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Más que una pandemia

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hugo burel
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Quienes descreen de las teorías conspirativas suelen decir por lo bajo: “no creo en ellas pero que las hay las hay”. 

Si se estudia la historia sin aceptar totalmente el relato ortodoxo, ciertas fuentes consignan conspiraciones y grupos que en las sombras han intervenido desde tiempos remotos para impulsar determinados fines en su beneficio. No voy a enumerar aquí ejemplos probados, pero les recuerdo que por lo general las conspiraciones suelen ser descubiertas cuando ya han logrado sus objetivos; las más eficaces son aquellas que previamente se desacreditan a sí mismas. Eso les permite operar sin riesgo de que se las investigue, porque aquellos que lo hacen se exponen al ridículo y a ser acusados de “conspiranoicos”. La pandemia que desde hace más de un año está circulando por el mundo ha sido también motivo de múltiples interpretaciones y lecturas conspirativas, amplificadas, además, por la acción de las redes. Veamos una de las más notorias de esta época, la que acusa a China de haber “creado” el virus en un laboratorio.

“El virus chino”, lo llamó Donald Trump al Covid-19. Su intención fue adjudicarle a China la creación deliberada del Covid-19 y diseminarlo por el mundo. Es evidente que en boca de alguien con esos niveles de incontinencia verbal y desprecio por las pruebas, la acusación habría de nacer desacreditada. Pero el errático proceder inicial de la OMS ante la realidad de la pandemia, ambientó sospechas de complicidad de esa organización con el gobierno totalitario de China, con lo cual la acusación de Trump no pareció tan disparatada. La demora de la OMS en declarar formalmente la pandemia pudo encubrir la renuencia del gobierno chino en anunciarla. Para desbaratar esas dudas de manera definitiva -un año después de nacida esa teoría- una misión internacional de la OMS llegó a Wuhan para realizar una investigación in situ donde se inició la pandemia.

Según un informe de la BBC, tras meses de negociaciones un grupo de 14 expertos internacionales arribó a Wuhan el pasado 14 de enero para una investigación de dos semanas. Desde su llegada, las actividades de esa misión de la OMS fueron estrictamente controladas por las autoridades locales y la prensa internacional fue vetada, en medio del reclamo chino de que la OMS investigue también el origen en otros países. Usando un lenguaje metafórico, la policía llega al lugar del crimen doce meses o más después de que este fue cometido y con la escena -léase el mercado alimenticio de animales vivos de Wuhan y el Instituto de Virología- totalmente alterada y modificada. Sin embargo, los tardíos investigadores reconocen que las autoridades sanitarias chinas -es decir el gobierno- les han facilitado toda la información requerida. ¡Confían plenamente en la transparencia y buena voluntad de un estado totalitario! ¡La misma organización que hace meses -al inicio del desastre- desaconsejaba el uso de tapabocas, ahora cree que se puede investigar de manera imparcial y con todas las garantías los hechos científicos y sociales que se originaron en Wuhan!

Por supuesto que la misión de la OMS no encontró prueba alguna de lo que buscaba. Concluyó que el virus del Covid-19 saltó de un murciélago a un animal no identificado y de allí a los humanos, algo que se sostiene desde hace meses. La investigación fue solo una escenificación para diluir las sospechas sobre el gobierno chino que, vaya paradoja, ha desarrollado su propia vacuna que compite en el mundo con otros desarrollos. De paso acusa a otros países, con Estados Unidos en rol protagónico, de haber creado y lanzado el virus a circular. Pero, si miramos las cifras, entre los primeros 10 países con mayor contagio y muertes, no figura China. Esas naciones, con Estados Unidos a la cabeza, acumulan el 60% de los contagios y el 55% de las muertes en el mundo. Si se consulta el sitio de Google que muestra el planisferio con las cifras de la pandemia país por país, las de China comunista no existen. Se reporta un total de casi 90 mil casos para una población de 1.400 millones de habitantes. No se detallan muertes. El país en donde se supone empezó la pandemia es un misterio, pero intuir una conspiración allí sería muy obvio, casi de historieta.

Lo conspirativo, lo secreto que corre por debajo de la pandemia no es tan fácil de descubrir o señalar. Hay que ir un poco más atrás en el tiempo y buscar referencias sobre la creación del llamado Nuevo Orden Mundial, una idea muy antigua sobre la cual los “conspiranoicos” hace mucho fijaron su atención. Hay que entender que los impulsores de La Nueva Era -con la actriz Shirley McLaine haciéndose millonaria con sus libros New Age en las postrimerías el siglo pasado- ya hablaban de esa aspiración a un nuevo orden que está presente también en los escritos de Marx. Definir lo que sucede hoy solo como una pandemia es quedarse en la superficie de los hechos. Ese Nuevo Orden Mundial tantas veces intentado y aludido a través de la historia, avanza al influjo de situaciones aparentemente inconexas pero decisivas con el objetivo de imponer un gobierno planetario único. La pandemia forma parte de un menú de sucesos que unidos configuran el dibujo de un tapiz tan inquietante como todavía invisible para muchos.

Bill Gates, el multimillonario fundador de Microsoft, advierte que los grandes peligros que enfrentará la humanidad además del Covid-19 serán el cambio climático y el bioterrorismo. Calamidades, según él, inevitables y próximas. La aparición de nuevas cepas del virus que son más agresivas y se contagian más rápido -hoy circulan 6 en total- están jaqueando a las vacunas hoy disponibles y parecen darle la razón cuando hace un tiempo pronosticó una “nueva normalidad” signada por la convivencia inevitable y permanente con la actual pandemia y otras que sobrevendrán. Pero dijo más: ¿qué es ese “bioterrorismo” al que alude? ¿Alude al manejo criminal de cepas en laboratorios? ¿Es Gates un “conspiranoico” o alguien con más información que la que circula?

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