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¿Por qué se van?

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Los veteranos recordarán una propaganda del entonces flamante Frente Amplio titulada, “Hermano, no te vayas”. El mensaje, nada subliminal, era que la sociedad uruguaya bajo un gobierno no “ progre” expulsaba a sus jóvenes, pero que con el FA, “ha nacido una esperanza” (que así terminaba el mensaje).

Los veteranos recordarán una propaganda del entonces flamante Frente Amplio titulada, “Hermano, no te vayas”. El mensaje, nada subliminal, era que la sociedad uruguaya bajo un gobierno no “ progre” expulsaba a sus jóvenes, pero que con el FA, “ha nacido una esperanza” (que así terminaba el mensaje).

Pero, hete aquí, que la esperanza frentista lleva ya casi once años y el fenómeno de jóvenes uruguayos que se van continúa firme.

Algunos años se van más, otros menos, pero es un hecho que nuestra sociedad tiende a expulsar integrantes.

¿Por qué?

Para poder ensayar una reflexión seria del problema, (con miras a resolverlo, que no a dar o devolver un golpe propagandístico), hay que preguntarse, quiénes son los que se van? Pues bien, aunque no hay un prototipo de nuestros emigrantes, sí cabe discernir algunas características presentes en virtualmente todos los casos. Y no es la condición económica. Primer punto a tener presente: entre nuestros emigrantes hay un espectro económico y social muy amplio. Excluyendo a los muy pobres, el Uruguay expulsa (o tienta para irse) a todo el resto del espectro económico. De donde puede concluirse que el estar económicamente apretado o mal no es una causa constante. Más aún, hay un segmento de emigrantes que proviene de sectores medio alto y alto.

Ahora bien, si la plata no explica el fenómeno, al menos no de manera necesaria y suficiente, hay otro factor que sí se encuentra en la enorme mayoría de quienes deciden dejar su país y a su gente. Está la edad, claro, pero ello no es en sí explicación: cuantos más años tiene uno encima más difícil resulta cambiar y arriesgar. Los que se van son sí, mayoritariamente jóvenes pero su juventud no explica la motivación, apenas refiere a una condición preexistente.

El quid no está en los años pero sí en algo que forma parte de la juventud: la esperanza.

Hay otra característica interesante y reveladora en este fenómeno de diáspora oriental: cuántas veces hemos oído comentar a gente que se encuentra en sus viaje con mozos, cocineros o limpiadores uruguayos: “en Uruguay jamás aceptarían hacer esto” y, “mirá que irse del país para venir a lavar platos”. Parece un sin sentido. Pero no lo es. Porque nuestro Uruguay no solo expulsa por asfixia al joven profesional o empresario, sino a muchos otros que, aun sin tener herramientas especiales, comparten con aquellos una cosa: el deseo de vivir una esperanza.

He ahí la razón y la ex- plicación. Se van los que no creen en la última parte de aquel eslogan frentista. Aquellos que, con plata o sin ella, quieren vivir en una sociedad que tenga oportunidades, que les ofrezca esperanzas.

El Uruguay expulsa porque no alienta esperanzas. Se lavan platos en todos los restaurantes y boliches del mundo. Solo que en algunos se lavan con fatalismo y en otros con esperanzas.

La pregunta entonces es por qué? ¿Qué tienen esas otras sociedades buscadas por nuestros jóvenes inquietos y soñadores que el Uruguay no ofrece?

La palabra clave es “apertura”. Quizás carezcan de algunas de las notas positivas que nuestro Uruguay posee, pero lo que pesa en la mentalidad del joven emigrante es la apertura, con el potencial de esperanza que lleva implícito.

En el Uruguay hemos priorizado la igualdad material por encima de la libertad, hasta convertirla en meta y desiderátum de la sociedad.

Ahora, para alcanzar grados más altos de igualdad todos los caminos pasan por recortar libertades. La igualdad material no se alcanza, se impone, recortando las manifestaciones de la libertad del ser humano que le posibilitan diferenciarse. Dicho en otros términos, la única igualdad material que se puede asegurar es la de quienes están limitados. Solo se puede alcanzar una igualdad más perfecta emparejando para abajo.

Eso a su vez, lleva a cerrar el sistema.

Una sociedad abierta, no solo comercialmente, también culturalmente abierta, hace inviable la igualdad material, ya que permite conocer, comparar y competir. Por eso el Uruguay ha vuelto a cerrarse.

El presidente Vázquez ha dicho, (para enmascarar la reculada), que el TISA no existe. Grave error.

Lo que no existe en el mundo contemporáneo es el Uruguay. Y si siguen prevaleciendo las fuerzas que reaccionan contra algo que ni existe ni conocían, nuestro país continuará caminando como el cangrejo y expulsando a muchos de sus hijos más valiosos.

Se van porque no soportan la chatura del país del más o menos, la máquina de trancar, los discursos sesentistas, las discusiones repetidas, la mediocridad, la envidia… la falta de esperanza.

Lo que va de este gobierno augura en todo esto tan mal como el anterior.

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Ignacio De Posadas

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