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Antes, pero también después

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Es probable -además de deseable- que los orientales reaccionemos a este desastre que nos cayó encima con los principios y los sentimientos que la realidad exige: solidaridad, espíritu de unidad, generosidad y hasta sacrificio. Así debe ser y así esperamos que sea.

Pero, ¿y después?

Esta catástrofe que nos está pegando tiene -entre otras- la característica de no ser muy susceptible a usos políticos o ideológicos. Nació en China, que hoy día es un bicho ideológico imposible de encasillar: comunista (como Andrade, Castillo y Marcelo Abdala, pero muy diferente). Tampoco se le puede colgar del pescuezo al Fondo Monetario Internacional, a la banca multinacional… ni siquiera a Donald Trump. La ausencia de chivos expiatorios y la dificultad de encajar eslóganes facilita la tarea de tener que mirar para adelante, que es lo que las circunstancias exigen.

Así que, en medio de tanto descalabro, es probable que la sociedad uruguaya tenga la satisfacción de haber estado a la altura de las circunstancias. Unida, entre sí y con su gobierno, (que, vale decirlo, se está manejando muy bien).

Pero, ¿y después?

Porque esto va a pasar. No sabemos cuándo y tampoco sabemos cuál será el tendal que deje atrás, pero es seguro que pasará. Tan seguro como que al día siguiente que cese el “pánico”, otros instintos y sentimientos del ser humano pugnarán por ocupar el lugar de aquel.

Para entonces habrá ocurrido una importante destrucción de riqueza y su corolario, un fuerte grado de empobrecimiento de la población. De todos. Solo que no todos al mismo grado. A mí, por ejemplo, me significará renunciar a ciertas cosas y también una amenaza a mis ahorros de cuarenta y pico de años, pero no afectarán mi empleo, mi vivienda o mis necesidades básicas.

Otra será la realidad para mucha gente y esa realidad va a exigir medidas de sacrificio impuestas por el gobierno. Simplemente, no tendrá opción. Más allá de sus propósitos y de los sueños abrigados durante la campaña electoral, la realidad mandará.

Entonces, ¿desaparecido el enemigo externo que nos llevó a unirnos, volveremos al pasado? El riesgo existe.

Hasta ayer hemos sido la sociedad de la frazada corta. La que mira más cómo le va al otro que cómo podría hacer yo para mejorar. Una sociedad que no quiere morir, pero que tampoco está dispuesta a hacer sacrificios por vivir mejor. Son otros quienes deben hacerlos.

Hoy es el momento para pensar en estas realidades. Antes de que se repitan. Antes de que volvamos a echarle las culpas al gobierno y a “ellos”. “Ellos” que son quienes piensan distinto y defienden intereses distintos a los míos. Los “Ellos” empresarios, los “Ellos” sindicalistas”, los “Ellos” funcionarios burocráticos, dirigentes políticos rivales..., etc.

Si eso ocurre, si al día siguiente de no aparecer la palabra “coronavirus” en diarios, radios, televisoras y redes, el vacío es rápidamente sustituido por los reclamos, las acusaciones y las críticas cruzadas, habremos sufrido no solo un enorme perjuicio sino dos: la pandemia del coronavirus y el retorno del virus Yorugua.

La pandemia es un desastre, pero como toda crisis es también una oportunidad. Entre otras cosas, nos sacude las categorías y los valores, mostrándonos el orden natural de las cosas, poniendo lo básico donde debe estar y relegando al rincón la enorme cantidad de intereses menores y prejuicios que se adueñan de nuestras vidas.

En estos días de incertidumbre y de temor y también de tiempo entre nuestras manos, seguro que ninguno de nosotros ha dejado de hacerse preguntas básicas y de mirar: hacia atrás también y hacia adentro.

Todos saldremos de esta económicamente más pobres. Poco y a veces nada podremos hacer para evitarlo, pero, a la vez, todos habremos tenido la oportunidad de crecer, en fuerza y en sabiduría, en comprensión y en empatía.

Vamos a tener que sudarla para salir del pozo. Podemos hacerlo con odio y derrotismo o encontrar en el esfuerzo y el desafío un motivo de vida.

Podemos hacer que el Uruguay sea mucho mejor que antes. Podemos. Sí que podemos.

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