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Pedir lo imposible

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Hugo Burel
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Llega mayo y se cumple medio siglo de aquella revuelta estudiantil del siglo pasado iniciada en la Universidad de Nanterre y que para Octavio Paz fue la última oportunidad para la utopía.

Sin embargo, bajo una mirada actual, algunos piensan que aquello se asemejó más a una especie de festival de Woodstock político y violento en manos de estudiantes franceses que a una movida auténticamente revolucionaria. Como señaló Edgar Morin, fue más que una simple protesta, pero menos que una revolución. Más radical, André Malraux vio en Mayo del 68 una verdadera crisis de civilización. Sin dudas fue un momento histórico irrepetible en el que confluyeron factores que difícilmente se vuelvan a dar todos juntos.

En apretada síntesis, las grandes manifestaciones, protestas y huelgas se desarrollaron entre el 3 y el 30 de mayo de 1968, pero su génesis estuvo en las reformas universitarias del año anterior, insuficientes para sus promotores. Ante esto, estudiantes de la Facultad de Letras de Nanterre, liderados por Daniel Cohn-Bendit, conocido luego como "Dany el Rojo", formaron un grupo —el Movimiento 22 de marzo— que convocó a la movilización inmediata y aprobó un programa de reformas educativas con exigencias políticas radicales. Cerrada su universidad y apresados algunos de sus dirigentes, los militantes se trasladaron a la Sorbona y se enfrentaron a la policía en el Barrio Latino. En el centro de París florecieron las barricadas y la noche del 10 de mayo la policía lanzó un asalto masivo para recuperar el control pero no lo logró. El enfrentamiento dejó más de mil heridos y, como respuesta, los principales sindicatos de trabajadores convocaron una huelga general para el día 13, con lo cual la movilización dejó de ser solo estudiantil. El acatamiento fue desigual, pero la protesta en París sacó a más de un millón de franceses a las calles. Casi enseguida, las reivindicaciones estudiantiles se eclipsaron, los sindicatos tomaron la posta y convocaron a una nueva huelga general de duración indefinida que paralizó al país.

Diez días después, el 27 de mayo, a cambio de suspender la huelga y dejar aislados a los estudiantes, el gobierno propuso a los sindicatos un aumento salarial del 35%, reducciones horarias en la jornada laboral y garantías de empleo y jubilación. Algunas fábricas importantes rechazaron el acuerdo y arrastraron con ellas a otras. Ante esto, el 30 de mayo el presidente de Gaulle viajó a Badem-Badem para entrevistarse con el general Chales Massu, comandante de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania. Luego, disolvió la Asamblea Nacional, llamó a nuevas elecciones y solicitó por televisión el apoyo de los franceses "contra la amenaza del comunismo totalitario". De Gaulle hizo una jugada decisiva que desactivó la estrategia de la izquierda. Tras su discurso, millones de franceses manifestaron cantando "La Marsellesa" en apoyo al gobierno. La huelga terminó diluyéndose y dio paso a la aplicación de los acuerdos de Grenelle.

En su Historia del siglo XX el historiador marxis- ta Eric Hobsbawm afirma que "Las revueltas resultaron eficaces fuera de proporción y, sin embargo, no fueron auténticas revoluciones." Y agrega: "Para los trabajadores (…) fueron solo una oportunidad para descubrir el poder de negociación industrial que habían acumulado, sin darse cuenta, en los 20 años anteriores". Está claro que los estudiantes franceses no eran revolucionarios, aunque actuaban como si lo fueran. Como evoca Hobsbawm, "rara vez se interesaban en cosas tales como derrocar gobiernos y tomar el poder, aunque, de hecho, los franceses estuvieron a punto de derrocar al general de Gaulle".

El gaullismo habría de triunfar en las elecciones de finales de junio para elegir nueva asamblea. No obstante, de Gaulle dimitió al año siguiente al quedar políticamente debilitado luego de perder un referéndum sobre la reforma de los gobiernos regionales. Aquel coctel ideológico que mezcló la guerra de Vietnam, las corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas, trotskistas, castristas, maoístas, estructuralistas y freudianas había hecho eclosión de manera fulminante en esos días de mayo y pese a que de Gaulle logró imponerse, su tiempo ya había pasado.

El balance que se realizó en la época se sintetiza en dos posturas bien diferentes: mientras Raymond Aron escribió: "No conozco otro episodio de la historia de Francia que me haya dejado el mismo sentimiento de irracionalidad", Jean Paul Sartre declaraba que "Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir". En ese momento se vivía la Primavera de Praga, que habría de marchitarse en agosto con la invasión de los tanques del Pacto de Varsovia porque Moscú no creía en el socialismo con rostro humano.

Parte de la protesta de mayo se escribió sobre los muros de París. La frase más famosa de aquellas grafiteadas fue "La imaginación al poder" realizada sobre muros de la Sorbona, pero hubo otras que han permanecido en la memoria como testimonio de lo que podría llamarse la poesía de una revuelta. En el Odeón estamparon: "Todo es Dadá". Esto demuestra la mezcolanza de ideas que se agitaba y la carencia de conceptos políticos claros. Acaso eso se resume en "Sean realistas, pidan lo imposible", consigna que cierta izquierda todavía sigue reivindicando. El rock no estuvo ajeno a la agitación y por esos días los Rolling Stones lanzaron un oportuno single con el tema "Hombre que pelea en la calle" en su cara A.

Después de toda aquella lucha, Daniel Cohn-Bendit, el líder franco-judío-alemán de la revuelta, abandonó sus iniciales posturas anarquistas y desde 1994 es diputado europeo. En 2004 fue electo por el Partido Verde y aboga por una Europa federalista. En su momento también había pedido lo imposible y quizá ahora, con otros fines y menos rojo, sigue haciéndolo.

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