados por el sector. Sumando todo lo anterior, el Agro+ tiene un impacto anual de 26.500 millones de dólares (en una economía de 55.000).

El Agro+ también tiene participación destacada en el empleo. Según datos del INE, el Agro+ emplea un 15% del total de los ocupados del país. Dentro del sector, el 53% de las personas están empleadas en la producción agropecuaria, caza y actividades de servicios conexos, un 20% en procesamiento y conservación de carne, un 19% en elaboración de productos de panadería, un 5% en forestación, y un 3% en elaboración de productos lácteos.

Una primera descripción de los ocupados en el Agro+ muestra que el promedio de años de educación es 8,4, mientras que en el resto de los sectores de la economía es 10,9. Sin embargo, esta brecha educativa del Agro+ no se ha traducido en rezago en materia de productividad ante el avance tecnológico. Todo lo contrario.

Durante la última década, la producción en el Agro+ se ha multiplicado con la misma cantidad de puestos de trabajo, aunque con un cambio relevante en el tipo de tareas realizadas. Más de 12 mil puestos de trabajo elementales —sencillos de automatizar— se han incorporado en otras tareas dentro del sector. De esta forma, el Agro+ ha logrado adaptar sus posiciones laborales al avance de la tecnología con relativa estabilidad para balancear productividad con empleo. A la hora de analizar sus perspectivas futuras, este es un activo muy valioso.

Por el lado de la demanda externa existe un enorme potencial. Nuestro principal cliente, la economía china, se multiplicó por cuatro en la última década. Es cierto que crece menos, pero el consumo es mucho mayor. Hay que tener en cuenta que, en 2017, con la economía creciendo al 7%, se crearon un millón y medio más puestos de trabajo urbanos que en 2007, con la economía creciendo al 14%. Esto naturalmente se traduce en un mayor poder de compra.

Lamentablemente, esta gigantesca oportunidad en China se encuentra minimizada por los aranceles que tienen que pagar nuestras exportaciones y por los costos actuales de producción. Si nos comparamos con Nueva Zelanda rompe los ojos la magnitud del desafío que tenemos por delante.

Uruguay paga un arancel promedio de 16% por sus exportaciones de alimentos a China mientras que Nueva Zelanda no paga aranceles. Nueva Zelanda exporta más de tres veces lo que exporta Uruguay a China (800 y 250 dólares per cápita por año, respectivamente). Más contundente aún es el caso de Corea del Sur, en donde los aranceles para el ingreso de alimentos son mucho más elevados y hacia donde Nueva Zelanda exporta 15 veces lo que exporta Uruguay (90 y 6 dólares per cápita por año, respectivamente). Si a los menores costos de transporte por encontrarse mucho más cerca, se le agregan acuerdos de libre comercio, la diferencia de acceso de las exportaciones es enorme.

Sin embargo, la limitada inserción internacional de Uruguay en relación a Nueva Zelanda no se explica solo por costos de transporte y pago diferencial de aranceles. Entre los mercados en los que Uruguay paga los mismos aranceles que Nueva Zelanda y hacia los cuales la distancia es similar, se encuentran la Unión Europea y Estados Unidos. Nueva Zelanda exporta por habitante casi dos veces y medio lo que exporta Uruguay a la Unión Europea y casi cinco veces lo que Uruguay exporta a Estados Unidos. Incluso en mercados en los que Uruguay paga menos aranceles que Nueva Zelanda se observan diferencias: Nueva Zelanda exporta por habitante una vez y media lo que exporta Uruguay a México.

Las cifras anteriores también sugieren que más allá de los acuerdos comerciales, el diferencial de costos internos para producir en Uruguay y Nueva Zelanda juega un rol relevante. Uruguay se encuentra hoy en promedio un 20% más caro que el nivel histórico de paridad cambiaria con Nueva Zelanda. Por poner solo un ejemplo (de carne pero sin hueso), una hamburguesa Big Mac, que es un producto estandarizado que requiere para su elaboración un amplio conjunto de bienes y servicios, cuesta hoy un 10% más en Uruguay que en Nueva Zelanda.

Hace un par de años compartimos en televisión un panel con Juan Grompone y Eduardo Blasina, con el objetivo de soñar sobre el futuro del Uruguay. Además del panel, con Blasina compartimos en gran parte la visión. Blasina hablaba del modelo Holanda: "un país caro, pero que agrega mucho valor y con una agricultura, un puerto y un turismo muy fuerte se banca el ser caro".

No sé si el modelo es Holanda, Nueva Zelanda o nosotros mismos, pero estoy seguro de que el potencial del Agro+ es inmensamente mayor al actual. Así como tambiénel del turismo. La incorporación de servicios asociados para agregarle valor es el camino. Hay mucho trabajo por delante para bajar las barreras a nivel país que hoy lo impiden. Pero también hay material como para soñar.

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