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El posmodernismo fue

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IGNACIO DE POSADAS
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La asonada en el congreso americano lo puso en evidencia. Hora de parar la oreja. ¿De qué estoy hablando?

Los dos parámetros contemporáneos para emitir juicios de valor son: “a mí me parece” y “yo lo siento así”. Son lo máximo. O sea, vivimos entre un relativismo ya casi sin mojones y lo que Benedicto XVI llama “emotivismo”. De esas premisas sale nuestra moral y nuestro ordenamiento, jurídico e institucional.

No siempre fue así.

La humanidad vivió muchos siglos inspirada por filosofías éticas y teologías morales que daban pautas claras acerca de lo que está bien y lo que está mal, o acerca de lo que es verdadero y lo que es falso.

Con las reformas protestantes del siglo XVI se quebró la aceptación generalizada de una única visión de la realidad, encarnada en el catolicismo y la filosofía aristotélico-tomista. Esto abrió el camino al racionalismo iluminado. Pero de la confianza absoluta en la razón del hombre pasamos a la misma confianza en su voluntad y de ahí, por distintos caminos, la moda filosófica fue saltando a Hume y Kant, a Sartre y Nietzsche, para aterrizar en lo que se llama “posmodernismo”.

El Prof. David Conway lo describe así: “… combina un escepticismo generalizado a la idea de que exista una verdad generalizada o un cuerpo de verdades que los seres humanos sean capaces de conocer, con un nihilismo relativista, de acuerdo al cual ningún punto de vista o visión -aparte de la posmoderna- posee más verdad que otra”. (The Rediscovery of Wisdom). En suma, el posmodernismo sostiene que no existe la realidad objetiva, que todo conocimiento es filtrado (y deformado), por los prismas de clase, raza, género… etc., o sea, el principio de subjetividad. De ahí a las “fake news” o a lo que Trump llamaba “alternative facts”, hay apenas un paso.

Irónicamente, el último baluarte frente al posmodernismo fue el marxismo y la directa consecuencia de él: la Guerra Fría, donde los tantos estaban claros (de más). Con la caída del muro de Berlín, el posmodernismo ahogó la moral y el realismo, al menos en el llamado mundo occidental.

Enseguida apareció el fenómeno de internet y las redes sociales, cuyo potencial para afectar al ser humano medio, flojo de principios y valores, no fue apreciado al principio.

Lo que arrancó sien- do una democratización de la información, terminó en manos de no se sabe quién, con actores innominados que desparraman desinformación y juicios disparatados. Los que, “envasados” y diseminados en base a algoritmos, producen efectos inimaginables, (como las asonadas en Chile o la votación de Trump en los Estados Unidos).

Hemos llegado a un punto en el cual la persona duda incluso si la información “algoritmeada” de sí mismo no es más real que su autoconocimiento.

Las redes tienden a simplificar y a cargar de emotividad, con escasos o nulos fundamentos. Ante el esfuerzo por informarse y por descifrar realidades complejas (frecuentemente con componentes que no nos gustan), optamos por ir a “lo seguro”: ahí donde piensan como yo y refuerzan mi autoconvencimiento.

Más allá de lo que esto significa en términos de moral personal, una de las resultantes es la erosión brutal que se está produciendo en las bases de la Democracia.

La materia prima de los totalitarismos no son los fanáticos sino los desinteresados.

El asalto al congreso fue como un campanazo. Ya no es solo cosa de sermón de curas sobre la manga ancha moral, ahora la tele, (que, como se sabe, es más que la realidad), nos muestra que hay dementes que creen en cualquier cosa. Recordemos que además de los disfrazados del Capitolio, otros setenta y pico de millones votaron por Trump.

O sea: atención. Verdad que es un poco tarde, pero reconozcamos que la pérdida general de valores no es solo una elucubración académica o clerical.

Tampoco es esto algo que, como nos suele gustar, se pueda colgar del pescuezo del gobierno de turno. Hay aquí una responsabilidad y una tarea para formadores de opinión, tanto en el campo docente, como de los medios y de la sociedad civil en su conjunto.

Hora de arrancar porque esto se va a poner cada vez peor.

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