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¿Por qué quieren suprimirla?

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Me refiero a la Navidad, cuya fecha se nos acerca. Hace más de veinte siglos, el rey Herodes quiso suprimir el reinado de Cristo matando a todos los bebés nacidos por la fecha en que nació Jesús.

Me refiero a la Navidad, cuya fecha se nos acerca. Hace más de veinte siglos, el rey Herodes quiso suprimir el reinado de Cristo matando a todos los bebés nacidos por la fecha en que nació Jesús.

Sin llegar a la bestialidad del tirano de Judea, a comienzos del siglo XX algunos dirigentes políticos uruguayos resolvieron suprimir la Navidad, inventando en su lugar el Día de la Familia.

Lo de Herodes fue espantoso, pero su motivación al menos era explícita: quería preservar su corona a cualquier precio. Ahora, quienes allá por el año 1919 propusieron y votaron eliminar la fiesta de Navidad, ¿qué pretendían? ¿Por qué lo hicieron? Más aún, ¿qué consiguieron?

Obviamente que no los movía un sentimiento de tolerancia, ni la preocupación por preservar la libertad de conciencia de los habitantes del Uruguay. Todas las batallas de fondo con la Iglesia Católica ya se habían dado (y desde el punto de vista de sus promotores, ganado): manejo de los cementerios, matrimonio civil, educación laica, retiro de símbolos religiosos... etc. El Estado laico que querían y por el que tanto habían peleado, ya estaba consolidado. Lo que buscaban con la eliminación de la fiesta de Navidad era avanzar todavía más y alcanzar el desiderátum de borrar en la sociedad hasta el recuerdo festivo de Dios. Obliterarlo de la vida de los uruguayos. Para que, así, más y más personas fueran dejando de creer.

No se animaron a hacerlo frontalmente, suprimiendo el feriado, porque temían, sagazmente, que eso fuera impopular y que el acto creara una suerte de mártir. Por eso, buscaron inventar algo que no generara juicios negativos. Algo así como clavar un clavo para sacar otro: el Día de la Familia.

¿Quién puede estar en desacuerdo con la familia?

Debe admitirse que fueron astutos, y que tuvieron bastante éxito en su empresa: el Uruguay fue apartándose progresivamente de Dios, primero en sus manifestaciones externas, luego en el interior mismo de las personas, hasta alcanzar profundos grados de anomia y crisis de valores.

Pero la eliminación de la Navidad fue particularmente efectiva en ese proyecto de vaciar al ser humano de toda dimensión trascendente: significó borrar todo el mensaje de la Navidad.

Porque más allá del sentido que aquella tiene para el Cristiano, como supremo acto de amor de Dios por el hombre, la Navidad contiene un mensaje muy rico, dirigido a todos los hombres y mujeres, independientemente de que sean o no creyentes.

Así como uno puede apreciar el mensaje de un Gandhi o un Mandela, sin tener que pagar por ello un peaje de fe, la Navidad es un mensaje de paz, de humildad y de amor, erga omnes. Un llamado a no olvidar esos valores, a vivirlos como elementos centrales de nuestra existencia. No es un mensaje de dominación, de intolerancia y no pretende subyugar. Ni siquiera convencer. Sí ofrecer y ofrecerse. Invitar y acoger.

Quienes la emprendieron contra la Navidad veían a Dios como un veneno y a la Iglesia como un enemigo y nada más. Fueron ciegos a la riqueza intrínseca del mensaje, (quizás ayudados a veces por actitudes de la Iglesia).

¿En definitiva, qué ganó la sociedad uruguaya con la eliminación de la Navidad? Ciertamente no el haber crecido en paz y en amor, en tolerancia y humildad. Ni siquiera en consolidar y fortalecer a la institución familia. Bien mirada la realidad actual del Uruguay, lo que se erige en motivo de festejo oficial es un anacronismo

No ganó nada y en cambio sí perdió mucho. Si el próximo 25, sea que creamos, sea que no, paramos por unos minutos el devenir mecánico de nuestras vidas para recordar que a partir de un ranchito pobre allá en Medio Oriente, la humanidad ha sido y sigue siendo, llamada a valorar la paz, la entrega indefensa de un bebé, el amor insondable de una madre, habremos ayudado a dar un poco de sentido a nuestras vidas.

¡Feliz Navidad a todos! Porque es para todos. ¡Es de todos!

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Ignacio De Posadas

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