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Anatomía del populismo

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IGNACIO DE POSADAS
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Acabo de leer “Le Siecle du Populisme” de Pierre Rosanvallon, conocido politólogo francés. Muy interesante, y muy oportuno, ya que estamos viviendo un fuerte rebrote del fenómeno: Chávez, Trump, Evo, Correa, Bolsonaro, Kirchner, Orban…, los hay de todos los tipos y colores.

Con lo que vale la pena conocer el análisis que hace Rosanvallon del fenómeno.

No debemos caer en el simplismo de explicar al populismo como un mero problema, una suerte de aberración: el populismo pretende ser una respuesta a los problemas de la Democracia. Como veremos, nace de ahí.

Tampoco es propiamente una ideología, sino algo más complejo. Rosanvallon enumera cuatro componentes del populismo: 1) un concepto particular de “pueblo”, 2) una teoría de la Democracia, 3) un determinado nacionalismo y, 4) una cultura política.

El populismo postula una “democracia” libre de los defectos de la democracia liberal representativa. Su modelo es “antiliberal y antirrepresentativo”. Está basado en una concepción del pueblo totalmente distinta a la que postula la Democracia liberal. Para esta, la base es un cuerpo electoral compuesto por individuos. Para el populismo, no es un cuerpo cívico, sino un fenómeno sociológico: un cuerpo social.

El “pueblo” populista no es una agregación, es UNO. No hay lucha de clases, como en la concepción marxista y tampoco hay transacciones, como en la vida democrática. Además, para el populismo, el pueblo es, por definición, virtuoso (a diferencia de la concepción básica de los padres fundadores, preocupados por construir un sistema que contuviera las naturales miserias del ser humano). De ahí el lugar central que ocupan los mecanismos de democracia directa (referéndum, etc.) y de ahí, también, el rechazo del populismo a los cuerpos no electos (poder judicial, pe). Hay que saltar por encima de todo e ir directamente al pueblo, para terminar con las camandulerías de los políticos y la intervención de magistrados “no democráticos” (el “gobierno de los jueces”). Frente a la politiquería y el divisionismo de los partidos, el populismo postula UN pueblo, (obviamente que con una voz).

Acá es donde la cosa se pone buena: para poder alcanzar esa unidad espiritual-volitiva, el populismo precisa de dos cosas: un líder, que la encarne (y la traduzca) y enemigos que refuercen, por oposición, la identidad del “verdadero pueblo”.

Como consecuencia de esa concepción, el populismo es:

1.- Simplista: nada de las discusiones y negociaciones que debilitan. A la complejidad de temas que las democracias tratan de enfrentar, el populismo contrapone verdades simples e indiscutibles. De ahí el recurso frecuente del populismo a teorías conspirativas, denunciando a los que buscan enredar las cosas. Cuanto mayor es la simpleza, más fuerza se le puede dar (y más fácil es identificar al enemigo).

2.- El mismo razonamiento (o proceso emocional) lleva al populismo a un tipo de nacionalismo xenofóbico, contra los “otros”, los que son distintos, (notoriamente, los extranjeros).

3.- Lo que, a su vez, lleva a los populismos a ser proteccionistas en materia comercial. La globalización interfiere con el control de la realidad que se pretende.

La retroalimentación de esos vectores, frecuentemente enfrentados a la realidad, lleva al populismo a crear su propia realidad (lo que Trump llamaba “alternative facts”) y a negar lo que no sirve (“fake news”). En todo esto juegan un rol fundamental las redes sociales, con sus formatos breves que no pierden el tiempo elucubrando o fundamentando. Que no buscan informar sino adoctrinar.

Ahora, si nos damos cuenta del fenómeno y nos preocupan sus consecuencias, no debemos quedarnos en su descripción y condena. Debemos preguntarnos cómo nace, de dónde y por qué.

Nace de la propia Democracia, de sus debilidades. Como un cáncer.

Rosanvallon sostiene que la Democracia no da una estructura única y tampoco un producto terminado. Por su naturaleza es algo imperfecto, “sin terminar” y en un estado de fluidez. De ahí es que salen las reacciones de apatía, frustración y luego bronca, que llevan a la aparición de populismos, de outsiders y de erupciones violentas e irracionales, como las de Chile o los gilets jaunes franceses.

Solemos resolver el problema echándole las culpas a los políticos pero hay ahí mucho de escapismo. No es tanto que los políticos estén deformando o desvirtuando la Democracia, haciendo mal uso de sus resortes y mecanismos. Algo de eso hay, pero el problema es más profundo y más complejo: hay resortes de la Democracia que no están funcionando como lo hacían antes (el parlamento, por ej.) y, lo más esencial: la Democracia no es una máquina, que solo precise prenderse y después anda sola. No es así.

Hay resortes de la Democracia que no están funcionando bien pero, todavía más importante, la Democracia, como el liberalismo, requieren de la virtud del hombre. Eso ya lo sabían los antiguos. Y nuestras sociedades han olvidado, cuando no despreciado, la virtud. Pretenden que las democracias les den lo que ellas no le han provisto.

La Democracia no es solo un manual de procedimiento y tampoco un kit que una vez ensamblado, funciona en piloto automático.

El populismo no nace de un repollo.

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