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Concertación

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FRANCISCO FAIG

Sin prisa y sin pausa vienen ocurriendo episodios relevantes, y poco publicitados, en los partidos de oposición. La autoridad nacionalista en Montevideo definió a principios de mes, por unanimidad, explorar posibilidades que permitan presentar un programa y una candidatura comunes, en un espacio sin distinción de colores políticos, para dar una alternativa real al gobierno del Frente Amplio en la capital.

Días más tarde, en una conferencia en el Parlamento, el diputado blanco José Cardoso fue más lejos, y sugirió que blancos, colorados e independientes se presenten bajo el lema Partido Independiente, con tres candidatos que acumulen sus fuerzas para ganar Montevideo.

En otros registros, el senador Saravia formó su concertación republicana con el objetivo de sumar adhesiones que van más allá de las simpatías blancas; y la recolección de firmas por el tema inseguridad generó una instancia de coordinación entre colorados y blancos.

Por supuesto, sería un profundo error creer que estos movimientos sellarán todo debate histórico e identitario entre blancos y colorados: como ilustración de esas discrepancias, allí está la reciente polémica acerca de la valoración que unos y otros hacen de los períodos batllistas en el país.

Sin embargo, es indudable que el proceso concertacionista del espacio político no frenteamplista está llamado a consolidarse.

Porque la iniciativa, recordémoslo, ya fue tomada por la gente en varios departamentos en las elecciones de 2010. Fue un éxito electoral fulminante para el partido tradicional mayoritario de cada circunscripción. Permitió, por primera vez desde 1990, recuperar administraciones de peso urbano y demográfico como Pay-sandú, Salto o Florida.

En este sentido, la versión capitalina de esta concertación parece tanto más importante cuanto sustancial es el mundo urbano-montevideano en la formación de la opinión nacional.

En efecto, frente a la formidable hegemonía cultural que beneficia a la identidad de izquierda, y que permite al Frente Amplio asentar su votación en un piso electoral que hace ya más de quince años que es mayor al 33% de la opinión del país, se precisa una alternativa convincente y capaz de gobernar mejor.

Con una concertación de partidos opositores, los montevideanos sabrán valorar esa posible alternancia. Desde allí, los partidos tradicionales podrán encarar la tarea de enfrentar el discurso identitario- cultural izquierdista, dominante en el mundo urbano, que los denigra moralmente por considerarlos de esencia inferior y distinta. Tendrán que mostrar que se trata de un extendido y leninista embuste que esconde, en realidad, la profunda inepcia del frenteamplismo en el poder.

Es un proceso inevitable. Obedece a las reglas de juego electorales de 1997, y a las definiciones filosóficas que unen y separan a los tres principales partidos políticos del país.

Hubo un abajo ciudadano que ya se movió en 2010. Arriba, un año más tarde, empieza a cobrar fuerza una tan necesaria como arrolladora ola de esperanza compartida concertacionista hacia el futuro.

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