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La Reforma Electoral del ‘96

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ignacio de posadas
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Fue de los cambios más trascendentes y menos discutidos.

Cabe señalar que al haber obligatoriamente un solo candidato a presidente por partido se acabó el viejo doble voto simultáneo.

El propulsor de estos cambios fue Luis Alberto Lacalle Herrera. En síntesis, sostenía que con partidos poco disciplinados y la posibilidad de que un candidato alcanzara la presidencia con el respaldo directo de una minoría de votantes, como ocurría, era muy difícil gobernar.

En definitiva, el art. 77 de la Constitución dispone que los partidos tendrán un candidato a la Presidencia, electo en internas y la Disposición W completó el esquema, estipulando que las internas serán todas en la misma fecha, con voto secreto pero no obligatorio, y que el candidato que saque mayoría absoluta o un 40% de los votos con diferencia de más del 10% sobre quien lo sigue, será nominado. Si ninguno alcanza esos niveles, la elección recae en el órgano partidario, elegido en las mismas internas.

Acá se aplica también el literal (g), redactado con el senador Santoro, que impide a un perdedor de una interna cambiar de partido para las nacionales o las departamentales.

Los objetivos buscados por estas modificaciones eran varios:

1. De la celebración de elecciones partidarias se esperaba que favorecieran una mayor democratización de los partidos y les dieran más vida interna, a la vez de propender a un grado superior de coherencia y disciplina.

2. De la candidatura única, se esperaba que redujera la fragmentación de los partidos y aumentara el respaldo político al presidente, que ya no sería apenas el candidato de una fracción.

Pero no todo era esperanzas favorables. También había temores de que se dieran efectos negativos no deseados. El primero, que las internas polarizaran posiciones que luego llevaran a rupturas por parte de los perdedores. Precisamente por eso fue que introdujimos con Santoro el literal g de la W.

Al otro extremo, se traía el ejemplo del funcionamiento de ese sistema en otros países, donde producía una licuación de las posiciones políticas, crítica que reaparece con el balotaje: los esfuerzos de un candidato, primero por obtener la mayoría partidaria, luego la mayoría en primera vuelta y, por último, en el balotaje, termina llevándolo a no arriesgar posturas políticas que excedan de estar a favor del bien y en contra del mal.

¿Qué balance de todo esto puede hacerse luego del tiempo transcurrido?

Algunas conclusiones parecen obvias, aunque el cambio de sistema no tuvo consecuencias parejas para todos los partidos.

Puede afirmarse que, al menos hasta hoy, la introducción de internas obligatorias no parece haber alterado el grado de funcionamiento democrático dentro de los partidos, en el sentido de que haya menos incidencia de las cúpulas y un grado significativo de mayor transparencia en los mecanismos partidarios de poder. Más aún, en el caso del Frente, podría afirmarse que, en el lapso de tiempo corrido desde la reforma, un elemento de democracia interna, como eran los Comité de Base, si bien siguen enquistados en la organización, han perdido vigencia.

Las aspiraciones de que las internas favorecieran una mayor disciplina y coherencia, creo que se cumplieron, sobre todo en el Partido Nacional, siempre más propenso a abrigar díscolos y revoltosos.

Ante una realidad contemporánea de fraccionamiento de los partidos, Uruguay parece mostrar un cuadro mucho menos preocupante. Es cierto que la aparición de Cabildo Abierto es un fenómeno que va en la línea de lo que vemos en otros países, pero no lo es menos que los tres partidos más numerosos procesen sus avatares en carriles institucionales. Quizás ello no fuera tan difícil para el Frente y el Partido Colorado, por su realidad cultural y aún histórica, pero creo que el impacto en el Partido Nacional ha sido real y positivo.

También puede afirmarse, aunque con menor grado de certeza, que el mecanismo de las internas da más fuerza política al candidato ganador, transformándolo de líder sectorial a líder partidario. No es algo automático. Si hacemos el test de esto en la última elección, veremos que eso se cumplió 100% en el Partido Nacional, algo menos en el Partido Colorado, pero mucho menos en el FA, donde la imagen de relativa orfandad de Daniel Martínez fue muy clara (y puesta en evidencia por él mismo, con su imitación de Tarzán sobre el tablado, la noche de la elección). Pero aún en ese caso, creo que la apuesta a que las internas dieron más organicidad a los partidos fue acertada.

Queda en pie la otra duda: qué resultados produce la exigencia de licuación de propuestas, consecuencia de toda la cadena: internas, nacionales, balotaje. Hasta ahora, ese punto no ha sido testeado en la realidad. De los períodos de gobierno ocurridos desde la reforma, el de Jorge Batlle se lo llevó la tormenta de la crisis, sin margen para intentar mucha política innovadora, después, los tres gobiernos frentistas, no fue tanto que hubieran licuado sus propuestas para ganar votos, sino que, cuando enfrentaron la realidad, ésta los obligó a morigerar los entusiasmos voluntaristas.

El tema cobra vigencia en esta oportunidad, con un gobierno que está zurciendo una coalición para gobernar un país donde casi la mitad de su gente votó otra cosa. Parece bastante evidente el esfuerzo del futuro presidente por buscar mínimos denominadores comunes y las dudas que ello genera cuando la realidad muestra dificultades serias: el frente fiscal y el laboral son ejemplos claros.

Veremos cómo se hace, para lograr un gobierno exitoso y atractivo, no siendo heroico.

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