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¿La revancha de Carlos?

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Ignacio De Posadas
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A comienzos de los ’70 empezaron a aparecer grietas en los sistemas socialistas y para los ’80 ya pocos se creían la propaganda de los logros del comunismo.

Ni los Sputniks, ni los informes truchos de la CIA, buscando fogonear la Guerra Fría, quitaban mucho el sueño. Después vino el despatarre, resumido en la caída del Muro de Berlín, emblema del fracaso absoluto del llamado Socialismo Real.

De ahí en más, todo iba a ser libre mercado: ¡Maggie y Ronnie for ever, qué no ni no!

Pero no fue así. Atrás de Maggie vino Tony y pocos años después de Ronnie reinó Bill. Con todo, esa vuelta parcial del péndulo no fue para reinstalar la propiedad de los medios de producción, la regulación de precios y los planes quinquenales. Fue más contra una concepción ultra del liberalismo económico-financiero, que en favor del socialismo real.

Pero el péndulo de la opinión pública nunca está quieto.

Hoy está pasando algunas cosas raras. Por lo menos en el primer mundo.

Hace unos días, el New York Times traía una crónica acerca de la reacción que se está produciendo en el Reino Unido entre los jóvenes. Reacción de rechazo y enojo por los tiempos que les está tocando vivir. Porque no ven dónde están los beneficios de la libertad económica y de la movilidad social que le prometieron los políticos liberales, (con total buena fe). Porque les parece que el Estado le dio todo a la generación de sus padres: educación, salud y vivienda subsidiadas, seguridad social, regulación laboral... etc., y no quedó nada para ellos. O, peor, quedaron altos costos y menos oportunidades.

Pocos días después, El País de Madrid, recogiendo un artículo de The Economist, da cuenta de una curiosa realidad aparecida sobre todo en los EEUU: ¡parece que los milenials se están haciendo socialistas!

Nada menos que en los Estados Unidos. Un reciente sondeo de Gallup da que un 51% de los jóvenes tienen una visión positiva del socialismo (El País 14/3/2019).

Inmediatamente brota la pregunta: ¿por qué? ¿Qué buscan estos milenials? Porque, si uno mira fríamente los datos económicos, no son malos para el mundo desarrollado. No están en una fase recesiva o turbulenta.

El foco de la reacción negativa en estas realidades que describen los medios está en la desigualdad y en la pérdida de certezas. Son los dos factores que explican el malestar de los jóvenes. Aunque yo no estoy mal, el crecimiento de la brecha cuando me comparo con otros se me hace intolerable. A lo que se suma, en las capas sociales que accedieron al pretil de la clase media, que temen no poder sostenerse.

El denominador común es una frustración de expectativas:

—La libertad económica no dio certezas y, además, trató mejor (a veces muchísimo mejor), a algunos que a otros.

—No solo no hubo seguridad de ser exitoso, sino que siento que estoy retrocediendo, o que hay riesgo de que eso me ocurra. Lo temo.

—A lo que se suma la globalización que, por su expansión y velocidad de cambio, tiene un sesgo amenazante.

—Por último, la pérdida de ethos por el estancamiento del estado de bienestar nos ha dejado calientes (no quedó nada para nosotros) y con un sentido muy debilitado de la solidaridad, (que lo arregle el gobierno).

Entonces, no es tanto la vuelta de Marx (que nunca fue muy solidario), sino más bien la bronca utópica de Rousseau, culpando al "sistema".

En el fondo, la pregunta práctica tiene que ser: ¿de quién es la culpa? ¿Mía, porque no hago lo suficiente? ¿O de los demás (Estado incluido), que no me da lo que debería, o no me permite alcanzar lo que es mi derecho?

La respuesta es más compleja (como es más compleja la naturaleza humana).

Empecemos por cambiar "culpa" por "causa": facilita el encare. Discutir sobre culpas es jorobado. En la misma línea, abandonemos la visión maniquea: las causas están, a la vez, en mí y en los demás. Porque provienen de la naturaleza humana. Esa naturaleza humana que Marx nunca entendió, creyendo que podía deconstruirla y rearmar-la a fórceps. Las causas de esas frustraciones que sienten los jóvenes, sobre todo en sociedades económicamente sólidas, están en el conjunto de virtudes y defectos, fuerzas y debilidades, del ser humano.

Pero, además —algo también inserto en la esencia del ser humano: que para poder realizarse y ser feliz en esa realidad imperfecta y cambiante, el hombre debe reconocer otro factor: que su vida tiene un sentido que trasciende sus expectativas materiales, aun cuando esté cerca de satisfacerlas. Viviendo exclusivamente en función de un progreso material nunca será feliz. Mientras esté obligado a luchar para sobrevivir no se dará cuenta, pero apenas pueda levantar la cabeza le aparecerá el fantasma de la insatisfacción.

Lo que está ocurriendo no es la revancha de Marx.

Es la vigencia de San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (Confesiones). Si les choca que se exprese en términos teológicos, espirituales, miren alrededor, presten atención a ciertos discursos electorales y verán que el mundo que se siente en crisis y reniega de la democracia no es el que pasa hambre. Ese tiene otras preocupaciones.

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