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La Junta Departamental de Montevideo resolvió prohibir los saleros en restaurantes, bares y otros comederos. Era hora. No sé cómo no se le había ocurrido antes a nadie, terminar de una buena vez con el relajo de permitirle a la gente que eche sal libremente a sus comidas. Típico fruto del neoliberalismo, que termina sojuzgando a las personas a la dictadura del mercado.
Lástima que se quedaron cortos los ediles. Hay que hacer las cosas bien. Ahora tienen que extender la prohibición: al azúcar, peligrosa para gordos y diabéticos; a las carnes rojas, malísimas para el corazón; a las achuras!, un desastre para el colesterol y el ácido úrico. Y, por supuesto, a todo lo que tiene sal: no más quesos, ni pan, ni fiambres… Como mínimo.
Además, habiendo razonado con tanta lucidez en el sentido de que no se puede confiar en la gente que sale a comer por ahí, erran los curules al confiar en los cocineros, cuya libertad para salar la comida es un peligro. Hay que parar eso! Ya! Tienen que

La Junta Departamental de Montevideo resolvió prohibir los saleros en restaurantes, bares y otros comederos. Era hora. No sé cómo no se le había ocurrido antes a nadie, terminar de una buena vez con el relajo de permitirle a la gente que eche sal libremente a sus comidas. Típico fruto del neoliberalismo, que termina sojuzgando a las personas a la dictadura del mercado.
Lástima que se quedaron cortos los ediles. Hay que hacer las cosas bien. Ahora tienen que extender la prohibición: al azúcar, peligrosa para gordos y diabéticos; a las carnes rojas, malísimas para el corazón; a las achuras!, un desastre para el colesterol y el ácido úrico. Y, por supuesto, a todo lo que tiene sal: no más quesos, ni pan, ni fiambres… Como mínimo.
Además, habiendo razonado con tanta lucidez en el sentido de que no se puede confiar en la gente que sale a comer por ahí, erran los curules al confiar en los cocineros, cuya libertad para salar la comida es un peligro. Hay que parar eso! Ya! Tienen que sacar otra resolución, obligando a que haya un inspector de sales y afines, en cada lugar que expende alimentos a los irresponsables que salen a comer, (que, como surge del razonamiento empleado, son todos los seres humanos, menos los ediles).
Claro que todo esto, tan necesario como, obviamente, es, no resolverá el problema. La Junta, aún con lo agobiada de trabajo que debe estar, tiene que ir realmente a fondo: prohibir lisa y llanamente la venta de sal y de productos salados, en todos los supermercados, almacenes, autoservicios y demás. Bueno, quizás podría exceptuarse a las cooperativas. Al fin y al cabo las exceptúan siempre de todo.
Así, los uruguayos se sentirán mucho mejor, libres del yugo del mercado, seguros bajo la protección de la Intendencia, tanto más lúcida y preparada que todos nosotros, meros mortales que tan mal uso hacemos de nuestras libertades.
Nos queda, claro, la duda…Más que la duda, el temor, de que con tanta responsabilidad a sus espaldas, la Intendencia se quede sin tiempo y energías para dedicarse a limpiar un poco la ciudad, levantar la basura que puebla calles, veredas, y plazas, tapar algún pozo que otro, poner luminarias o, incluso, desenmadejar la galleta que armaron con el “corredor” Garzón, (donde los únicos que corren son los peatones, para que no los pisen).
Es como el problema que aquejaba al Dr. Vázquez cuando ocupó la Intendencia: tanto tener que darle leche a los niños que no podía arreglar las calles. Pobre.
Juan Pablo II comentaba estas situaciones con singular claridad: “… donde el interés individual es suprimido … queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativas y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos medios … para realizarla. La política se convierte en una “relligión secular”, que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo” (Centesiimus Annus).
Señores ediles, dejen de meterse donde nadie los llamó, (ni quiere verlos) y traten de hacer algo de lo que sí es su responsabilidad.

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Ignacio De Posadas

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