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La Piedra Centeno

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Hugo Burel
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Quién iba a imaginar que ocho cuadernos escritos en tinta azul con una fluida caligrafía sobre papel cuadriculado, se convertirían en factor de esclarecimiento del mayor escándalo de corrupción que Argentina recuerda.

Su autor, el chofer Óscar Centeno, pasó de la noche a la mañana de transportista de valijas cargadas de dólares a ser un peligroso delator. Pero, más allá del explosivo contenido de las largas parrafadas de Centeno, lo que me interesa rescatar aquí es el procedimiento: la escritura manual, el registro minucioso de nombres, días, horas, cifras, lugares y por supuesto hechos que llenan esos cuadernos con el viejo recurso del puño y la letra.

En un mundo dominado por la tecnología digital, los procesadores de texto, la captura de imágenes instantáneas de cualquier cosa que sucede, las memorias virtuales que lo almacenan todo traducido a ceros y unos, Centeno ha preferido el ejercicio de la escritura manual para anotar todo lo que quería consignar y recordar en hojas de cuaderno, tal como hacía el ideólogo principal de la gran estafa que el arrepentido chofer denuncia.

Siempre se dijo que Néstor, como lo llamaban familiarmente los integrantes de la banda, acostumbraba a hacer lo mismo: anotar en una libreta las cifras y demás datos relevantes para su control personal en el operativo. Si algo ha hecho Centeno, además de destapar un tarro nauseabundo, es reivindicar el gesto de escribir a mano, con letra clara y sintaxis simple, el diario de un prolongado proceso de corrupción.

Pero, además de los hechos que Centeno detalla, los nombres que incluye, el calendario que desarrolla con fechas y horas, los lugares que señala y sobre todo las cifras que van sumándose en su inventario, el logro máximo del escritor —a esta altura de sus revelaciones sin duda lo es— ha sido dibujar con palabras el mapa de ese entramado corrupto que no da tregua al fiscal Stornelli y al juez Bonadío citando arrepentidos.

Los cuadernos de Centeno son para la corrupción en Argentina una especie de Piedra Rosetta, aquel objeto clave para el desciframiento de la escritura egipcia. La famosa piedra es un fragmento de una antigua estela egipcia de granodiorita inscrita con un decreto publicado en Menfis en el año 196 a. C. por el faraón Ptolomeo V. El decreto aparece en tres escrituras distintas: el texto superior en jeroglíficos egipcios, la parte intermedia en escritura demótica y la inferior en griego antiguo. Gracias a que presenta esencialmente el mismo contenido en las tres inscripciones, con diferencias menores entre ellas, esta piedra facilitó la clave para el entendimiento moderno de los jeroglíficos egipcios.

Por supuesto que lo que Centeno escribió no son jeroglíficos, sino simples palabras en idioma castellano cuyo sentido es claro y preciso. Hay un método y un orden en la redacción y una escrupulosa prolijidad en lo que consigna y eso ha servido para destapar definitivamente una vasta red delictiva.

¿Cuánto pagaría una editorial para publicar una edición facsimilar de los cuadernos de Centeno? Es cierto: la trama es monótona y repetitiva y los protagonistas se suceden haciendo casi siempre lo mismo: recibir valijas de dinero en efectivo, dólares por supuesto, que Centeno procedió a inventariar sin que a ninguno de los implicados se le ocurriera pensar que el chofer tenía ojos y oídos y un celo asombroso para no perder detalle de lo que hacían.

Si, como dijo una vez Stéphane Mallarmé, el mundo existe para justificar un libro, toda esa maraña de idas y venidas que Centeno consigna tal vez se produjo para que él lo escribiera. De ahí que su publicación, cuando la justicia lo autorice, debería ser casi un imperativo editorial, pese a que hasta ahora se han manejado fotocopias porque los originales no aparecen. Pero insisto: no la transcripción en Word, sino la reproducción página por página de los cuadernos.

La caligrafía y el pausado y certero acopio de datos, las palabras subrayadas y el moroso desarrollo de esos párrafos desapasionados pero letales, no pueden ser pasteurizados por la edición en un procesador. El fondo de las hojas con el cuadriculado tiene de por sí una connotación simbólica: representa también el enrejado que aguarda a los implicados si la justicia actúa y encuentra mérito suficiente para encarcelar.

Se ha dicho por parte de integrantes de la cultura K que estos cuadernos son solo fotocopias y que nada de lo que consignan es verdad. De la misma manera argumentaron —y un connotado periodista uruguayo así lo expresó— que las imágenes de la Rosadita —con los subalternos de la banda manipulando y pesando fajos de billetes— solo mostraban personas contando dinero. Imaginar la paciente redacción de los cuadernos y su entramado de fechas, lugares, montos y personas a cargo de Centeno —cuya letra puede ser periciada por calígrafos— como parte de un operativo de inteligencia anti K es tan absurdo como pensar que aquellos bolsos de López llegaron por casualidad a un convento.

Es el triunfo de la escritura de un esforzado amanuense de lo que su propia conciencia le dictó. Es el lenguaje escrito como vehículo de expresión de lo que un testigo ha visto y decide contar. Es el poder de las palabras y las verdades que con ellas se formulan lo que ha convertido a estos manuscritos de un arrepentido en el best seller del momento, pese a que son relativamente pocos los que los han leído.

Esa paradoja reivindica una vez más aquella máxima que, aplicada una vez a los jeroglíficos, cobra hoy una fuerza irresistible: lo escrito perdura.

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