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La reforma de 1996

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IGNACIO DE POSADAS
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Aclaro ab initio que no voy a tratar todos los temas que cubrió la reforma constitucional de 1996. Como suele ocurrir cuando se abre la posibilidad de toquetear la Constitución, aparecen iniciativas como hongos después de la lluvia, y así fue en este caso.

La reforma nació como una preocupación netamente referida a lo electoral, pero terminó incluyendo otros temas, como ciertos aspectos relativos a la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo y la cristalización de sueños descentralizadores, muy caros a mi Partido, (de los cuales confieso estar de vuelta).

Pero, en la serie de artículos que seguirán, me concentraré exclusivamente en aquellas disposiciones que aspiraban a modificar aspectos relevantes del funcionamiento de nuestra democracia, imperfecta ella y, por tanto, siempre blanco de comentarios y críticas.

Un preámbulo importante: después de vivir épocas turbulentas, y no solo en nuestro país, en las que los partidos políticos fueron los malos de la película, culpados de todos los fracasos y tropiezos de las democracias, terminó por aceptarse que Democracia significa en la práctica, Democracia de partidos. Jefferson en EEUU como Andrés Lemos en nuestro cono sur, viviendo épocas tormentosas de violentos faccionalismos, creyeron, como otros muchos, que no había solución posible para la Democracia que no pasara por la disolución de los partidos.

Y nuestro país hizo varias experiencias de esas teorías. Todas fracasaron. Lo que llevó a una prolongada época de aceptación de los partidos políticos -con todos sus defectos- como ingrediente necesario (no suficiente) para el funcionamiento de la Democracia.

Prolongada pero no eterna. Si miramos a nuestro alrededor, uno de los fenómenos que está marcando la evolución de la democracia contemporánea es el fraccionamiento de los partidos. La impopularidad y pérdida de poder de los partidos “tradicionales” y la aparición de fracciones nuevas, frecuentemente reaccionarias (no equivale a “de derechas”) y muy vinculadas a personalidades contestatarias o desafiantes. Es lo que está ocurriendo en Europa y más cerca nuestro en países como Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil.

Como siempre ocurre, nuestro país suele experimentar los fenómenos (no solo políticos, también los económicos y sociales), con relantisseur y “a la uruguaya”. Así que vamos a echar una mirada a nuestra realidad político-institucional a partir de analizar la reforma del 96: por qué nació, cómo nació, y qué tanto ha respondido a los sueños de sus padres (y de sus detractores, que hubo de los dos).

Las metas oficiales detrás de las modificaciones al régimen electoral apuntaban a cuatro grandes objetivos:

- Más transparencia para el elector.

- Más democracia partidaria.

- Mayor coherencia y disciplina en los partidos.

- Mayor gobernabilidad.

Lo que equivale a un reconocimiento de que el sistema no estaba funcionando bien, permitiendo o fomentando desinterés en el electorado y trabas para los gobernantes.

Veamos rápidamente cómo era el régimen electoral-institucional vigente que se quería reformar y dónde estaban los defectos que la dirigencia política -en realidad una parte de ella (el Frente no apoyó)- quería subsanar o paliar.

Muy sintéticamente, nuestro régimen electoral funcionaba (y en buena medida aún funciona) sobre los siguientes pilares:

1. Voto obligatorio (no cambió).

2. Representación proporcional (ídem).

3. Lemas permanentes. Es interesante señalar que antes de la reforma del 96 la Constitución no reconocía la existencia de “partidos”, solo hablaba de lemas y con relación a ellos disponía: 1°, que necesariamente había que votar a un lema. Candidatos sí, pero no sueltos sino bajo un lema. Y 2°, que era posible que esos candidatos acumularan, pero solo si iban bajo un lema que fuera “permanente” (presente en tres elecciones).

Las dos cosas fueron modificadas: aspectos de la acumulación y la exigencia de permanencia para el Lema. Esto último ya había sido cambiado con anterioridad, pero de forma inconstitucional.

4. Listas de candidatos a la vez cerradas (el elector no puede añadir nombres) y bloqueadas (tampoco puede cortar boleta o cambiar el orden). Esto para todos los cargos electivos. No cambió.

5. La presidencia se resuelve por mayoría (del candidato más votado del lema ganador). Esto cambia.

6. Había una sola vuelta. Ídem.

7. Y una sola elección: en el mismo acto, la nacional y las departamentales. También cambió.

En sucesivos artículos veremos qué juego político se fue dando en torno a las iniciativas de cambio que terminó decantando, en arduas negociaciones y qué dice la realidad sobre las esperanzas detrás de los cambios.

Con una especial preocupación sobre esa nota de la Democracia contemporánea que ya señalé: la dependencia del régimen a la existencia de partidos políticos y las consecuencias que se siguen para aquella cuando estos se desnaturalizan o desmenuzan.

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