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Armas o manteca

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Ignacio de posadas
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El tratado de Paul Samuelson sobre economía, un clásico por el cual pasaron cientos de miles de estudiantes y la mayor parte de los economistas de mi generación, empezaba con este principio básico: el sentido de la economía estaba en la necesidad de elegir. El ejemplo que ponía: elegir entre armas y manteca, era propio de la realidad de posguerra, época en la que Samuelson escribió la primera de no sé cuántas ediciones. Hoy, y para el Uruguay, ese ejemplo sería anacrónico. Pero la realidad de fondo sigue siendo la misma: la inevitabilidad de elegir, porque los recursos son limitados y la realidad imperfecta.

Es parte de la naturaleza humana y por tanto de la vida de las sociedades.

Se dice que la economía política es la persecución de los mejores fines posibles con recursos limitados. Lo primero es algo abierto a discusión, en cuanto a los motivos que justifiquen preferir unos fines sobre otros.

Lo segundo, de alguna forma también, en tanto se puede discrepar sobre qué recursos priorizar y cómo alocarlos.

Las crisis vienen cuando no entendemos que es imposible no acotar fines y surrealista creer que, aún acotados, da para todos.

Dicho en términos antropológicos: la voluntad es clave, siempre que esté acotada por la razón.

Uruguay no padece el dilema del ejemplo de Samuelson, pero sí otros dos, muy fuertes y relacionados entre sí:

Dilema 1: entre viejos y jóvenes

Dilema 2: entre lo productivo y lo social.

Salvo que ya se me hayan distraído, percibirán que el artículo entra en terreno minado. Como cuando hablé de la “merienda de negros”. ¿Se acuerdan? ¡Qué escandalete! Pues, mis lectores progres (que los tengo, no vaya a creer), ya estarán parándose en los pedales.

Pero es así como les dije: para empezar, el Uruguay ha optado en el primer dilema, por los viejos. No es el invento de un neoliberal, sino la realidad. Es más, hace algunos años le oí decir exactamente esto a la Sra. Marina Arismendi y en estos días, comentando la necesidad de una reforma previsional, Rodolfo Saldain mencionaba lo mismo.

Atajemos: no estoy diciendo -a esta altu- ra- que esa elección sea mala. Solo que es y que, como realidad, debe ser reconocida primero y analizada después. Hasta ahora, solo es seguida, sin chistar: a lo largo de décadas, el grueso de la sociedad uruguaya ha optado frente al dilema en favor de los viejos. Lo ha hecho a veces en forma puntual y expresa, como cuando la reforma constitucional sobre las pasividades, otras al elegir, frente a incontables disyuntivas -como las presupuestales- lo “social”, por encima de otras opciones.

Hasta la terminología políticamente correcta es reveladora de esa realidad: la “inversión social”. ¿Quién se anima a discrepar?

Abramos nuevamente el paraguas: no estoy diciendo que haya algo de malo en destinar la plata de la sociedad a los más veteranos. Para nada. No soy un ogro… y tampoco bobo.

Lo que sí digo, es que la afirmación de Samuelson estaba en la primera página de su libro sobre economía: quien no la captara, podría ahorrarse el resto del libro.

O sea: todo bien si decidís destinar algo cercano a un tercio de los dineros sociales a los viejos (y yo soy uno de ellos), pero entonces, sé consciente que no te va a quedar para otras cosas. Después, no te quejes.

Lo mismo ocurre con el otro dilema (recordemos que los puntos de un dilema son ambos buenos: eso constituye su drama). Lo social y lo productivo.

Más allá de reclamos descaradamente truchos, como el de los empresarios por protección o de los sindicalistas bancarios contra la bancarización obligatoria, nuestra sociedad y la mayoría de sus gobiernos han elegido, a lo largo de los años, lo “social” por encima de lo “productivo”. Por eso es que, debidamente potenciado por la burocracia, producir en Uruguay es muy difícil. Los costos “sociales” son prohibitivos.

Todos se quejan por ello, pero en cuanto alguien cierra un ojo para apuntar a las causas, saltan los Murros (que no es nacido de repollo), augurando que se viene la peste neoliberal.

Probablemente la mayoría intuye que no le vendemos a nadie algo que tenga mano de obra uruguaya incorporada, pero igual: guay con tocar los Consejos de Salarios.

Otra vez, más allá de lo que yo piense, la finalidad de este artículo no es preconizar soluciones liberales: apenas llamar la atención sobre el dilema.

Si estás de acuerdo en la forma en que el Uruguay viene optando, todo bien. Si no te cierra, ponete a pensar: hay que elegir.

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