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Palabras en pandemia

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hugo burel 
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Desde el punto de vista del lenguaje, la pandemia se ha traducido en expresiones que la aluden, la resumen o la definen.

El propio nombre popular del virus, COVID-19, implica hoy muchos significados: letalidad, contagio, amenaza, soledad, muerte, por enumerar las que primero vienen a la mente. Con esto quiero decir que, más allá de lo sanitario, la pandemia ha generado una serie de frases o simples palabras que forman parte del relato de una crisis sistémica mundial. En el idioma que sea, los términos con que se expresa esa crisis la han definido en el habla y en la escritura con precisión, economía y a veces con intencionalidad política o ideológica.

En el inicio, empezó a hablarse de “la nueva normalidad”, tomando prestada una expresión que se había usado mucho antes por causas económicas. Adaptada a la nueva realidad epidémica, la frase se repitió y amplificó en los medios y rápidamente gobiernos, instituciones, publicidad y personas comunes la adoptaron como una especie de santo y seña para nombrar y definir lo que se vivía como algo nuevo y además normal. Desde esta columna expresé mi desacuerdo con esa calculada estrategia semántica para imponer una mirada conformista y resignada sobre lo que se vivía. Eso, a mi modo de ver, trasunta un sesgo ideológico en el sentido de asumir la pandemia y sus consecuencias como algo inevitable con lo qué hay que convivir. Se puede decir, empleando otra frase común, que “no queda otra”, pero lo que le cuestiono es esa impuesta “normalidad”.

En nuestro país, a la expresión recién comentada se le fueron agregando otras que, si se las analiza con cierta perspectiva, resumen bien la evolución de la enfermedad. El “quedate en casa” fue uno de los primeros consejos difundidos, que buscó la reclusión voluntaria en vez de una cuarentena obligatoria. Una fórmula coloquial y simple que expresó la dramática necesidad de restringir la circulación para evitar los contagios. Por un tiempo funcionó. Su uso coincidió con otra apelación: “achatar la curva”. Ella aludía a la progresión de los contagios y a la necesidad de aplanar la gráfica que los ilustraba. Por supuesto el “lavate las manos” y el “usá tapabocas”, complementaron las anteriores y mantuvieron el sesgo coloquial y comprensible por la mayoría. Pero ninguna tuvo un tono dramático. Inclusive en algunas publicidades comerciales, cuando todavía no se conocía cual sería la duración de la pandemia, se comunicó con optimismo: “falta poco”.

Como el debate entre el confinamiento o la libertad ambulatoria se mantuvo, tras meses de discusión pública el presidente impulsó el concepto de “libertad responsable”, que finalmente se transformó en bandera estratégica. Así, cada uruguayo debía hacerse cargo de su conducta personal en la pandemia porque eso repercutía en lo colectivo. La “solidaridad”, difundida en los quince años de gobiernos frentistas operaba ahora como inspiradora de una actitud de responsabilidad, no solo individual sino también social.

Con la llegada de las vacunas y en atención a que algunas encuestas señalaban cierto porcentaje de reacios a recibirlas, surgieron consignas como “poner el brazo” y “hay que remangarse”, apelando al gesto y al contenido simbólico de esas expresiones vinculadas al esfuerzo generoso y a la gauchada tan nuestra.

Cuando los estudios determinaron que la mayoría de los contagios eran intrafamiliares, la consigna “quedate en casa” derivó a “quedate en tu burbuja”, procurando que los núcleos familiares que vivían bajo el mismo techo no se mezclaran con otros. Ese consejo no funcionó en el día de la madre y los contagios se dispararon. La aparición en pantallas del spot de los 16 sobrevivientes de la cordillera, impuso una batería de metáforas de supervivencia con consignas impregnadas de emoción y tono épico. El núcleo de la propuesta era que de esto salimos “todos juntos” como ellos lo hicieron de los Andes. Ha sido sin dudas la pieza mejor lograda y más emotiva de todas las realizadas para movilizar el temple y la solidaridad de los uruguayos frente a la adversidad, pero, ¿ha dado resultado?

El relato que forman las frases citadas se completó en las últimas semanas con la aparición del concepto de “muertes evitables” que el ex presidente del Sindicato Médico del Uruguay (SMU), Julio Trostchasnky, lanzó cuando aseguró que “hay muertes evitables producto de no tomar medidas recomendadas”. Por primera vez desde el comienzo de la pandemia, alguien perteneciente a la oposición se animó a una acusación tan grave contra el gobierno. Sin pruebas y sin decir cuáles, el Dr. Trostschansky sembró al voleo la idea de que hubo muertes que pudieron no haber sucedido, lo cual es, evidentemente, un manejo político de la peor especie.

Las amenazas se renuevan, como la nueva cepa india que ya ha llegado a Brasil. Ante la incertidumbre, la vacunación de los menores de 18 años o la promesa de una tercera dosis de vacuna, marcan una estrategia que tiene como norte la cobertura vacunatoria total de la población. Eso posiciona en este momento a Uruguay como el tercer país en América en porcentaje de vacunados, lo cual es muy importante. Sin embargo, en muertes diarias por COVID-19 en proporción a la población total, el pasado 14 de mayo Uruguay había cumplido dos semanas de estar primero en el mundo. La carrera entre contagios, muertes y vacunación todavía es desventajosa para las vacunas.

Pese a que en estos días algunas cifras trasuntan un cierto repunte positivo de los números diarios, en especial la disminución en la ocupación del los CTI, parecería que el tiempo de las frases motivadoras y la apelación a la responsabilidad se han agotado. Lo que suceda dependerá de cada uno porque a las palabras también se las lleva la pandemia.

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