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¿Quién la queda?

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IGNACIO DE POSADAS
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La Ley de Urgente Consideración (LUC) tuvo movilizada a mucha gente, con discusiones acaloradas, en favor y en contra. Curiosamente, el país está ahora en el proceso de cocinar otra norma, probablemente aún más relevante que la LUC: el Presupuesto Nacional. Está pasando casi desapercibido.

El Presupuesto es un bicho bastante kafkiano, que primero se gesta en una suerte de catch as catch can, a nivel de la Administración, con todos contra el Ministro de Economía y el Director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Cuando a eso hay que ponerle fin (por mandato constitucional), el circo se traslada al Parlamento, donde confluyen decenas de pidientes con centenas de pedidos, todos metiendo la mayor presión a su alcance.

Aquí se da, además, aquello del pollo y la langosta: del grupo que se sienta a almorzar y, menú en mano, cada uno piensa, “si yo pido pollo, para no gastar tanto, estos pintas van a pedir langosta, que terminaré pagando yo”. Así, todos piden langosta. En los Presupuestos corre la langosta que da calambre. Esto dura normalmente lo que resta del año.

Lo resultante de todo este largo aquelarre es un nuevo aumento del total del gasto estatal. No es el único resultado, pero sí el más seguro.

El gobierno ha asegurado que quiere cortar los gastos. Tiene razón en quererlo y yo le creo. Pero me temo que no podrá.

Porque las fuerzas en favor del gasto público son, en nuestro país, muy poderosas. Alrededor del 80 por ciento del gasto corresponde a remuneraciones y cargas sociales.

Atrás de cada rubro hay un grupo de presión, convencido de que quien no llora no mama.

Inevitablemente, de esta rebatiña salen ganadores y perdedores. En lo inmediato, pero también a mediano y largo plazo. Los que pelean y presionan creen que son ganadores y quizás por un tiempo lo sean.

Pero si uno analiza la realidad con perspectiva, verá que la cosa no es tan así. No solo que son muchísimos más numerosos los perdedores pero que, irónicamente, muchos de los que se creen ganadores no lo son.

Veamos.

Para empezar, los grandes perdedores de este proceso son los jóvenes y aquellos que precisan trabajar y no tienen calificaciones.

Nuestro país hace décadas que viene optando por los viejos, en perjuicio de los jóvenes (por más discurso trucho que se oye).

Esto se ve con particular claridad en dos rubros: las pasividades, que cada vez se llevan más recursos y también en el endeudamiento público con mucha frecuencia escuchamos a voceros del Frente Amplio decir que el gobierno hace mal en querer cortar los gastos cuando puede endeudar al país sin problema. O sea, pagar las cuentas de hoy con la plata del mañana.

Llevó mucho tiempo antes que los jubilados tomaran conciencia de que pagaban la cuenta de la inflación. ¿Llegó el día en que los jóvenes revisen que son los paganinis de la cuenta del endeudamiento?

No olvidar que, atrás de los jóvenes, la quedan también padres y abuelos, cuando aquellos -como ocurre con creciente frecuencia- resuelven irse a vivir a otro lado.

Para los trabajadores, sobre todo los no calificados, el mayor gasto estatal se traduce en mayores costos de producción y mayores precios, lo que provoca desempleo, subempleo y/o informalidad. El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) ha constatado, con esto de la pandemia, que en el Uruguay hay ¡400.000 personas en negro!

Pero la lista de perdedores por exceso de gasto estatal no para ahí. Todos los consumidores pierden en términos relativos, el vivir en un país carísimo y los que consumen bienes y servicios públicos vuelven a perder, ya que con frecuencia deben pagar dos veces (por su educación, salud, etc.).

Ahora, lo que quizás no perciben quienes protagonizan el pugilismo del gasto público es que también ellos son perdedores. Si no todos, la mayoría.

Así, como la cuenta global es tan cara, la solución para soportar la pléyade de funcionarios y pasivos es pagarles mal.

En suma, el juego presupuestal es casi morboso.

Ahora, siendo así, ¿cómo es que la gente no reacciona y deja que, poco a poco, el país se vaya hundiendo?

Cierto que no es fácil y que no se podrá cambiar esta aberración de una. Pero sí se puede empezar a equilibrar las presiones.

En determinado momento pareció que el movimiento Un Solo Uruguay era la tan esperada reacción de la sociedad civil, pero, lamentablemente, parece haberse diluido. Sin embargo, mostraron el camino. Uno de varios caminos posibles.

Hay que presionar. Sobre todo los jóvenes. Presionar a los partidos políticos, a las gremiales, a las instituciones, directamente, a través de los medios y redes. Y hay que empezar ya.

Porque la estamos quedando todos.

Y el gobierno, solo, no va a poder.

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