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El miedo no es la forma

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HUGO BUREL
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Uno de los conceptos más usados en la reciente campaña política ha sido el miedo, esgrimido por el candidato oficialista casi como un mantra y en primera persona del singular.

Más allá de los específicos motivos para temer que este detalló, el más repetido fue el miedo al cambio, actitud que al provenir de una fuerza política que siempre lo ha impulsado, no deja de ser paradójica. Teniendo en cuenta, además, que la frase “el miedo no es la forma”, había sido difundida a los cuatro vientos en la campaña contra la ley impulsada por el senador Larrañaga, el recurso del miedo ha sido abusado.

En nuestra historia política contemporánea se registran ejemplos de instancias de cambio en que el votante, desoyendo cantinelas que pretendían congelar el tiempo e infundirle temor, asumió el riesgo. Un ejemplo claro fue el plebiscito de 1980, cuando la ciudadanía dijo no contra todos los pronósticos y eligió rechazar un proyecto hegemónico que institucionalizaba una dictadura. En realidad, lo que se votó fue la exigencia de un cambio expresado en una negativa.

Otro ejemplo, a veces no suficientemente valorado pero de otro signo, fue el de las elecciones de noviembre de 1958, en las que triunfa el Partido Nacional tras 93 años de gobierno del Partido Colorado. Fue un cambio que interrumpió más de nueve décadas de predominio de un partido en el poder. Mirado con perspectiva, fue uno de los hechos bisagra de nuestra historia y la primera alternancia de partidos luego de casi un siglo en que no la hubo. Allí la ciudadanía no temió el cambio. Tras el escrutinio, el Partido Nacional aventajó por más de 120.000 votos a su rival y la expectativa se trasladó al año siguiente, 1959, en el que empezarían a ponerse a prueba esos cambios que las urnas habían decidido. Luego de un verano caluroso, el otoño trajo dos hechos de diferente signo. Se extinguía la vida de un líder político y la naturaleza jugaba en contra de la gente.

A los pocos meses de conquistar el poder con su partido, el caudillo Luis Alberto de Herrera muere el 8 de abril a los 86 años. En las elecciones no se había postulado para cargo alguno, pese a que el ejecutivo colegiado conocido como Consejo Nacional de Gobierno -que había instaurado la Constitución de 1952- de sus nueve miembros seis eran blancos y tres colorados, mayoría que también se mantenía en el parlamento. En la Cámara de Representantes con 51 votos y en el Senado con 17.

También en abril y a poco de instalado el nuevo gobierno, el drama de las inundaciones con más de once mil evacuados por la creciente y la salida de los militares de sus cuarteles para ayudar en la emergencia, marcó la época. Muchos ignoraban el sentido que eso cobraría después porque el operativo militar ante la tragedia natural fue liderado por el General Óscar Gestido, que siete años después sería electo Presidente de la República por el Partido Colorado. El ejecutivo colegiado funcionó hasta que la llamada Reforma Naranja de 1966 nos regresó al régimen presidencialista.

Pero la vida seguía y como decía una sentencia radial de la época: “el Uruguay mantiene sus rasgos más típicos”. En fútbol, tras el desastre de no concurrir al Mundial de Suecia de 1958, la selección uruguaya iba a conquistar el Sudamericano Extra disputado en Guayaquil. En lo cultural se creaba la Orquesta Sinfónica Municipal, Mario Benedetti publicaba “Montevideanos” y Juan Carlos Onetti “Para una tumba sin nombre”, mientras Juana de Ibarbourou recibía el Premio Nacional de Literatura. El dólar trepaba a 11 pesos luego de sobrevaluarse casi un cien por ciento el año anterior. En cine, se estrenaban “Los 400 golpes” de François Truffaut y “La dolce vita” de Federico Fellini. En la carrera espacial los rusos mostraban las primeras fotos de la cara oculta de la Luna.

Para la gente, el cambio del partido de gobierno no fue dramático ni provocó el miedo de nadie, a tal punto que cuatro años después, en 1962, el Partido Nacional triunfaría nuevamente en las elecciones aunque con menor diferencia sobre el Partido Colorado. La Revolución Cubana triunfante el 10 de enero de 1959, sería un hecho también decisivo de ese año. En el mes de mayo Fidel Castro visitó el Uruguay antes de declararse marxista leninista y cuando Estados Unidos todavía lo apoyaba. Después, la exportación de la revolución castrista al continente habría de instalarnos de lleno en la Guerra Fría y el país habría de ingresar en el extravío de la guerrilla y el desborde del quiebre institucional.

Como puede verse en esta apretada síntesis, el país siempre cambió cuando la gente, con su voto, decidió hacerlo. Hoy, los dos partidos tradicionales y rivales históricos, sumados a otros tres, se han unido para impulsar una saludable alternancia democrática. Este año de 2019 será sin dudas otro año bisagra en nuestra historia reciente, como lo fue 1958 con el triunfo blanco, o el 2004 con la llegada del Frente Amplio al poder, cambios impulsados por la gente. Alternar es oxigenar al sistema y enriquecerlo con nuevas miradas para resolver los problemas del país.

Los cambios que se logran por la fuerza del voto dentro del sistema republicano son los que las mayorías impulsan con la sabiduría que se apoya en la democracia. Denostar esa voluntad descalificando sus intenciones, apelar al miedo para asustar a los ciudadanos con cucos, es desconocer las lecciones de la historia. Y la historia también enseña que hay que tener dignidad e hidalguía a la hora de perder.

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