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¿Prisioneros de las redes?

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ignacio de posadas
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El tema de la invasión informática en la vida de las personas y sobre el funcionamiento de las democracias, no es novedad.

Pero el episodio de la asonada contra el Congreso de los Estados Unidos ha hecho abrir los ojos a muchísimos que no tenían una idea cabal de la dimensión del fenómeno.

Los casos comprobados de manipulación real de la gente y de la opinión pública hacen pensar que no es todo fábula y teorías conspirativas cuando se denuncia el fenómeno.

Estamos viviendo una pandemia que ha infectado a muchas sociedades y sistemas democráticos. Hannah Arendt advertía: “El sujeto ideal del totalitarismo no es el nazi o el comunista convencidos, sino la gente que ya no sabe distinguir entre realidad (la realidad de la experiencia) y la ficción, ni entre lo verdadero y lo falso...” (“The Origins of Totalitarisms”).

Los casos de intervención rusa para manipular o sabotear procesos políticos son alarmantes. El más notorio refiere a las elecciones del 2016 en EEUU, sembrando mentiras sobre la candidata Clinton y hackeando los correos del Partido Demócrata. Rusia llegó a instalar en los EEUU lo que ha sido bautizado de “troll farm”. Pero no paró ahí el “internacionalismo” del Sr. Putin. También alcanzó a la UE y la NATO, así como a intervenir en la política francesa, apoyando a Marinne Le Pen y en la británica a favor del Brexit. Al decir de Michiko Kakutani: “Políticos en Méjico y otros países temen ahora ser los siguientes en la lista de objetivos de Putin y se preparan a enfrentar olas desestabilizadoras de fake news y propaganda”. Para peor: “los desarrollos tecnológicos probablemente compliquen aún más las cosas. Avances en realidad virtual y aprendizajes mecanizados pronto producirán imágenes fabricadas y videos tan convincentes que será difícil distinguir de lo real” (“The Death of Truth”)

No sólo Rusia está jugando este macabro juego: en la elección mejicana del 2012, operaron los conocidos “Peñabots” y los cyborgs y es bastante obvio que parte de la explicación de las explosiones sociales en Chile está en el uso de algoritmos para alcanzar y hasta conformar grupos de protesta.

El fenómeno del uso de algoritmos es uno de los factores de poder en las redes, pero no el único. El descomunal volumen de datos en la web le permite a la gente elegir lo que más le guste o entone, abonado de hechos o supuestos y de razonamientos o de emociones que apuntalan creencias, en vez de examinar la realidad. Michiko “...las redes tienden a socavar la confianza en las instituciones y dificultan el tipo de debates basado en hechos, que es esencial a la democracia.” “Los avisos micro-dirigidos en las redes y los algoritmos destinados a estandarizar las noticias, desdibujan las distinciones entre lo que es popular y lo que es verificable …”. El objetivo es crear en algo amorfo, llamado gente, emociones fuertes que cada uno puede interpretar, sellando luego el vínculo con la creación de enemigos, que amenacen aquellas sensaciones.

El epítome de este síndrome contemporáneo fue el caso de Cambridge Analytic, que actuó no sólo para la campaña de Trump y otros políticos republicanos, sino en lugares tan dispares como Sudáfrica, Indonesia y el Reino Unido.

Escribe P. Pomerantsev (“This is not Propaganda”): “Cambridge Analytic explotó el potencial de psychographics: la idea de que tus preferencias en materia de redes sociales y lenguaje, predicen tu personalidad”. “Esta es la pesadilla potencial de los nuevos medios: la idea de que nuestros datos pueden saber más de nosotros que nosotros mismos y que eso, entonces, está siendo usado para influenciarnos sin que lo notemos”.

A pesar de la evidencia y del número creciente de voces denunciando el asunto, no conozco que haya una reacción generalizada a nivel gobiernos.

A comienzos del 2019, una comisión especial de la Cámara de los Comunes, publicó un informe titulado “Disinformation and Fake News”, que afirma: “nuestro sistema legal vigente no está ya más a la altura del problema... la gente acepta y otorga credibilidad a aquella información que refuerza sus opiniones, sin importarle cuan distorsionada o equivocada sea... la propia estructura de nuestra democracia está amenazada”.

Pero a tan clara amenaza no ha seguido acción gubernamental alguna.

Es un asunto muy difícil.

No sólo políticamente, por el enorme poder de las multinacionales informáticas, sino también, por lo sofisticado de la actividad. Regular la libertad de prensa siempre fue un tema peliagudo, pero la realidad, difusa, atomizada y mayormente anónima, de las redes, lo hace peor aún.

¿Debe el Uruguay preocuparse por esto?

Sin duda. Tendemos a querer creer que esas cosas aquí no pasan (como la guerrilla, por ej.). El hecho que seamos chicos y periféricos puede darnos esperanzas de que a nadie le interesaría manipular nuestra democracia, pero esos mismos atributos revelan nuestra debilidad.

Nuestro parlamento, que se ocupa de tanta minucia, haría bien en constituir una comisión especial, multipartidaria, con el cometido de hacer un relevamiento del funcionamiento de las redes en el Uruguay, su influencia sobre las instituciones y sobre derechos básicos de las personas. Sería un primer paso muy importante, al que podría seguir una propuesta de regulación.

No repetir la práctica de esperar hasta que no haya más remedio (ni remedio alguno).

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