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De fábulas y fenómenos

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Ignacio De Posadas
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Es bien sabido que con frecuencia el relato tiene más fuerza que la realidad. Porque se enraíza en la cultura de una sociedad y de ahí es muy difícil sacarlo.

Los orientales tenemos harta experiencia de esto (y los Blancos muy especialmente).

Primero fue el relato artiguista, superador de las divisiones partidarias fundadoras, pero también alumbrador del complejo de ser diferentes y superiores a los demás pobladores del continente. Como se ve, tuvo efectos buenos, pero también de los otros.

Luego vino el relato batllista, poderosísimo. Con él fuimos la sociedad moderna, culta, Tacita del Plata, Suiza de América y "como el Uruguay no hay". Nos lo creímos en todos sus detalles. Quizás tuvo consecuencias positivas de identidad con cierto tipo de cultura europea, pero también nos empujó a la complacencia y la irrealidad: como el Uruguay no hay. No, no existió nunca el Uruguay que nos creímos. La ilusión favoreció el estancamiento, la parálisis por añoranza, y cuando empezó a hacerse evidente que la realidad no cumplía con el relato … nos enojamos con la realidad. O con aquellos a quienes hicimos responsables por el incumplimiento del relato. Frustración, bronca, división, fractura.

Ahí apareció nuestro mito más reciente y "felizmente reinante": el relato frentista, mucho más fantasioso que los anteriores. Y preñado de consecuencias.

En él, los tupamaros se alzaron contra la dictadura militar y, a su vez, fue la izquierda quien luego la venció. Dictadura neoliberal que fue sustituida por el regreso a una democracia "formal". Formal y también neoliberal, característica compartida por los sucesivos gobiernos blancos y colorados desde 1985 hasta el advenimiento del Frente. Época aquella muy dura para el Uruguay, en la cual se nos asegura que regía una tiranía del mercado que privilegiaba lo financiero, a las grandes empresas y al capital extranjero por encima de lo productivo, y no te digo nada del gasto social: según el Dr. Vázquez, en esos tiempos los niños comían pasto.

Y todo esto prendió. ¡Cuántos compatriotas creen en estas cosas al pie de la letra! Si hasta las leen en libros de texto escolar.

¿Puede haber algo más absurdo que creerse el verso del Uruguay neoliberal, verdadera jungla del libre mercado, cuando el grueso de las actividades económicas y sociales del país están desde hace años en manos del Estado o reguladas muy fuertemente por él?

El Estado uruguayo ya no pesca ni vuela más, pero refina petróleo, produce azúcar, Pórtland y perfumes, genera y distribuye electricidad, da servicios de telefonía y datos, tiene la minoría mayor del mercado financiero y de los seguros, provee de agua y servicios portuarios, entre otras actividades económicas directas. Pero, además, regula la ganadería, la agricultura, la minería, las industrias alimentarias, la construcción, todos los servicios financieros, todo el comercio exterior, telecomunicaciones, prestaciones de salud, las actividades profesionales y cientos de cosas más. Hace décadas que todo está regulado en nuestro país.

Bueno, todo no. La actividad sindical, por ejemplo, no lo está. Los sindicatos son la única entidad que no precisa de autorización estatal ni para constituirse, ni para actuar. Nadie los regula ni los controla (nada de presentar memorias y balances ni hacer asambleas anuales y registrarse), y no existe norma que los obligue a restringir su actividad a un objeto social previamente aprobado (como le ocurre al resto de las personas jurídicas, desde el CitiBank a la Parva Domus). Tampoco le son aplicables otras normas como al resto de los mortales: pueden ocupar la propiedad de otros, impedir a las personas que trabajen y hasta que circulen por la vía pública libremente, amén de incidir en cosas tan impropias como la política exterior.

Esto en cuanto a la tiranía del mercado. Del privilegiar lo financiero por encima de todo da testimonio la reducción sistemática en el número de bancos, desde la década de los 60 y la decadencia de la bolsa. En cuanto a favorecer al gran capital y a los extranjeros: desde que se fueron los ingleses no ha vivido la economía uruguaya el grado de concentración y extranjerización que viene dándose desde que asumió el Frente: en el agro, la industria y el comercio. Por último, para los que se tragaron la pastilla del pastoreo infantil (y de que las políticas sociales nacieron con el Frente, busquen los indicadores sociales del gobierno Lacalle y después hablamos).

A veces los relatos tienen cosas provechosas, como ocurre con los mitos históricos, pero estas fábulas que el país está consumiendo no hacen más que alejarlo de la realidad, alentando la fractura social, el aletargamiento económico, la frustración y el engaño.

En una época había en Pocitos un grafiti que decía: ¡BASTA DE REALIDADES! ¡SOLO QUIERO ILUSIONES! Muy ocurrente. Pero sólo como grafiti.

La mentira nunca produce buenos frutos.

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