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¿Qué camino probar?

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Ignacio De Posadas
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Hace tanto tiempo que vemos marchar mal tantas cosas en nuestro país, que sentimos la necesidad de cambios a fondo y con urgencia.

Pero para eso hay básicamente dos caminos: la imposición o el consenso. Estoy hablando, obviamente, de la imposición democrática, por mayorías electorales y parlamentarias.

Confieso que mi reacción, primaria, es que lo del consenso ya me paspó. Estoy bastante saturado de oír hablar de consenso dialéctico (aristotélico, no marxista). El "conshensho" yorugua es aquel mínimo común denominador metido en lo más profundo de nuestras raíces culturales (mucho más difíciles de sacudir que las de los árboles, soñadas y anunciadas por Vázquez en su primer mandato).

La vía uruguaya del consenso es la del empate. Pero no del empate, empate: si no la del empate cada vez más chaucha.

No, el empate uruguayo no es estático. Es regresivo. Porque en el mundo actual, empatar es empantanarse.

¿Qué hay entonces del otro camino, la imposición por obra de mayorías democráticas?

En definitiva, lo que hemos vivido los últimos trece años ha sido eso: gobierno por mayorías. ¡Y qué mayorías! De brazo enyesado, poder sindical y hegemonía cultural. No es poca cosa.

¿Resultados?

No dejan de ser muy curiosos. Y muy reveladores.

Para empezar, las ansias reformadoras de nuestros recientes gobernantes (que llegaban al poder con toda el hambre de quien lo hace por primera vez), se frustraron. Ni pispearon las raíces de los árboles, ni se dio la Madre de Todas las Reformas, ni "educación, educación, educación".

Un Ceibal por allí, un matrimonio gay por aquí, capaz que marihuana al contado (o sea, no inclusiva) y no mucho más.

Bueno, quizás no exactamente.

Lo que quiero decir es que la expectativa de grandes cambios no cristalizó.

Pero eso no significa que no haya pasado nada en estos años. Sí pasó y mucho.

Solo que no fue bajo el signo y la cultura del cambio. No fue la resultante de una sociedad que, consciente de la realidad, apuntó a ubicarse en ella, liderada por un partido político igualmente lúcido a los signos de los tiempos.

No, no fue eso lo que ocurrió.

Lo que ocurrió fue el triunfo del consenso dentro de la mayoría. La ma-yoría no fue la vanguar- dia del país —como Lenin concibió al Partido. Nada de eso: la mayoría fue el instrumento del mínimo común denominador. Sirvió para aflojarle la cincha a los deberes y hacer el cuerpo blando a la persecución de la igualdad bajo todas las formas deseadas por quienes detentan focos de poder: corporativo, social, cultural y, muy poco, político.

Porque la conclusión que surge de analizar estos años, es que no fueron de liderazgo político. Nada de eso. Fueron de inercia política frente al arrastre corporativo y sectorial.

No se terminó haciendo lo que quisieron los líderes frenteamplistas. A lo más que pudieron aspirar, co-mo en el caso de Astori, fue a atajar penales. A empa-tar, bah. Pero tampoco se terminó haciendo del to- do lo que quería el otro bando, (Constanza Moreira, Abdala & co.).

Es muy sintomático co-mo los líderes frenteamplistas en el gobierno buscaron gambetear al Esta- do y a los sindicatos en el afán por tratar de que algo ocurriera.

Así lo hizo Vázquez con el Plan Ceibal, bypaseando a la Anep y a toda su constelación jurásica, para después blindarlo institucionalmente, (de forma constitucionalmente dudosa).

En la misma línea se inscribe la larga lista de "privatizaciones", directas o indirectas, que va desde las sociedades anónimas "satélites" (de Ancap, UTE, Antel, AFE, BROU, etc.), hasta las tercerizaciones en la salud y —algún día— las PPPs. Capaz que si los medimos en términos de gravitación económica, los gobiernos del Frente privatizaron más que nosotros, (máxime que se da encima de nuestras privatizaciones).

Entonces, volvamos al principio: si esta gente, con mayorías y hegemonía cultural, no consiguió hacer los cambios que quería (y que eran menos de los que la realidad exige), cómo encarar la realidad de un futuro gobierno?

Que no tendrá mayoría, ni hegemonía cultural.

¿Apuntar a un honroso empate?

¿O empezar desde ya un camino de sinceramiento?

El dilema es de los políticos, que en él se juegan su elección, pero las consecuencias son para la gente.

Ahí está el ejemplo de Macri: amenazado por las mayorías opositoras no cargó su discurso con la "herencia maldita" y creyó que la llevaba, despacito por las piedras. Decisión nada fácil. Que no le funcionó.

¿No habrá que sincerar más el discurso? Jugársela, aunque sea más riesgoso electoralmente?

Todos deberíamos estar preocupados. Y reflexionar: si no se exigen desde abajo, los cambios no llegarán.

Pero las crisis sí.

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