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Terrible dilema

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Es la cultura, estúpido”, diría Bill Clinton. Muchos politólogos sostienen que la cultura política condiciona y hasta determina la vida política de un país. Y si no pudiera probarse el aserto con carácter de regla general, una mirada al Uruguay basta para darse cuenta que aquí sí que se cumple.

Es la cultura, estúpido”, diría Bill Clinton. Muchos politólogos sostienen que la cultura política condiciona y hasta determina la vida política de un país. Y si no pudiera probarse el aserto con carácter de regla general, una mirada al Uruguay basta para darse cuenta que aquí sí que se cumple.

Casi ninguna sociedad es totalmente uniforme, con una sola cultura y la nuestra no es en eso una excepción, pero entre las dos subculturas que conviven en nuestro país, una es bastante más prevalente que la otra.
Como es sabido, se entiende por “cultura” aquel universo de sentimientos, ideas, valores y recuerdos, compartido por todo o parte de una sociedad.

Aquella que llamamos prevalente o dominante en nuestro Uruguay, tiene componentes muy marcados:

- Es nostálgica. Toda cultura tiene ingredientes del pasado, generalmente idealizado, pero no siempre pesan tanto como para llevar a una sociedad a mirar más el pasado que el futuro. El brasileño, por ejemplo, tiende a mirar más hacia el mañana. Nosotros, como los franceses, ubicamos nuestro ideal en el pasado (Maracaná) y así tendemos a buscar ahí nuestro futuro.

- Es dogmáticamente igualitaria. La igualdad se ha tornado en uno de los valores sociales más importantes. Eso trae aparejada la desconfianza con el éxito y la caída fácil en la envidia. Por otra parte, quien no cree en el éxito difícilmente arriesgará, mientras que quien idolatra la igualdad pretenderá que le sea asegurada. Lo cual solo puede obtenerse por la combinación de dos reclamos: que me den lo que me deben y que le saquen a los que -indebida e injustamente- son desiguales (vgr. exitosos).

- Un mecanismo muy importante para sostener esta cultura igualitaria es el “autopobrismo”, a través de diversos cultos, como el de la pésima vestimenta, el mal hablar y el “más o menos”.

- Como no hay mal que por bien no venga, esta cultura facilita la sobriedad y la prudencia, lo que en más de una oportunidad ha salvado al país de caer en excesos argentinos.

- Por último, para no abrir demasiado el espectro, esta subcultura sobrevive con mucho menos dificultad en el aislamiento. Es decir, de espaldas a la realidad del mundo contemporáneo, al que se bloquea con un muro de “deber ser” ideológico: la versión rousseauniano-marxista de la vieja fábula de Esopo sobre la Zorra y las Uvas.
¿Siempre habremos sido así?

Difícil afirmarlo. Algunas notas hunden sus raíces en nuestros orígenes raciales y políticos; otras van encarnándose con la presencia en nuestro país de las vertientes liberales francesas e italianas, con sus masones, sus carbonarios y toda la gama de librepensadores ateos o agnósticos que pobló el Montevideo hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, ambientada por una Iglesia atípicamente débil.

Luego vino el batllismo, con sus dos encarnaciones y, por último, la mutación final provocada por el “Progresismo”.

Esa cultura explica muchas cosas del Uruguay. Empezando por su férrea resistencia al cambio. Todos hablan de cambiar pero cuando va en serio lo relacionan a los demás: tú tenés que cambiar, yo simplemente tengo derecho a mejorar.

Nuestra cultura progre es una cultura de derechos, vacía de deberes, salvo en aquellos que deben proveerme de mis reclamos.
Con esos parámetros es imposible soñar en que nuestro sistema educativo público haga el menor esfuerzo por comenzar un proceso de adaptación al siglo XXI. Con esos parámetros jamás alcanzaremos niveles de productividad que reviertan el lento deterioro escalonado de nuestra economía. Ni siquiera podemos esperar el recuperar los niveles de decoro público que el país tenía, con sus calles y veredas limpias, libres de papeles, plásticos y otros detritos orgánicos e inorgánicos.
Todo esto constituye un dilema para los dirigentes políticos, principalmente (pero no exclusivamente) aquellos que militan en los partidos fundacionales: son conscientes de que muchas de las cosas que el Uruguay precisa van contra esa cultura dominante. Que es dominante precisamente porque cuenta con un caudal de votos decisivo. Frente a la disyuntiva de combatir nuestros males o procurar votos, suele pesar más esto último.

Pero la cosa es aún más compleja, porque en el campo de esa cultura, no todas las búsquedas de votos aparecen igual: unos son vistos como originales, otros como meras copias.

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Ignacio De Posadas

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