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Libertad irresponsable

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hugo burel
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Desde esta página y en mis posteos en Instagram he predicado sin éxito contra la expresión “nueva normalidad” que define la realidad de la pandemia.

No es solo un error semántico sino una engañosa etiqueta que designa una situación que de normal no tiene na-da. El tiempo transcurrido a partir del momento en que se declaró la pandemia -13 de marzo en el país- y la serie de perjuicios que ha ocasionado en todo el mundo (sanitarios, sociales, económicos y por supuesto psicológicos) demuestran que la expresión ha obrado como un placebo espiritual para restar dramatismo a la situación y alentar a la gente a pensar que esta realidad amenazante y trágica que vivimos es normal, es decir aceptable y previsible.

Los hechos son testarudos y son ellos los que invalidan las pretensiones de normalizar algo que no lo es. A la luz de lo que sucede en el mundo, en especial en Europa, Estados Unidos y varios países sudamericanos -con Argentina y Brasil amenazantes en nuestra frontera- el Covid-19 sigue expandiéndose, redoblando contagios y cobrando víctimas. Cuando todavía las posibles vacunas no han comenzado a aplicarse en forma masiva, la comunidad internacional asiste a la que ha sido llamada la segunda ola de la pandemia, que en realidad es la primera que no ha remitido.

La crisis de los países desarrollados que ven multiplicarse los casos cuando parecía que los estaban controlando, debe ser tenida en cuenta en nuestro país, como las autoridades lo han reconocido. Sin embargo y en atención a ciertos sucesos recientes, parece que muchos compatriotas no creen en la letalidad de la pandemia y persisten en conductas no solo de riesgo sino de inconsciencia y desprecio por sus semejantes.

A vía de ejemplo: es un disparate que alguien le pida prestada la casa a su hermana para organizar una fiesta en Atlántida para 300 personas que pagaron 250 pesos por asistir. O que un multitud desbordante y enceguecida de festejo ocupe sin los mínimos cuidados la plaza principal de Trinidad y, co-mo consecuencia del desborde, el Jefe de Policía interino del departamento sea cesado. Ni que hablar de lo acontecido en el Prado noches atrás, con más de 800 jóvenes desafiando a las autoridades y dañando la propiedad privada en el Paso Molino. Y la provocación absurda de la Plaza Líber Seregni, las ruedas de mate en el Club Bella Vista o el desborde de los festejos estudiantiles del Colegio Santa Rita.

Todo forma parte de algo que el propio virus se ha encargado de establecer: los jóvenes están lejos de perecer si se contagian, mientras que la franja etárea de 65 años en adelante enfrenta un riesgo más letal. Eso es lo perverso del asunto y lo que está causando una fractura en la actitud ciudadana.

Con la llegada del buen tiempo y la tregua veraniega, este panorama sin duda se agravará. La presión psicológica que supone el aislamiento social y el distanciamiento será insostenible, en especial para la juventud. Su natural propensión al esparcimiento y al uso de la libertad individual no respeta más la consigna de la “libertad responsable”. Han pasado casi 8 meses desde que se declaró la pandemia y con el calor que se avecina la reclusión voluntaria será problemática. Tal como sucedió en España, Italia, Francia, Alemania y otros países europeos, la estación estival -con o sin turistas- instala una amenaza de contagios que puede desbaratar el relativo control que todavía tenemos.

Como ya expresé en una nota anterior, con relación a la pandemia ha sobrevenido el afloje, algo que el ministro Salinas y otros integrantes del gobierno han admitido con total razón y claridad. Las famosas perillas giran para atrás y para adelante, pero las autoridades siguen apostando a esa “libertad responsable” que está cada vez más en entredicho.

Los spots televisivos oficiales que sirven para concientizar han desaparecido y, para colmo, la publicidad de la aplicación de celular que advierte sobre los contagios cercanos entre amigos, tiene un clima festivo y tan descontraído que confunde: contagiate sin problemas que con la app está todo bien. En cuanto a la publicidad comercial, que en el comienzo de la pandemia había emitido mensajes de apoyo a las medidas de cuidado, hoy abunda en spots que parecen realizados antes de la pandemia, porque muestran un mundo de abrazos, sonrisas, contactos y ni un solo tapaboca. El mundo de la vieja normalidad. Hay que tener cuidado con lo que se muestra y cuánto incide subliminalmente en la conducta de las personas.

Quisiera equivocarme, pero se avecinan tiempos difíciles en los que la sociedad pondrá a prueba su temple y el gobierno su pulso para conducir la nave en la tormenta. En el contexto descrito, el comportamiento individual sigue siendo clave, como lo es el tapaboca, el distanciamiento y las medidas de higiene. De la vacuna todavía no sabemos nada, aunque en su última conferencia de prensa el Comité Asesor Científico Honorario dio alguna pista sobre lo que hará el gobierno, aunque no aclaró cuál será la vacuna que elija y cuándo podrá llegar al país. Por lo que se sabe, la vacunación masiva es la única chance de parar, al menos por un tiempo, esta pandemia.

Mientras tanto, además del virus, nuestro gran problema seguirán siendo los covidiotas que se creen inmunes o más inteligentes que el resto. Los que organizan fiestas clandestinas, movilizaciones relámpago, reuniones en lugares cerrados o festejos en donde pinte, son de una peligrosidad rayana en lo delictivo. Pero como no les pasa nada y a lo sumo se exponen a una multa, será difícil disuadirlos de que paren con la idiotez.

Hay que saber que cuando el contagio indiscriminado se dispara se puede llegar al toque de queda o a medidas extremas de confinamiento como en Europa. Por acá, un político ya está pidiendo que se apliquen las medidas prontas de seguridad ante la imposibilidad de penalizar a los inconscientes que transgreden las medidas sanitarias. La tentación del autoritarismo es una de las consecuencias más peligrosas de esta pandemia y uno de los riesgos de la libertad irresponsable que muchos ejercen.

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