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El mismo virus

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Ignacio De Posadas
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En los últimos días ocurrieron dos episodios que, aunque (infelizmente)poco novedosos, no son inocuos y deben llamar a reflexión.

Cronológicamente, el primero fue la presentación en el parlamento de un informe (así se autocalificaba), sobre lo malo que es el fenómeno de privatización de la enseñanza y cómo en nuestro país avanza, solapadamente, bajo diversas pieles de cordero, como el querer construir centros educativos usando PPPs, tercerizar la limpieza o la aplicación del mecanismo legal que permite derivar a institutos privados de enseñanza (migajas de) impuestos.

El segundo episodio, más reciente, es la férrea oposición que una parte de la izquierda vernácula hace a la ratificación parlamentaria de un tlc (va en minúsculas porque así se representa mejor su magnitud), con Chile.

Son dos cepas de un mismo virus ideológico que padece nuestro Uruguay y contra el cual no parece haber antibiótico ni vacuna efectivos.

Los argumentos contra la "privatización" de la enseñanza son, básicamente:

1. El lucro. No se puede aceptar que alguien lucre con un derecho esencial como es la enseñanza.

2. Que los privados no educan a partir de la misma ideología con que lo hace el Estado. Aquellos estimulan cosas negativas como la preparación del alumno para la realidad económica de su vida adulta, lo que significa introducir un fin espurio: la educación no es algo instrumental, ni material.

3. Muy emparentado a lo anterior, la educación privada procura y preconiza la excelencia, amenazando el principio rector de nuestra izquierda vernácula: la igualdad.

La competencia y la excelencia son deformaciones que generan sociedades desiguales.

4. Por último, pero no por menor, la educación privada dificulta el contralor. El doble contralor con que funciona —mejor dicho: no funciona— la educación pública: control estatal y control sindical.

¿Cuáles son los argumentos (los verdaderos) contra la libertad de comercio?

1. El lucro y la competencia: aumentan las opciones y con ellas el número de actores, tanto a nivel de la producción como del consumo.

Eso amenaza actividades y estructuras que hoy la pasan razonablemente bien al estar protegidas. No hacen maravillas, pero tampoco se trata de eso. Pasarlo bien es el desiderátum natural uruguayo. Con la protección no solo la va tirando el empresario, también los sindicatos. Si la economía se abre, uno y otros tendrán que lidiar con homónimos más eficientes y competitivos: mala cosa.

2. Todo lo cual implica una amenaza directa a la igualdad. Se lanzará una carrera y los lerdos la quedarán. No es difícil ponerse lerdo si hace rato que no hay competencia.

El tema es cómo se hace para que funcione una sociedad donde:

—se desconfía de la libertad del ser humano,

—se reprime el éxito,

—se aborrece la desigualdad.

Pues, ya hubo varios intentos de conseguir ese "ideal", bajo diferentes variantes del llamado Socialismo Real y su parentela, con variados grados de estatismo y populismo, por lo cual la pregunta perdió toda duda o suspenso. Fueron un fracaso. La construcción del "hombre nuevo" no pudo ser.

Los liberales también tienen su desconfianza acerca de los seres humanos, pero es de diferente naturaleza. Siguiendo la concepción cristiana, reconocen la presencia del pecado, (llámenlo como quieran), en el hombre y los efectos potenciadores que la soberbia y la vanidad tienen sobre aquel.

De ahí que su desconfianza apunta a limitar el poder que una persona pueda ejercer sobre sus semejantes.

Más aún, esa es una de las raíces de su defensa de la libertad: nadie sabe todo, nadie es dueño de la verdad (y de la virtud), por tanto, nadie tiene que tener un grado tal de poder como para imponer su verdad a los demás. La otra raíz es que sin libertad no puede haber ni amor, ni superación personal.

Para la izquierda —en su mayoría— la desconfianza apunta hacia otro lado. Apunta directamente a la libertad y a su corolario, la desigualdad.

El punto está en que ambas integran la naturaleza humana y que maniatando la primera, el tipo de igualdad que se consigue mata el espíritu, a veces sin que nos demos cuenta.

Es un virus muy dañino.

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