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El que no duda, pierde

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Ignacio De Posadas
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Ocurre también con algunos creyentes, pero lo más frecuente es encontrar la actitud de seguridad absoluta en el agnóstico desafiante, cuando afirma terminantemente: yo no creo en Dios.

Tal parece como que no creer es algo más seguro y también menos complicado que tener fe. La experiencia demuestra que prácticamente todos los creyentes dudan o han dudado y eso suele asimilarse con debilidad, fragilidad, inseguridad.

Sin embargo, tampoco el no creyente —si es auténtico y sincero— vive blindado.

Benedicto XVI lo expresa con su lúcida profundidad: "Cualquiera que decida evitar la incerteza de creer, tendrá que experimentar la incerteza de no creer, que nunca alcanza finalmente a eliminar de veras la posibilidad de que creer sea en definitiva la verdad" (Introduction to Christianity, pág. 45).

¿Es más difícil creer, que no creer?

No es infrecuente encontrar esa tesitura, tanto entre creyentes como en agnósticos. Si yo no creo, la cosa se terminaría ahí. En cambio, si creo: ¿Qué significa? ¿Un salto al vacío? Además, lleno de inferencias y de implicancias, que nos complican la vida. Así puede parecer (y aún sentirse) pero la realidad es algo más simple.

En definitiva, creer significa haber percibido que el hombre no se reduce a lo que ve, oye o toca, lo que puede parecernos la única realidad, la base de la ciencia.

Creer significa que el hombre vive más allá de sus sentidos. Todo hombre. Aún el agnóstico.

Recurro otra vez al Papa Ratzinger: "…significa la decisión de que en el cerno de la existencia humana hay un punto que no puede alimentarse y basarse sobre lo visible y lo tangible, que encuentre y tome contacto con lo que no puede verse y constata que ello es una necesidad para su propia existencia…". "En realidad, creer es la conversión en la cual el hombre descubre que si se dedica solo a lo tangible está persiguiendo una ilusión", (pág. 50). Y, cabe añadir, vive una vida truncada.

Sigue diciendo el Santo Padre: "¿Qué es, realmente creer? ... Es la manera humana de pararse ante la realidad total, una manera que no se puede reducir al conocimiento y que es inconmensurable con el conocimiento; es el otorgamiento de sentido sin el cual la totalidad del ser humano quedaría sin hogar… Porque el hombre no vive solo del pan de lo práctico, vive… del amor, del sentido (de su vida)", (pág. 72).

Vayámonos al otro extremo: Karl Marx. Llamó a su filosofía "determinismo científico", postulándola como lo único real y cierto, por estar basada exclusivamente en hechos reales. Sin embargo, el marxismo (y no solo el de Marx) fue una construcción intelectual cuyos pilares fácticos estaban unidos por creencias filosóficas, formuladas dialécticamente, cuya única base era la mente de Marx. Tan ajenas a la realidad eran esas creencias que fracasaron estrepitosamente.

El que no duda no madura.

Contrario a lo que afirma el agnóstico dogmático, la inteligencia práctica —positivista— del ser humano, si excluye todo lo demás, constituye una renuncia a la búsqueda de la verdad, para limitarse a la constatación de lo funcional, que es apenas una parte de aquella.

La herramienta de la naturaleza humana para perseguir la verdad no es el conocimiento sino el entendimiento: entender el sentido de la realidad, y del propio conocimiento.

Joseph Ratzinger otra vez: "Porque el conocimiento del aspecto funcional del mundo, tal como nos lo obtiene, espléndi-damente, el pensamiento técnico y científico contemporáneo, no trae consigo una comprensión del mundo y del ser. El entendimiento nace solo del creer", (pág. 77).

Por último, lo primero en el orden del ser: no hay amor sin fe. No existe el amor positivista. La fe está en la base del amor. Del amor a Dios y del amor al prójimo.

Resumiendo: no se puede vivir sin creer. Sin apoyarse en algo más que el conocimiento empírico.

Y quien cree, necesariamente duda, ha dudado o/y dudará.

No es superior quien dice: yo no creo y no dudo.

Por todo esto, hay que ser muy cuidadoso a la hora de endiosar y forzar un laicismo poco reflexionado, (y muy manijeado), porque el resultado puede ser una visión hemipléjica del hombre y su vida, vacía de sentido, sin una estructura que sustente valores básicos del ser.

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