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¿Qué podemos esperar?

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Se dirá que es demasiado pronto para emitir un juicio sobre nuestro gobierno y no faltaría razón. Pero mi propósito no es juzgar sino anticipar: como cualquier ser humano, quiero tratar de entender lo que pasa y anticipar, hasta donde sea posible, en qué dirección van las cosas.

Se dirá que es demasiado pronto para emitir un juicio sobre nuestro gobierno y no faltaría razón. Pero mi propósito no es juzgar sino anticipar: como cualquier ser humano, quiero tratar de entender lo que pasa y anticipar, hasta donde sea posible, en qué dirección van las cosas.

Nadie discutirá que el gobierno, habiendo arrancado con sorpresiva firmeza, puso la palanca en “R” y no parece salir de ahí.

Si bien no se le conoció una agenda muy ambiciosa, cargada de visiones, la movida de designar el gabinete por sí y ante sí, presagiaba al menos autoridad y rumbo firme.

Siguieron otras medidas, como la de Antel Arena, el Fondes y trancazos a aspiraciones ultra-ministeriales, todas apuntando en el mismo sentido, y, concurrentemente, las posturas del canciller alentaban esperanzas de que, al menos por ese lado, el Uruguay se arrimara al siglo XXI: TISA, negociaciones fuera del Mercosur…

Después vino la pifia de declarar la esencialidad para atajar a los sindicatos de la educación y el tanteador se dio vuelta como carretilla de mano. Del autoritarismo pasamos al silencio.

Resulta entonces lógico que la gente se pregunte, ahora qué?

Parece haber dos teorías: algunos creen que el gobierno llegó hasta aquí y que poco más puede esperarse de él, al menos en cuanto a cosas trascendentes, mientras que otros piensan que el Presidente está de pata arrollada, esperando se despeje el aquelarre presupuestal, para luego volver a la carga, por el camino originalmente elegido, de mandar en solitario.

Lo primero sería horrible. Perder, otra vez, toda esperanza de que nuestro país quiera abandonar sus mitos empequeñecedores. Quiero creer, todos deberíamos quererlo, que esa percepción es equivocada, que el Presidente no ha abandonado su aspiración de serlo.

El problema se presenta cuando uno trata de avanzar en la tesis optimista: Vázquez volverá a ejercer autoridad. Todo bien. Ahora: ¿para qué?

¿Para encarar la reforma del Estado, madre de todas las reformas?

¿Para encarar un salvataje a fondo, in extremis, de la educación pública?

¿Está dispuesto el Presidente a vivir la amargura y la dureza que le significará enfrentar a los sindicatos, aliados de antes, hoy enemigos victoriosos? ¿Con qué banderas lo haría? ¿Cuáles son sus convicciones en esos campos? ¿Acaso las del liberalismo que la realidad exige? Lo dudo.

¿Estará agazapado el Presidente, esperando el momento de reconducir al país por el camino de la apertura, que ha elegido todo el mundo menos nuestro barrio? ¿Saldrá a correr los trenes que dejó escapar? Lo dudo.

¿Espera el Presidente el momento oportuno para hincarle el diente al viejo problema de la falta de competitividad que sufre el país, eliminando trabas, tanto públicas como sectoriales? Lo dudo.

¿Aguarda el Presidente la oportunidad para enfrentar el resabio cultural empequeñecedor que su predecesor se dedicó a ensalzar, enfrentando a la mayoría de sus dirigentes partidarios? No tengo dudas: no lo hará.

Por otra parte, al tiempo que el gobierno hizo como el ratón, otros actores ocupan la realidad política, económica y social. Algunos con reticencia reducida, como los legisladores frentistas desafectos al Presidente y a su Ministro de Economía, o los dirigentes de la cúpula sindical, más preocupados que aquellos porque viven más cerca del mundo real y ven cómo se frena la economía y aumenta el desempleo. Otros, lanzados campo afuera, queriendo sacudir el árbol, como lo hicieron sus mentores, sindicales y guerrilleros, hace medio siglo.

¿Entonces, qué se puede esperar? ¿Una crisis, provocada por los ultras? ¿La reaparición del gobierno, con las pilas puestas?

Ni lo uno, ni lo otro. Me temo que el desenlace más probable sea a la uruguaya. Lo que los gringos llaman “muddling through”. Otra vez. Un ir tirando, “maomeno” (mas menos que más).

Lo cual debe llevar a otra reflexión, esta vez desde el ángulo de la oposición. O, más precisamente de aquella parte de la oposición que yo llevo cerca de mi corazón.

Si ya no lo han hecho, la dirigencia del Partido Nacional debe empezar a analizar ese desenlace probable, de cara al futuro.

Porque lo más probable que ocurra es un desgaste grande del Frente, lo suficientemente grande como para provocar el desplazamiento del número necesario de votantes, dándole la victoria electoral al P.N. Lo que provocará otra vez -no se apuren a festejar- la llegada al gobierno de un partido fundacional en tiempos críticos y sin que se haya operado en el país una reacción cultural lo suficientemente relevante y profunda como para poder tomar las medidas que el país precisa, y así se vuelva a frustrar una oportunidad de cambio. Ya ocurrió.

Para intentar que no vuelva a suceder, creo que el Partido Nacional tiene que darle un foco distinto a su discurso, haciéndolo más frontal, pintando las cosas como son (y cómo deberían ser). Es evidente que conllevará riesgos: pero ayudará a mucha gente a ver la realidad y cuando se produzca el desplazamiento de votos -que ocurrirá igual- estará signado por un apoyo a lo que deba hacerse y no la sola reacción ante el fracaso populista.

El próximo gobierno no va a ser changa. No sirve alcanzarlo sin el apoyo suficiente como para ejercerlo en la medida necesaria.

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Ignacio De Posadas

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