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Mundo loco

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hugo burel
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Muchos que leen esta columna deben recordar la genial frase del dibujante Quino puesta en boca de su entrañable Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar”. La viñeta se publicó hace muchos años, pero hoy tiene una vigencia que estremece.

Basta mirar un noticiero o leer la prensa para comprender que estamos viviendo en un mundo inseguro, desigual y dominado por los intereses de los más poderosos. El problema es que, además, muchos de sus líderes no pasarían un test de aptitudes psicológicas para gobernar. El mundo de hoy parece gobernado no por los más aptos sino por los más peligrosos. Por momentos es un mundo desquiciado. Veamos algunos ejemplos.

En estos últimos días y a raíz de la desaforada idea insinuada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de destruir huracanes con bombas nucleares, he tenido la sensación de estar viviendo una secuela de la película “Dr. Insólito”, aquella corrosiva y negra comedia política de Stanley Kubrick.

Esa memorable sátira sobre la Guerra Fría, muestra a un par de oficiales psicóticos de alto rango de Estados Unidos que arman un plan para lanzar grandes bombarderos B-52 con cargas nucleares contra objetivos estratégicos dentro de Rusia. El film se estrenó en 1964, pero puede decirse que a través de unos personajes lunáticos y delirantes Kubrick anticipó en más de medio siglo la demente presencia de Trump en la Casa Blanca. Nadie que esté en sus cabales puede proponer bombardear tormentas con artefactos atómicos.

Siguiendo en el norte, más precisamente en Gran Bretaña, el pasado miércoles nos enteramos que el parlamento británico no reanudará sus sesiones hasta el 14 de octubre, dos semanas antes de la fecha límite del Brexit. Esa audaz medida impulsada por el primer ministro Boris Johnson fue calificada por la oposición de “ultraje constitucional” ya que dificultará a los diputados impe- dir una salida de la Unión Europea el próximo 31 de octubre.

La anciana reina Isabel II autorizó a Johnson -otro rubio que se las trae- a aplicar esa medida. De inmediato, centenares de personas acudieron a manifestarse en protesta por la decisión del gobierno en Westminster, y luego ante Downing Street, donde tiene su residencia el primer ministro. La decisión de Johnson es un gesto extremo y autocrático que agrega más caos a ese país que desde que fuera aprobado el plebiscito del Brexit parece fuera de quicio.

Más cerca geográficamente, el presidente Jair Bolsonaro encarna la variante sudamericana de Trump, en especial en lo que refiere a su compulsión a tuitear y descalificar al otro. A partir de los devastadores incendios de la Amazonia y de su indiferencia para apagarlos, Brasil y su gobierno han recibido una presión internacional sin precedentes.

En ese contexto Bolsonaro retuiteó un mensaje con fotografías de él con su esposa y del presidente Emmanuel Macron con la suya que incluía, además, una burla hacia la figura de Brigitte, la primera dama francesa. Macron respondió con una especie de bomba atómica de palabras en el mediodía de este lunes, tras el ataque a Brigitte. Dijo que esperaba que “pronto Brasil tenga un presidente que sepa estar a la altura” y que estos insultos eran “una vergüenza para los brasileños y para sus mujeres”.

El intercambio de esos mensajes aumentó la crisis franco brasileña, cuando el G7 anunció un plan para combatir los incendios en la Amazonia que Bolsonaro se negó a aceptar si Macron no le pedía disculpas por sus dichos. Finalmente tuvo que avenirse a recibir la ayuda. Antes, Macron había denunciado que el presidente Bolsonaro no recibió al canciller francés Jean Yves Le Drian porque tenía “una cita con su peluquero”.

Un intercambio despectivo sin antecedentes entre ambos países y una especie de sketch tragicómico guionado por Kubrick.

También desde la vecina orilla llegaron noticias para que el clima político se acercara un poco más a la locura, cuando el polémico periodista y escritor peruano Jaime Bayly -de gira para presentar su libro Pecho frío- declaró que Argentina era un manicomio.

Haciendo gala de un gran conocimiento sobre lo que decía, se despachó con un diagnóstico sobre un país al borde del abismo y a punto de un default mientras Mariana Nannis y su esposo, el futbolista Claudio Paul Caniggia acaparan, con su vulgar diferendo conyugal, los espacios mediáticos.

En tanto, el candidato kirchnerista Alberto Fernández hizo gala de una inquietante esquizofrenia política posando de demócrata, republicano y moderado a la vez que saboteador de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario, sin considerar que si es electo presidente tendrá que pagar los platos rotos. Como dijo Borges, a los argentinos más que el amor los une el espanto.

Ante este panorama sobre el cual se podría seguir sumando ejemplos, el candidato que triunfe en nuestras próximas elecciones tendrá que asumir que el vecindario y el resto del mundo serán una incógnita y un tembladeral.

Nuestra política exterior y comercial se jugará en medio de bloques antagónicos, guerras comerciales, crisis migratorias, liderazgos lunáticos, cambio climático, proteccionismos, nacionalismos y factores diversos que no podemos controlar. No habrá amistades ideológicas ni socios confiables. Por eso en octubre o en noviembre se decide mucho más que un cambio de gobierno.

A la luz de los criterios de la administración actual para manejar la diplomacia y el relacionamiento con nuestros vecinos y la sumatoria de prejuicios acumulados en su política para el comercio fuera del Mercosur, más que un golpe de timón se necesita una estrategia clara que sea capaz de no usar anteojeras y entender el mundo en que vivimos.

Un mundo enloquecido y en manos de gente poco confiable.

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