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Un nuevo Presidente

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sergio abreu
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El subdesarrollo no se debe exclusivamente a la escasez de recursos o de capital sino a la falta de carácter. Este refiere a la personalidad de los dirigentes políticos y en especial de un Jefe de Estado.

El carácter no es signo de arrogancia ni de prepotencia intelectual o política. La firmeza es su principal expresión, trasmite confianza y es compatible con la humildad. Un buen gobierno convence y ejecuta, cumple sus promesas y rectifica rumbos cuando la realidad es más fuerte que la voluntad humana. Es una página de una historia que viene de atrás y continúa con otras generaciones. Es predecible y serio a la hora de las decisiones. Tiene su origen en elecciones sin fraude y debe ejercer la autoridad sin temblores, dentro de la Constitución y la ley.

En 21 días elegimos un nuevo Presidente. No se trata de optar entre frases hechas y construcciones publicitarias sino de elegir un conductor para gobernar el Uruguay, un mandatario que seleccione a los mejores y no se aparte del compromiso electoral asumido. Ese Presidente ya no será un integrante de un Partido sino el Jefe de Estado que representa a todos los ciudadanos; un ser humano que aun siendo leal con sus seguidores, asigne responsabilidades a los que estén preparados para asumirlas. Alguien que no confunda lealtades con obsecuencias y que desconfíe de ese “millón de nuevos amigos” que se acercan a las mieles del poder utilizando todos los medios a su alcance. Un Presidente que esté cerca de la gente.

En esta segunda vuelta se vuelve importante rescatar el pudor de las instituciones, las columnas que sostienen el edificio republicano. En esa proyección se expresará el voto popular. Lacalle Pou mantiene el diálogo con las autoridades de todos los partidos políticos de la oposición, porque sin respaldo parlamentario no exis- te gobierno respetado ni democracia fuerte. En resumen, privilegia una coalición ajustando propuestas pero sin afectar la coherencia de la propuesta de su colectividad y sus condiciones de gobernante.

Un buen gobierno no hace milagros, construye oportunidades, administra la situación heredada y cumple con sus objetivos, consciente que los resultados de su gestión van más allá de los cinco años de su mandato. Por eso Lacalle Pou exhibe su equipo, acuerda con las otras fuerzas las líneas básicas de su administración y demuestra con sus actitudes la decisión de “hacerse cargo”.

En estas semanas los mensajes de los candidatos serán contundentes. No es tiempo de agravios ni de recursos despreciables. Tampoco de imbuirse del talante fundacional del Frente Amplio que intentó ponerle fecha al inicio de nuestra historia a partir del 2005. La continuidad de lo bueno debe rescatarse pero la inestabilidad macroeconómica, la inseguridad y el vacío educativo que el país sufre no admiten vacilaciones. Eso explica que esa “fuerza política” perdiera 150.000 votos y que muchos de sus adherentes colocaran la papeleta del Sí a la reforma.

En consecuencia, las identidades partidarias son la clave del pluralismo, no es lo mismo reconocer el aporte de personalidades que apropiarse de ellas. Eso trata de hacer el Ing. Martínez al afirmar que su colectividad política es Batlle y Ordóñez, Saravia o Wilson; una bajeza política ejercida con finalidad electoral. Para decirlo simplemente una risible tontería acompañada de muchas otras que se explican por la desesperación de su fuerza política de enfrentarse a la pérdida del poder.

Por otra parte, en noviembre se decide si el Uruguay volverá a tener presencia internacional. La primera tarea es insistir en la defensa de sus intereses, condenar la violación de los derechos humanos donde fuere y ampararse en los Principios de Derecho Internacional, en otras palabras, abandonar los alineamientos ideológicos.

El mundo multipolar, la crisis del multilateralismo y los conflictos en nuestra región exigen que dejemos de ser una circunstancia para volver a ser una referencia. China avanza globalmente y en especial en la región. El presidente Trump gobierna por tuit, la tecnología se volvió un factor de producción además del capital y el trabajo, el comercio internacional es mayoritariamente intrafirma y el terrorismo y el narcotráfico no ignoran ni un rincón del planeta.

Por otra parte, en nuestro escenario geopolítico la relación entre los gobiernos de Argentina y Brasil marcará el rumbo del deshilachado Mercosur centrado en el grado de apertura que le imponga la inserción externa brasileña. Ni que hablar de las repercusiones de las revueltas en Chile, los desórdenes en Ecuador, las dictaduras de Maduro y Ortega y el denunciado fraude en las elecciones de Bolivia. Eso sin mencionar las preocupantes señales que se emiten sobre el recién firmado acuerdo Unión Europea-Mercosur.

El Uruguay debe retomar su rol de actor insistiendo en que las buenas relaciones surgen del respeto mutuo y no de las afinidades entre “gobiernos ideológicamente amigos”. Los intereses son los que cuentan y todo lo que nos permita prosperar es lo que vale. Todo esto necesita de un Presidente que apegado al derecho evite perjuicios directos e indirectos al desarrollo del país.

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