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¿Por qué tan “conservas”?

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IGNACIO DE POSADAS
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En el sentido literal de la palabra: la nuestra es una sociedad que se resiste a cambiar.

“...el Uruguay resulta hoy una nación cuyo equilibrio, de tono medio burgués, cuyo compromiso social, la hace hostil a toda reforma de estructuras... es también un país que... reclama y actúa como si quisiera (pero la impresión es engañosa), que esas estructuras no debieran estar un minuto más vigentes...”

Así nos veía hace 45 años Carlos Real de Azúa (“El Batllismo y su Freno”). A eso me refiero al decir que somos conservadores.

Lo que plantea interrogantes:

1.- ¿Qué tan conservadores?

Para empezar, no somos particularmente afines a tomar riesgos. Nuestra principal inclinación a la hora de invertir es el ladrillo y son notorios los fracasos por desarrollar una bolsa de valores.

Tampoco tenemos mucho afán de lucro. Es más, públicamente hasta competimos por demostrarlo. Coherentemente, que en esto sí lo somos, no nos gusta el show. No son pocos los que miran a Tinelli, pero no con ánimo de imitarlo.

Más bien estamos a favor de la igualdad. La jurídica, por supuesto, pero por encima de ella, la material. Aquel que tiene mucho más que nosotros: “algo habrá hecho” y entre los lugares comunes que uno escucha en los velorios, “murió pobre”, ocupa posición de destaque.

Todo eso lleva a mirar la excelencia con ojos de sospecha (cuando no de condena), actitud que permea nuestro sistema educativo, con funestas consecuencias.

Con ese bagaje, no es raro constatar la inclinación por el puesto público, cuyo anuncio genera largas colas de postulantes.

Por último, no es aventurado suponer que existan vínculos entre el conservadorismo de nuestra cultura y otras dos notas características de su esencia: la nostalgia y el pesimismo. El pasado, un pasado mítico ubicado allá por los ’50s, es el centro de nuestras aspiraciones que, al compararlo con nuestra realidad presente, nos hace a la vez, nostálgicos y pesimistas.

Somos muy conservadores.

2.- ¿Todos los orientales?

No, todos no. En las generaciones jóvenes hay corrientes en sintonía con los tiempos, que buscan y aceptan desafíos, aún con las peculiaridades hedonistas e inmediatistas de los millennials. Pero no alcanzan a marcar una tendencia cultural que pueda competir con la “oficial” lo que explica el perfil (y el número) del emigrante uruguayo.

3.- ¿Por qué somos tan conservas?

El fenómeno es multicausal, y no resulta fácil ponderar la envergadura de las diferentes causas.

Para arrancar, somos una población envejecida y parece lógico suponer que los viejos quieren tranquilidad y seguridad. Concedido, pero hay otras sociedades etariamente maduras en Europa y en Asia, que no muestran nuestra aguerrida resistencia al cambio.

En otro artículo señalé cómo nuestro país ha privilegiado, en sus decisiones presupuestales, a los viejos por sobre los jóvenes y al gasto social por encima de la inversión productiva. Decisiones que reafirman el conservadorismo cultural.

¿Quizás sea la herencia española, clásicamente adversa al trabajo y su compañero, el catolicismo, enemigo del “mundo”? No da para tanto. Ni el español es tan como se lo pinta, ni somos los uruguayos ya tan culturalmente españoles. ¿Y católicos? Ojalá! No, no pasa por ahí la cosa.

¿Acaso el tamaño del país? Menos: cuanto más chico, más debe esforzarse .

Lo que ha acompañado la agudización conservadora de nuestra cultura es la cerrazón del país al mundo. Fuimos una sociedad muy abierta y enterada de lo que ocurría en otras partes. Ya no. Nos hemos encerrado, lo que nos lleva a extremos ridículos, como pretender que otros deban comprar lo que producimos caro y mal o dejarnos enredar en velatorios marginales como el de los regímenes cubano y venezolano.

Tengo para mí que hay otros dos factores que ejercen gravitante influencia sobre nuestra cultura: el Estado y la Democracia.

Temo que mis razones desagradaran a muchos, pero espero ayuden a pensar.

Nadie cuestionará que nuestro Estado ejerce una fortísima presencia en nuestras vidas. Controla o regula cientos de aspectos y actividades: nuestra educación, nuestra salud, cómo trabajamos, la seguridad personal, dónde invertir, qué comer, etc. Con frecuencia pateamos porque nos fastidia, pero reaccionamos mucho más duramente cuando a alguien se le ocurre que no sea solo el Estado quien importe combustible, bombee agua potable, distribuya electricidad, autorice reválidas o aparatos médicos, provea de telefonía fija, etc. Preferimos las ineficiencias conocidas: peor, pero parejo.

Y la Democracia, ¿cómo juega en esto?

Aunque suene herético, el sistema democrático tiene entre sus tendencias, una cierta propensión a la mediocridad. Ya señalaba Platón (que, a ser sincero era bastante clasista): cuando los gobernantes quieren parecerse a los gobernados, la sociedad progresa muy poco.

4.- Al final de cuentas, ¿todo esto es bueno o malo?

La respuesta debe matizarse. No hay sociedad perfecta. Todas tienen elementos que repercuten negativamente. En nuestro caso, el conservadurismo es funcional a los sectores menos dinámicos. El problema está en que eso hace que la economía tienda a estancarse y los jóvenes a frustrarse o, directamente, a disparar.

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