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ignacio de posadas

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La sociedad anda girando por el espacio, mientras que el Estado perdió el control. El mundo está viviendo una era de transformaciones radicales, iguales o aún mayores que las de la Revolución Industrial.

Pensadores y emprendedores de punta vinculados a la generación y el uso de nuevas tecnológías, imaginan un mundo muy distinto al que estamos acostumbrados, con impactos muy severos sobre mucha gente. La propia Revolución Industrial mostró que las transformaciones tecnológicas produjeron -independientemente de la ideología de los gobiernos de turno- un aumento explosivo de la desigualdad: quienes pudieron adaptarse a los cambios avanzaron, económica y socialmente, los que no pudieron, retrocedieron sustancialmente.

Elon Musk, en una aparición reciente, advierte que la digitalización desplazará muchos trabajos: “Habrá cada vez menos cosas que un robot no pueda hacer mejor (que un ser humano)”.

La economista Laura Tyson, que fuera presidente del Consejo de Asesores Económicos de Clinton y es profesora en Berkeley, complementa lo dicho por Musk: ”La tecnología es un potente motor de la productividad y del crecimiento económico, genera prosperidad… pero es también un potente motor de desigualdad… favorece al trabajador especializado sobre el que no tiene capacitación y aumenta la ganancia del capital por sobre la del trabajo… potencia la globalización, reduciendo el trabajo y conteniendo el crecimiento del salario, sobretodo de los trabajadores de medianos ingresos en la industria y en los servicios transables”.

El mundo desarrollado está viviendo todo esto, con preocupación, estudiando, discutiendo y ensayando medidas que vayan al encuentro de los problemas generados por las nuevas realidades. Nosotros, como pasa siempre, oímos hablar, pero como que de lejos. Todavía no nos llegó. Todavía.

El punto es que, si vamos a esperar que se instale la pandemia para salir a buscar vacunas…estamos fritos.

Porque el Uruguay no está preparado para vivir la revolución tecnológica (que no es futura, sino actual), de la que hablan Musk, Taylor y los trabajadores de buena parte del mundo.

Todo lo contrario: lo que estamos es calzados en el molde de un mundo que ya pasó. Que nos compra sí los commodities que producimos, pero que está cada vez más lejos de nosotros en su cultura y su realidad económica.

Para hacer frente a los efectos de la revolución tecnológica se requiere, como mínimo, tres cosas básicas:

1.- Formación: a) de calidad; b) continua y c) accesible.

2.- Una red de contención (pero no de anestesia) para quienes se caen del mundo de la nueva economía.

Las dos cosas apuntan a los segmentos activos de las sociedades (diferentes de los sectores pasivos, con quienes compiten -inevitablemente- por los recursos escasos de la sociedad).

3.- Una conducción política (que es algo más amplio que un gobierno) con la lucidez y el patriotismo necesarios como para dejar de lado, al menos por un tiempo, el tiroteo político, para unirse, patrióticamente, en dar un mensaje de alerta y apoyar los sacrificios -inevitables- que requiere el conseguir recursos y cambiar prácticas (y curros) para priorizar lo nuevo y reducir lo viejo, (porque los dos a la vez, no se puede).

Encarar lo que se viene implica, entre otras cosas, admitir que se agravará la desigualdad.

Admitir no es resignarse, es no ser ciegos y no patear el aguijón. Hay que entender lo que pasa y sobre eso, buscar los medios para amortiguar la realidad (no ignorarla ni, menos, creer que la vamos a torcer). Implica también: para el gobierno, ajustar prioridades y esfuerzos y para la sociedad, controlarse, evitando pataleos estériles.

Hay que empezar por reconocer que nuestra cultura está trancada en una ecuación totalmente distinta, diría que opuesta, a lo que la realidad exige: tenemos por más que se esfuerce el gobierno, una estructura educativa pública que no es funcional a la realidad presente (olvídate de la que se viene) y un Estado absorbido por actividades vinculadas primordialmente a los pasivos, a funciones públicas adjetivas (cuando no obsoletas) y a prolongar situaciones económicas sin futuro, tanto estatales como privadas, todo imbuido de una fuerte cultura igualitaria que, aún más allá de discusiones filosóficas o ideológicas, sencillamente no reposa sobre bases económicas viables.

Todo eso configura una receta para el estancamiento y la decadencia.

Es necesario un cambio de foco, no sólo del gobierno sino de toda la sociedad, cuya cultura conservadora e igualitaria tranca toda movida hacia la realidad.

No falta mucho tiempo para que tengamos una prueba: más temprano que tarde el Poder Ejecutivo va a tener que ponerle por delante a la sociedad uruguaya la necesidad de reformar todos los sistemas de seguridad social, que se han ido transformando -por culpa de (casi) todos- en una piedra de molino atada al pescuezo del país. No es una reforma particularmente dolorosa y su necesidad debería ser obvia, pero el tema es algo tan enraizado en la cultura conservadora del Uruguay, que va a costar muchísimo aceptarla!

Será un momento clave de decisión, entre el futuro y la agonía.

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