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Lecciones de Ancap

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Los platos rotos no tienen reconstrucción, pero por lo menos saquemos algunas enseñanzas básicas (y tratemos de que superen nuestro conservadurismo):

Los platos rotos no tienen reconstrucción, pero por lo menos saquemos algunas enseñanzas básicas (y tratemos de que superen nuestro conservadurismo):

1. No es sensato continuar en el siglo XXI con estructuras pergeñadas en el XIX. Me refiero a los entes autónomos

2. No es maduro creer que el Mercado tiene peores controles y permite peores motivaciones que el Estado. Con los ejemplos vividos estos años sería suficiente, si es que la observación objetiva de lo que ocurre en el resto del mundo escapa a nuestro entendimiento cultural. Acabemos con la pavada: en el Uruguay nunca hubo dictadura del mercado ni nada que se le parezca. En los momentos más liberales, no menos de la mitad de la actividad económica estaba en manos del Estado o regulada .

3. Ahora bien, si no alcanzamos a superar nuestros atavismos y preferimos seguir aferrados al pasado, por lo menos respetémoslo y apliquemos sus normas. En el Uruguay, una peligrosa combinación de soberbia, inexperiencia y dogmatismo ha llevado a los últimos gobiernos a saltearse todas las normas que les resultaban molestas, para ejercer el poder desde un Olimpo ideológico, sin controles. No es otra cosa lo sucedido en Ancap, donde los mecanismos de contralor, tanto administrativos como parlamentarios son dejados de lado, cuando no ridiculizados, (de Venezuela ya vamos a hablar, otro día). El engrudo ideológico-práctico llega a su culmen con los ejemplos de Ancap y Antel (y, algo menos, UTE), donde la defensa del estatismo y los ataques al Mercado se traducen en la creación de decenas de sociedades anónimas, lo que no solo es violatorio de la Constitución, sino que ni siquiera respetan íntegramente las normas del Mercado, al ser sociedades monopólicas u oligopólicas y en todo caso dotadas del embudo y el sartén (por el mango), del Estado. O sea, la peor combinación: toda la libertad del mercado, pero con el poder y la protección del Estado.

4. No se puede más confiar la dirección de empresas gravitantes a personas sin capacitación, experiencia o antecedentes idóneos, que en el mejor de los casos, aprenderán algo andado el tiempo. Si es que no tienen una agenda propia de otro tipo.

5. Más concretamente: la ideología no es un sustituto idóneo para la preparación y eso es obvio no solo a la hora de manejar una empresa, sino también para actividades tan básicas como las relaciones exteriores.

Ya deberíamos haber aprendido que es muy malo confundir objetivos. Desde aquella famosa frase sobre preferir los vasos de leche a los niños que tapar pozos, hasta la zoncera de sostener que las empresas públicas pueden perder plata alegremente porque sus fines son sociales. Con estos versos no tenemos ni leche, ni calles como la gente, ni progreso humano y social. Pero sí agujeros, físicos y económicos.

Nadie discute que el gobierno de una sociedad debe preocuparse por el bienestar de sus integrantes y por ello tener objetivos sociales, pero su obligación se extiende a la forma de ejecución: deberá ser eficiente y transparente. El que fue electo para tapar pozos, levantar la basura, proveer alumbrado... etc., debe dedicarse a hacer eso y el que está para suministrar combustible tiene la obligación de hacerlo con la máxima eficiencia y los menores costos. Después habrá quienes, con recursos genuinos y cuentas transparentes, tengan la misión de velar por la salud, educación, vivienda, etc. de los ciudadanos. El brutal entrevero de tantos, que va desde la famosa “conectividad” hasta producir el azúcar más caro del mundo por fallutos argumentos sociales y ecológicos, lo que hace es contribuir al empobrecimiento progresivo del país y su gente.

Nunca supe mucho qué era eso del “progresismo”, pero me está dando la impresión de que tiene abundante quiveve.

6. Es nocivo y peligroso dejarse anestesiar por la repetición de estribillos alejados de la buena moral y el derecho. Así, es ofensivo el argumento de que lo de Ancap está fenómeno porque no se han constatado delitos. Como es grave la fórmula de que mis fines políticos superan el ordenamiento jurídico (y justifican cualquier cosa, siempre que la mayoría lo lleve).

7. Lección Séptima: los gobiernos mayoritarios, cuando están percudidos de ideología y soberbia, son muy malos para el funcionamiento de la Democracia. Si además están, también mayoritariamente, en manos de gente poco capaz, despreparada y sin experiencia del mundo real (por oposición al discursivo), los malos resultados incluyen un descenso del nivel cultural del país.

8. Por último, los casos de Pluna y Ancap nos deben recordar el valor que tiene el Parlamento en la más antigua de sus funciones: el contralor. Hemos derivado a la creencia que el Parlamento debe ser una máquina de colmar expectativas a golpe de leyes, un imposible que genera frustración y ha erosionado su imagen, y por el camino dejamos que abandone la función de protección de los ciudadanos y contralor del poder público. Estamos llegando al final de una etapa. Aprendamos, para encarar la que se viene.

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Ignacio De Posadas

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