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Desigualdad y pobreza

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IGNACIO DE POSADAS
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La desigualdad es tema central de la discusión económica. Hay economistas, como Picketty, que se han hecho famosos con la desigualdad y políticos que con ella han changado de lo lindo.

No es una ficción y las consecuencias que provoca o ambienta constituyen el fenómeno social más impactante de los últimos tiempos: Occupy Wall St.; Indignados, Gillettes Jaunes, asonadas en Chile…

Más allá de lo que tenga de sustancia económica concreta, la desigualdad es hoy un fenómeno, si no necesariamente económico, sí social y político muy real. ¿Pero cuál es su verdadera dimensión económica?

Es cierto que la desigualdad ha aumentado en muchos países desarrollados. Desigualdad siempre hubo y en todos lados, pero contemporáneamente ha aumentado enormemente su visibilidad en los países ricos. Las crónicas sobre grande fortunas y remuneraciones estratosféricas en ciertas actividades, tienen estrépito y generan reacciones. No ocurre así, por lo general, en los países menos desarrollados. No es que no exista la desigualdad, pero no se ha exacerbado.

Pero es también una característica de los tiempos que corren, que al mismo tiempo en que la brecha crece dentro de ciertas sociedades, (fundamentalmente las desarrolladas), decrece enormemente entre países. Notoriamente los asiáticos.

La desigualdad es una parte de la realidad económica y social, pero no es toda la realidad. Y tampoco es la parte más importante de ella. La parte más relevante es la pobreza y esta globalmente ha disminuido significativamente.

Lo que lleva a la necesidad de despejar algunas confusiones.

La primera es creer que la economía es un juego de suma cero: si Bill Gates tiene miles de millones de dólares, es porque hay miles de millones de personas que no tienen un mango. Error: salvo en el robo, la riqueza no se genera sustrayendo

El mismo Picketty confiesa (inadvertidamente) su error al decir que la mitad más pobre de la población hoy sigue siendo igual de pobre que en 1910, porque detenta el mismo 5% de la riqueza mundial que en 1910. El pequeño detalle es que el volumen total de riqueza aumentó en ese período exponencialmente. La desigualdad habrá aumentado, pero la pobreza ha caído vertiginosamente en casi todo el mundo.

El segundo error es creer que el aumento de la desigualdad prueba que el capitalismo es un sistema disfuncional.

En primer lugar, no debe confundirse capitalismo con libertad de mercado: la economía soviética en tiempos de Stalin, como la china de hoy, son fuertemente capitalistas, pero flojas en libertad.

Por otra parte, si bien es cierto que la libertad de mercado permite y hasta favorece las diferencias, como también lo es que el capitalismo tiene defectos, quien conozca un poco de historia habrá descubierto que la humanidad tuvo con ambos una transformación espectacular, abandonando siglos de escaso o nulo crecimiento económico.

También descubrirá cómo los mecanismos de promoción y distribución económica, al influjo de una mayor conciencia social, nacen en pleno auge liberal. La tercera falacia es aquella que salta de la constatación del fenómeno de la desigualdad a la condena moral del funcionamiento de las economías contemporáneas. Más allá de una discusión económica acerca de si en la realidad existen “modelos” y otra, moral, (si un “modelo” puede ser un sujeto capaz de detentar una moral), se pierde de vista que lo realmente objetable no es la desigualdad sino la pobreza. Moralmente lo medular no es que todos tengan lo mismo, sino que todos tengan lo suficiente.

De esas falacias surgen después políticas equivocadas apuntando a nivelar por la fuerza.

Esto olvida analizar algunos temas, tanto filosóficos como económicos. Los segundos son de tipo más instrumental, (ventajas e inconvenientes de distorsionar las decisiones económicas de la gente), pero los filosóficos van a la sustancia de la moral: 1) ¿qué es lo económicamente justo? ¿Justo equivale a igual? Y si no es así: ¿cuál es el criterio de justicia aplicable? Y, 2) ¿a quién le ha sido dado, tanto la capacidad como la autoridad, para decidir qué es justo en materia económica? En una Democracia, la nuestra por ejemplo, ¿cuando votamos, lo hacemos para darle a ciertas personas el poder de imponer a su criterio una justicia distributiva? Yo no.

Otra pregunta: ¿qué causa la desigualdad? Más allá de lo obvio: las diferencias en la naturaleza humana, cabe admitir que sin libertad el problema de la desigualdad puede reducirse, (nunca desaparecer) y eso nos pone en el centro del dilema de la Democracia: el equilibro en constante tensión entre libertad e igualdad. La Democracia requiere de ambas y su razón de ser es mantenerlas en razonable equilibrio.

Claramente, la pérdida de libertad lleva a la destrucción de la Democracia, pero ya Aristóteles postulaba que la Democracia presupone un predominio del equilibrio y es notorio que la existencia de grandes riquezas facilita las presiones espurias.

En definitiva, el foco económico y social no debe priorizar la igualdad, sino el combate a la pobreza, a la exclusión y a la falta de libertad.

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