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Tabárez como síntoma

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Hugo Burel
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El título de esta columna puede llamar la atención porque refiere a un tema específico de otra sección de este medio.

Pero sucede que la figura del maestro Tabárez al frente del llamado “proceso” de la selección uruguaya de fútbol ha trascendido lo meramente deportivo. Sin embargo, no es ese aspecto -el deportivo- el que quisiera destacar, ni tampoco analizar si la Asociación Uruguaya de Fútbol estuvo bien o mal en renovarle el crédito a Tabárez. Además, son los jugadores los que juegan.

Confieso que verlo al maestro durante los partidos caminando ayudado por un bastón canadiense y luego sentado todo el encuentro, me provoca cierta compasión. Alguien con esas limitaciones físicas no quiere doblegarse ante esa adversidad biológica y motriz y continúa al frente del grupo sin aceptar ceder un gramo de autoridad ni conducción. Eso habla de entereza y convición en su liderazgo. Que esto no se confunda con mi adhesión a sus postulados tácticos y deportivos, los cuales no comparto. Estoy hablando del ser humano y no del profesional.

Aclarado lo anterior, quisiera reparar en el significado que han tenido estos quince años de Tabárez al frente de la selección nacional y de las políticas vinculadas a esta. Casi no hay ejemplos locales en la actividad que sea de una conducción tan excluyente, respetada y también discutida. Han pasado distintos momentos en el gobierno del fútbol, con cambios en sus integrantes, presidencia, cuerpos colegiados y demás etcéteras y el maestro y su equipo han permanecido. Y eso ha sucedido pese a los vaivenes deportivos porque, justo es decirlo, sus logros no condicen con la trascendencia que se le da al institucionalizado “proceso”. Sí hay que admitir que bajo la conducción de Tabárez nuestra selección recuperó una imagen y un prestigio que hacía muchos años había perdido y como consecuencia de ello la cotización de sus futbolistas se vio incrementada.

Los números fríos arrojan un cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica en 2010, la Copa América en Argentina en 2011 y el quinto puesto en Rusia 2018. Se contabiliza, además, la presencia permanente en los mundiales desde que Tabárez asumió la conducción, detalle nada menor si lo comparamos con épocas anteriores. Sin embargo, muchos valoran más el tipo de conducción fuera de la cancha que lo logrado dentro de ella. Han apreciado el software del “proceso” y la transformación de la selección -en todas las categorías- en un verdadero grupo de elite. A veces pareció que integrar la selección mayor era más difícil que ingresar a Harvard.

¿Qué significado adquiere lo anterior cuando hay voces que hoy cuestionan en lo deportivo la vigencia actual de ese proceso? ¿A qué aspiran los que de manera velada o con total franqueza sugieren que el ciclo de Tabárez está agotado y este debería dar un paso al costado? Hay algo claro: el maestro aspira a lograr la clasificación a Qatar, y el límite de las próximas dos fechas es solo un amojonamiento provisorio. Creo que habrá maestro hasta el fin de las eliminatorias. Está claro que él no piensa bajarse antes de concretar un nuevo pasaje a un mundial. Entonces: ¿quién se anima hoy a desarmar la maquinaria que este armó con deliberada prescindencia de un sucesor por él ungido? ¿Quién se atreve a decirle al Tabárez de bastón canadiense y presencia sacrificada en entrenamientos y partidos que se vaya?

Sin dudas, si hubo algo en lo que Tabárez falló fue en no haber alentado dentro de su equipo el surgimiento de un sucesor que continuara el “proceso”, su estilo de conducción y sus políticas. Los nombres de los técnicos de las selecciones juveniles se acumularon y pasaron, pero ninguno llegó a estar cerca de ser el sucesor del técnico. Esto puede significar muchas cosas, pero la más obvia es que la situación remite a algo que también pasa en otras actividades, especialmente en la política, cuando los líderes prolongan su actividad hasta una edad provecta sin haber impulsado y legitimado alguien que los suceda y supere. Ejemplos al respecto sobran y no es necesario que cite los más actuales y evidentes que todos conocemos.

Con el grado de importancia que tiene el fútbol en nuestra sociedad y el nivel de adhesión con que cuenta la Selección, la sucesión de Tabárez ha pasado a ser un asunto que, como dije antes, va más allá de lo deportivo. Alguien que ha proclamado que “el camino es la recompensa” debió tener claro que ese camino no podía interrumpirse o transformarse en una vía sin retorno. Dejando de lado las cuestiones deportivas, discutibles y relativas, lo que está claro es que el “proceso” no ha previsto aún su continuidad sin que Tabárez lo conduzca. Tiempo ha tenido el maestro para reflexionar sobre ese límite inevitable que, lejos de culminar con la clasificación a Qatar, de lograrse esta habrá de exigir una continuidad eficaz y coherente con lo anterior.

A través de estas reflexiones no quiero terciar sobre un tema que nunca me ha desvelado y que solo atiendo como aficionado. Si se me permite la sinceridad como hincha, tengo que decir que el mejor momento del equipo de Tabárez fue cuando Diego Forlán era el titiritero dentro de la cancha y el factor desequilibrante, como aconteció en Sudáfrica. Forlán nunca pudo ser sustituído con ventaja y con él se fue cierta magia que nunca más apareció. Con esto quiero decir que los indispensables pasan y el juego y la vida siguen.

Retirarse ganador y con un sucesor acorde a lo sembrado antes es algo que el maestro no ha sabido procesar. En vez de irse a tiempo y en su mejor hora ha preferido sucumbir en batalla. Pero no es solo él. Lo que le sucede a Tabárez es solo un síntoma de una sociedad a la que le ha costado demasiado dar lugar a las nuevas generaciones. Bajarse, dar un paso al costado, renunciar y sobre todo jubilarse, son acciones que en este país cuesta mucho asumir.

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