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Un mundo feliz

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hugo burel
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Cuando uno ve el documental que se emite sobre Qatar en el intervalo de algún partido televisado sin tanda publicitaria, siente que ese pequeño país árabe, cuyo territorio cabe quince veces en el nuestro, es mostrado como una maravilla de sueño.

La ciudad de Doha y sus innumerables rascacielos a cual más audaz en su arquitectura, los panoramas vistos a través de vertiginosas imágenes filmadas desde de drones, espacios públicos y edificios de una modernidad apabullante pero con toques de diseño que aluden a la cultura del país, las autopistas, el increíble metro, el desierto cercano surcado por vehículos 4x4, el mar que baña sus costas y las personas que aparecen sin denotar jamás penuria, pobreza o ningún tipo de conflicto. Y claro: los estadios, espectaculares en su concepción, inclusive en el invisible aire acondicionado que permite jugar o ver los partidos en un clima tolerable y hasta placentero. Pero eso, desde cierto punto de vista, no deja de ser un espejismo, ya que se está en el desierto.

Cuando en 2010 la FIFA eligió a Qatar como sede del Mundial de 2022 dejó por el camino a postulantes como Australia, Corea del Sur, Japón y Estados Unidos. El mundo futbolístico se sacudió ante una decisión que implicaba cambiar la fecha habitual de disputa de los mundiales. Este se jugaría en un horno, aún teniendo en cuenta que es invierno en el hemisferio norte. Pero la FIFA argumentó que se trataba de una oportunidad de promover el fútbol en países no tradicionales. Además, tres de los otros postulantes ya habían organizado un mundial y solo Australia no lo había hecho.

Más allá de esos argumentos, lo que primó fue la compra que la familia real qatarí realizó del evento, sobornando a diez directivos de FIFA. Lisa y llanamente adquirieron el producto de mayor difusión mediática mundial, el fútbol. No se trató de avisos en la tanda de partidos, adquirieron el campeonato íntegro para que este funcionara como una planetaria campaña publicitaria de difusión del país Qatar. Se quedaron con el circo, el director, los leones, los monos, los trapecistas y los payasos, estos representados hoy por el abogado ítalo-suizo Gianni Infantino, presidente de FIFA.

La conferencia de prensa que brindó el titular de FIFA horas antes del comienzo del campeonato es un ejemplo antológico de genuflexión ante el poder económico del país organizador y un dechado de disparates, sensiblería cursi y defensa de una decisión que no tuvo en cuenta demasiadas cuestiones que hoy están en los títulos de los principales medios del mundo, menos en la cadena Al-jazeera, propiedad de la familia Al Thani, que es dueña de Qatar. Infantino llegó a comparar 3000 años de historia europea con la de un país que existe como tal desde 1971, cuando dejó de ser un protectorado inglés para convertirse en estado independiente. El dirigente salió al cruce de las acusaciones que sobre violaciones de derechos humanos se le atribuyen al régimen catarí y se permitió equipararlos a los que acumula Europa en tres milenios.

En un tono casi lacrimógeno y enfatizado por pausas teatrales, Infantino llegó a decir que tenía sentimientos muy intensos y se sentía catarí, árabe, africano, gay, discapacitado y trabajador inmigrante. Tamaña declaración buscó relativizar todos los señalamientos que están lloviendo sobre Qatar. Estos van de los 6500 obreros que murieron durante la construcción de los estadios al trato que reciben los homosexuales y otras minorías sexuales, que viven su condición como un delito. La situación de la mujer es la de súbdito de segunda categoría, sometida al hombre en todo sentido. El inmigrante -en especial los indios y los pakistaníes- casi no tiene derechos y en lo laboral soporta condiciones inhumanas con extensas jornadas que apenas le permiten descansar una horas. Ni que hablar que desde el punto de vista religioso, el estado catarí aplica la ley wahabita, versión puritana del Islam que hace una interpretación literal del Corán. Pero nada de esto tuvo en cuenta la FIFA al concederle a Qatar su mundial.

Partidos son partidos y en ese escenario de sueño que por debajo huele mal, el fútbol debe cumplir su cometido y las selecciones competir. Cualquier asomo de protesta, como las que quiso realizar la selección de Alemania, luciendo un brazalete con la bandera multicolor de la comunidad gay, fue abortada por FIFA, con censuras y amenazas incluidas. Varios artistas como Rod Stewart, Shakira y Dua Lipa no aceptaron actuar en las Fan Fest.

La ceremonia inaugural fue breve y tuvo en el inicio la presencia del actor Morgan Freeman -que encarnó a Dios y a Nelson Mandela en la pantalla- dialogando con Ghanim Al Muftah, filántropo, emprendedor e influencer catarí, con notorias limitaciones físicas. Ambos hablaron desde el centro del campo de juego. El speech de Freeman fue un canto al pensamiento políticamente correcto y pareció redactado por Infantino. Cuesta creer que este hombre que ha defendido siempre los derechos humanos tuviera ese protagonismo y prestara su imagen a una inauguración que incluyó un grupo de hombres de Qatar bailando y blandiendo amenazantes sables curvos, quién sabe con qué significado.

Deseo que Uruguay llegue lejos en el torneo y si es posible que salga campeón, porque si fue hasta Qatar que lo aproveche. Diego Maradona dijo que la pelota no se mancha, por lo que espero que el mundial más corrupto de la historia no contradiga esa bella sentencia. La instrumentación de ese VAR de pesadilla con que controla 29 puntos del cuerpo de un jugador, parece encaminado a ser un factor de enorme influencia en el resultado de los partidos, como se vio en el match de Argentina contra Arabia Saudita. En lo personal pienso que la tecnología no ha beneficiado al juego sino que lo condiciona y le quita emoción y dramatismo. El próximo cambio para mal será un mundial con 48 equipos. Una locura.

Las luces de Qatar muestran lo que se permite mostrar. Es este un mundial acorde al estado del mundo: con una pandemia todavía no superada, una guerra en curso que ahora suma el invierno en el país invadido con su estructura energética en crisis o destruída, inflación y recesión mundial, un posible déficit alimentario en África y con Europa preparándose para no tener el gas ruso para calentarse. El fútbol, vía Qatar es la gran evasión -como ya dije en este espacio- y un espejismo tan engañoso y falso como deslumbrante. Un mundo feliz, pero como el que imaginó la distópica novela de Aldous Huxley.

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