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Estado y religión

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En su edición del 25/10/18, el semanario Búsqueda trae un artículo que comenta como los llamados “colectivos”, (grupos militantes, agresivos, que pueblan y vigorizan a algunos sectores de la izquierda), se sienten amenazados por la actuación en política de ciudadanos que se manifiestan creyentes en denominaciones cristianas evangélicas.

Para achicar las críticas maledicentes, aclaro desde ya que no soy evangélico.

Por otra parte, el objeto de este artículo no es hacer una evaluación del fenómeno del avance de estas corrientes religiosas en el continente y en nuestro país. Mi propósito enfoca al otro bando en escena: busca analizar por qué esos llamados colectivos reaccionan con tanta virulencia ante el fenómeno del protagonismo político de fieles evangelistas.

Los ven como una amenaza, (salvo la Ministro de Educación que, sin duda afectuosamente, los considera “una plaga”): “… lo que no puede pasar es que las cuestiones religiosas interfieran en las cuestiones de Estado”, (Lucy Garrido, del colectivo Cotidiano Mujer, citada por Búsqueda).

Curiosa afirmación la de esta señora. Porque ¿dónde está la diferencia de fondo entre una posición y otra? Los “colectivistas” exigen y presionan para que sus convicciones (a las que llaman, “derechos”), sean incorporadas con fuerza de ley en la vida de la sociedad. No es que se limiten meramente a opinar. Buscan, con métodos de presión, (y frecuentemente lo consiguen), imponer a los demás sus valores y sus juicios. No los llaman religión y en puridad no lo son, pero si difieren de una religión no es por un menor grado de dogmatismo o de pretensión de absoluto. En todo caso, lo contrario.

En los hechos, los “colectiveros” son mucho más dogmáticos e intolerantes que los evangelistas criollos, a quienes parecen odiar con la virulencia de modernos Savonarolas, cosa que no se daría a la inversa.

“Los diputados evangelistas no pueden llevar su moral a las cuestiones de Estado” (Garrido, op. cit.). Entonces, ¿cuál es la moral que deben usar, si no puede ser la propia? Y los “colectivistas”, ¿qué es lo que llevan a las “cuestiones de estado”? ¿Acaso no es “su” moral? Quien, para poner un ejemplo contemporáneo, afirma que una unión homosexual es exactamente lo mismo que un matrimonio, ¿acaso no está emitiendo un juicio moral?

Para mí que lo que levanta la ira de los “colectivistas” es la aparición en la escena política uruguaya de unos fulanos que, a diferencia de lo que frecuentemente sucede con la mayoría de los creyentes cristianos, están diciendo pública y frontalmente en qué creen y porqué actúan según aquello en lo que creen. O sea, a los ojos de los “colectiveros”, estos tipos están violando el dogma de la laicidad tal como ha sido fabricado e impuesto por la intolerancia antirreligiosa uruguaya, que hoy es utilizado por los grupos que quieren imponer a la sociedad nuevas formas de dialéctica confrontativa.

Sus propias palabras los traicionan: “…es una política bien pensada (la de los evangelistas), para restaurar un orden conservador” (Lilián Celiberti en Búsqueda). Ahí está la madre del borrego. Su odio no nace del hecho de que estas personas tengan convicciones de índole religiosa. Lo que los eriza es que atacan las bases del avance ideológico neoizquierdista, que por la vía de reclamar constante y conscientemente “Derechos”, van tratando de imponer una agenda y con ella, de dominar a la sociedad.

“Hay que salir a decir que estas personas están en contra de la igualdad de derechos” (Garrido).

Cuando hablan de “igualdad de derechos”, lo que de verdad están diciendo es que su meta es moldear la sociedad, a la fuerza. “Derecho” en su ideología no es algo que fluya de la naturaleza humana, sino una creación de su voluntad, reclamada con odio vehemente, para vencer toda resistencia y así ser impuesta a los demás. Esa “igualdad de derechos” es la hija contemporánea de la voluntad general, preconizada intelectualmente por Jean-Jacques Rousseau y aplicada diligentemente por Robespierre, (hasta que perdió la cabeza). El dogma de la lucha de clases fue destrozado por la realidad: ¿cómo mantener a flote la dialéctica ofensiva, con toda la carga de animosidad que requiere, para dominar al adversario? Ahí viene la “ideolo-gía de género, nueva fabricación voluntarista, que muchos -no solo los evangélicos- consideran un error, peligroso.

Hay países donde existe un accionar corporativo y avasallante de grupos evangélicos en la política. No es de ahí que en el Uruguay proviene la intolerancia.

Estamos en tiempos de Navidad, buena oportunidad para quienes, por temor o por odio, (manifestaciones de una misma ignorancia), reflexionen dónde puede estar el peligro de Alguien que eligió ser niño, pobre, dependiente del cariño de sus padres, todo para vivir, no una misión de poder y dominación, sino de entrega y amor.

¡Feliz Navidad (dentro y fuera del Estado)!

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