Publicidad

Sin verdad

Compartir esta noticia
SEGUIR
IGNACIO DE POSADAS
Introduzca el texto aquí

No hay libertad. Ni Democracia. El mundo se shockeó con la asonada en el Capitolio. Pero lo más grave no fue eso: ¡fue que Trump sacó más de setenta millones de votos! Y tampoco está solo EE.UU. en estos fenómenos aberrantes.

Recordemos las manifestaciones violentas (y anárquicas) en Chile, las fracturas políticas que viven España, Italia y Argentina, o fenómenos como el Brexit o Bolsonaro, presidente sin partido político.

Ninguno de nosotros se identificaría con Trump o con los delirantes que invadieron el Congreso o aquellos que incendiaron iglesias en Chile, pero antes de quedarnos fijados en espectadores escandalizados, reflexionemos: Trump no inventó las mentiras, las fake news y demás. Los fenómenos que mencioné vienen gestándose de tiempo atrás (y no desaparecerán cuando cesen los protagonistas políticos). Lo que estamos viviendo es un proceso de vaciamiento de la verdad en nuestras sociedades. Sostiene Michiko Kakutoni (The Death of Truth): “una falta de consideración por los hechos, el desplazamiento de la razón por la emoción y la corrupción del lenguaje, están reduciendo el propio valor de la verdad... hace ya unas décadas que la objetividad o siquiera la idea de que la gente pueda aspirar a verificar la mejor verdad disponible, están perdiendo preferencia”.

Si profundizamos, reconoceremos que nada de esto es novedad: la Iglesia, por ejemplo, lo viene advirtiendo desde hace décadas.

Siempre han existido escépticos (y cínicos), pero estos fenómenos que hoy nos importan, nacen mucho después. Sus raíces se hunden en la reforma protestante, la cual, al derrumbar las bases teológicas de la estructura institucional vigente, hizo lugar para el pensamiento iluminista que, a su vez, avanzó socavando las bases filosóficas. Ya no se tratará solo de cuestionar la existencia de un Dios, sino también de una verdad y de una realidad. Al “sapere aude” de Kant, se enfrentará “lo que yo siento”, del Romanticismo, al que seguirá: “la verdad no existe”, de Nietzsche y de Sartre, para desembocar en lo que tenemos hoy: la combinación de emotivismo y relativismo. La posmodernidad. Kakutoni: “los argumentos del posmodernismo niegan la existencia de una realidad objetiva, independiente de la percepción humana, sosteniendo que el conocimiento se filtra a través de fisuras de clase, raza, género y otras variables. Rechazando la posibilidad de una realidad objetiva y sustituyendo la noción de verdad por las de perspectiva y óptica, el posmodernismo consagró el principio de subjetividad”. En ese emprendimiento, marcha no solo el Iluminismo, sino también el cristianismo y hasta el comunismo. Prevalecerá la opinión sobre el conocimiento (“a mí me parece así”) y los sentimientos sobre los hechos (“yo lo siento así”).

El hombre parece haber abandonado el esfuerzo por buscar la verdad. Todo está puesto en la realización personal (e inmediata).

Paralelamente, le parece científico creer en que no se puede creer en nada. A la religión la mató con el relato bíblico de la creación. Fábula: lo científico es la evolución. ¿Sí? ¿Es más científico creer que a cierta altura la materia se convirtió por sí sola en razón, que aceptar que fue creada expresa y racionalmente (el Logos)?

Flotamos en una deriva que el fenómeno de las redes está desfigurando explosivamente. Recién vamos despertando al potencial maligno de este cocktail. Internet pareció ser un instrumento de democratización del conocimiento, pero ha pasado a sustituirlo y si la sociedad no tiene una noción básica de las cosas que lo afectan, abdicará de controlarlas. El gran “descubrimiento” de Trump (y otros) no fue lo fácil que es engañar a la gente, sino lo que esta gusta de ser engañada.

Crecen los comentarios favorables a la regulación de las redes, pero para encarar una regulación hay que tener claros los principios que la informarán.

Regular es aplicar (o crear) normas. Para eso, es necesario saber cuáles son los fundamentos del derecho y eso también se nos ha caído por el camino. Tenemos que enfrentar una realidad de desorden por factores que operan sobre el campo fértil de una ausencia de valores, y nos encontramos con que no tenemos los principios rectores para hacerlo.

Abandonamos a los grandes filósofos clásicos porque nos pareció que sus teorías sobre la existencia de un orden natural, racionalmente entendible, no eran científicas y por ese camino vaciamos al derecho de racionalidad y de contenido. Con Kelsen pasará a ser pura forma. Un acto de voluntad, bastando que cumpla con requisitos formales, independientes de su contenido. Así hemos alcanzado la saturación de legislación chatarra.

Entonces, si nos sacudió la pueblada del Capitolio, pensemos en que llegó la hora de desprendernos de los complejos de la posmodernidad y volver a usar la razón. Con humildad y objetividad. Volver a auscultar más nuestra razón y la historia del hombre que nuestros sentimientos (o pasiones).

Hora también de que quienes inciden en formar opinión, (gobernantes, políticos, gremialistas, docentes, sacerdotes, pastores, periodistas...) y todos nosotros, apaguemos el Iphone, la táblet y el televisor por unos minutos, para poner el foco en el mundo en que vivimos y en la dirección que lleva.

Sin verdad no hay Libertad.

Sin verdad no hay Democracia.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premiumIgnacio De Posadas

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad