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¿Qué sacamos los orientales?

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De toda esta opereta nacida del mordiscón de Suárez ¿quién ganó? ¿Quién perdió? ¿Acaso alguien sacó algo positivo? Suárez perdió un poco, probablemente, si uno calcula que, como buenos catalanes, los del Barza deben haber reproducido la mordida, pero sobre el precio y con éxito.

De toda esta opereta nacida del mordiscón de Suárez ¿quién ganó? ¿Quién perdió? ¿Acaso alguien sacó algo positivo? Suárez perdió un poco, probablemente, si uno calcula que, como buenos catalanes, los del Barza deben haber reproducido la mordida, pero sobre el precio y con éxito.

Pero, en definitiva, por más perversa que se crea a la FIFA, no fue Blatter que le pegó el tarascón al italiano. Todo el lío lo empezó Suárez. Maravilloso jugador, pero con una clavija floja.

Aunque no suelta del todo, porque bien entendió la orden de sus futuros patrones y terminó pidiendo perdón. Terminó; no empezó. Porque era precisamente eso lo que debió hacer desde el principio (además de no agarrase los dientes, lo que equivalía a tener una pistola humeante en la mano).

No conozco a los de la FIFA (como casi todos los uruguayos – Mujica incluido), lo que me impide saber cómo habrían reaccionado si Suárez hacía lo lógico y correcto después de su formidable metida de pata: pedir perdón pero muy probablemente había tenido mejores efectos sobre el tribula que la infantil mentira sobre el episodio, compartida y repetida por él, sus abogados y ----con igual apego a los principios morales, pero sin ninguna necesidad- por Mujica.

No se requiere ser muy imaginativo para darse cuenta que tampoco ayudó la actitud de todos aquellos que la emprendieron furibundamente contra la FIFA, con tanta insensatez como falta del más elemental sentido de la realidad.

Zoncera mayúscula coronada por el presidente Mujica que consiguió superar todas sus marcas anteriores en materia de falta de dignidad, institucional y personal, solo igualada por su ausencia de decoro.
Alcanzado el zenit del desprestigio mundial de nuestro país, con todos los medios de prensa del mundo regodeándose con la grosería del presidente (adornada por el infantil gesto de taparse la boca con pretendido aire pícaro), volvió a aparecer Suárez para dejar a todos en orsai: presidente, primera dama, vice, de periplo parisino, y tribuna enardecida, a todos, pidiendo contritamente perdón.

¿Pero pidiendo a quién? ¿A los uruguayos, a quiénes nos aguó la fiesta del triunfo contra Italia?

¿Al país todo, que ha quedado en ridículo frente al mundo, como una república marihuanera, presidida por una persona que no tiene cosa mejor que hacer que ir tres veces al aeropuerto a recibir jugadores de football y que no entiende algunas de las obligaciones más básicas del cargo que ocupa?

Todo esto deja un sabor muy amargo.

No creo que la derrota contra Colombia haya sido porque nos faltara Suárez. En cambio, es evidente que todos los Orientales perdimos con esta tragicomedia barata. De alguna manera se agudizó la decadencia de nuestra cultura, la pérdida de valores, el aislamiento de la realidad del mundo, la falta de dignidad institucional.

Miramos a la Argentina y enseguida nos damos cuenta de su colosal desubique, insultando a un juez americano que, lejos de sentirse impresionado, confirmará su convicción de que debe disciplinarse a ese país, periférico y con un gobierno trompeta.

Vemos claramente que mal puede rasgarse las vestiduras un gobierno que clavó, no sólo a sus acreedores sino también a sus jubilados. Pero no nos damos cuenta que, salvada la gravedad del asunto, nosotros nos desubicamos mal y nos solidarizamos con la violación de normas. De normas deportivas y también de normas morales. O acaso mentir no es inmoral?

Insultar a una autoridad –acertada o equivocada- ¿no es inmoral ? Y ensuciar la representación de un país, sea por prepotencia, sea por ordinariez, ¿no es una falta grave ?

Suárez se irá al Barza escapando a una Inglaterra que ya no lo iba tolerar más, la FIFA está encantada con su Mundial y viva la cara de ellos. No los conozco y no les deseo mal.

Los que salimos perjudicados con todo esto fuimos los uruguayos y el Uruguay. Aquel país, pequeño pero digno, respetuoso de las normas, digno en su respeto por los demás y respetado por su dignidad.
Serio confiable, honesto y, otra vez, digno.

Digno en sus Instituciones, en su educación, en sus tradiciones. Consciente del mundo en que vive y de su lugar en él.
La salvajada de Suárez fue lamentablemente y nos hizo daño en lo futbolístico, pero la actitud colectiva y sobretodo, la de nuestro representante institucional, nos perjudicaron todavía más.

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Ignacio De Posadas

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